La media hostia ahora es Scientia Futura

La evolución según Roger Lewin

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.



Este éxito de ventas de Roger Lewin es la referencia ideal en biología y antropología y contiene también nuevos descubrimientos arqueológicos y evidencias moleculares sobre la evolución humana. Incluye detalladas imágenes y fotografías. El tamaño del fichero PDF es de 10 MB.

http://rapidshare.com/files/210485521/Human.Evolution-An.Illustrated.Introduction-5th.Edition-Roger.Lewin.pdf

Visto en Atheist Movies.

Artículos relacionados







humanismo ciencia evolucion

Sobre matrimonio homosexual y libertad religiosa

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.



Para Ed Brayton, un videoclip en YouTube absolutamente brillante sobre el matrimonio homosexual, la libertad religiosa y los argumentos hipócritas de la derecha americana sobre ambos asuntos. Brayton no conoce al autor, pero admite que sus argumentos son absolutamente devastadores y se declara de acuerdo en todos sus puntos. En inglés.

Visto en Dispatches from the Culture Wars.

Artículos relacionados






humanismo religion gay

Una iglesia es un edificio peligroso

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.

La foto es de FAIL Blog. Es un sitio dedicado a enlazar imágenes y videoclips que contienen algún tipo de error lo suficientemente descarado como para hacerles resultar cómicos.

iglesia edificio peligroso

La que incluyo, sin embargo, es probablemente inadecuada en este sitio. Yo no veo que se trate de ningún error. En realidad, cualquier iglesia debería tener un cartel avisando de «¡Peligro!» en la entrada.

Artículos relacionados







humanismo religion iglesia humor

Felicidad, religión y ciencia

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.

Cristianos, judíos, musulmanes, hindús, todos tienen algo en común. Todos reconocen que Dios nos ha dado nuestras mentes, nuestros corazones, nuestras conciencias, para proporcionar felicidad a los que nos rodean. Pero, ¿no es eso para lo que sirve la ciencia?

Si eres cristiano, seguramente compartes con tus fieles la consideración de que ese estado tan temprano de la vida humana que es el embrión es sagrado, y nada debe interferir en su desarrollo. Probablemente no tienes ninguna explicación coherente para el hecho de que sean naturales los abortos de embriones, o incluso los espontáneos de fetos ya desarrollados. Porque no te gusta la idea de que la naturaleza nos guarde designios que superan a la voluntad de tu Dios. Reconoce que lo que debe motivarnos es mejorar la condición humana, y mejorar las vidas de los que sufren. Un embrión no tiene un sistema nervioso formado, de ahí que no sufra. Su madre sí tiene el sistema nervioso completamente formado, y probablemente sufre. ¿Por qué ella no te importa?

Por supuesto, existen experimentos que no resultan éticos, pero las prohibiciones basadas en el tipo de experimento no son lo que la sociedad necesita. No es ético experimentar con presos a quienes no se les permite negarse. No es és ético malgastar el presupuesto en investigaciones que no parecen ir a tener valor alguno. No es ético realizar una investigación en la que no se les comunica a los participantes de la misma su motivo. Pero en sí mismo investigar con células madre no es ético ni deja de serlo, como no es ético ni deja de serlo concebir un niño porque su médula es compatible con la de su hermano ya nacido y enfermo. O un transplante de sangre, algo a lo que se niegan los practicantes de otras confesiones. Simplemente es necesario. La ciencia es conocimiento, y el conocimiento debe ser el único debate, no las prohibiciones.

De una idea de Julia Neuberger.

Artículos relacionados







humanismo religion ciencia

La vida o, mejor dicho, la muerte según Javier Ortiz

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.

Javier Ortiz, escritor y periodista, falleció ayer a los 61 años de una parada cardio-respiratoria. Tan inteligente y dispuesto como de costumbre, ha tenido a bien dejar escrito su propio obituario. Hace unos meses ya explicaba la muerte de la forma tan sencilla que vuelvo a reproducir debajo. Si la muerte fuese para nosotros sólo lo que es, las religiones no serían necesarias.

Javier Ortiz

Ahora que voy a cumplir los 60, sonrío cuando recuerdo que mi madre, estando ya cerca de los 90, se refería a veces a algunas de sus amigas de siempre diciendo: «Pues sí, esa chica...»

Mi madre murió. Como tiene que ser. Los nuevos ancianos necesitamos que nos vayan haciendo hueco.

«¿Y qué será de nosotros cuando muramos?», me preguntó hace poco un amigo. «Pues nada», le respondí. «No me resigno a desaparecer. Algo tiene que haber después de la muerte», replicó. Le pregunté: «¿Y dónde estabas tú en el siglo XII, o en el XIX, cuando tus padres ni siquiera habían nacido?». «En ningún lado», apuntó, extrañado. «Y eso, ¿no te angustia, verdad?», proseguí. «No, claro que no. No lo había pensando nunca», aceptó. «Pues cuando desaparezcas del todo», le dije, «te pasará lo mismo. Que no lo habrás pensado nunca».

Más angustioso sería que los espíritus de los muertos —por no hablar de los de los aún no nacidos—, pudieran andar rondándonos sin parar. Sé de una mujer que no se atreve a tener relaciones sexuales desinhibidas porque teme que el espíritu de su padre esté contemplando sus marranadas. Qué horror.

Artículos relacionados







humanismo muerte prensa javierortiz

Una ascensión del Señor por ficha

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.



Si quieres más, ya sabes, a gastar fichas. El cartel está en la capilla de Caacupé, en Mar del Plata.

Visto en Proyecto Cartele. Gracias, Fhers.

Artículos relacionados







humanismo religion humor

La espiritualidad y el yo para un humanista

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.

Sam Harris escribe sobre la espiritualidad, sobre la meditación y sobre la idea del yo desde el punto de vista inequívocamente humanista de alguien sin fe religiosa alguna. Para Harris, la experiencia contemplativa ha de ser forzosamente útil y mejorar nuestras vidas aún desde un punto de vista estrictamente científico. Es el argumento más polémico del ideario de Harris y uno que genera suspicacias aún por parte de quienes se demuestran tan de acuerdo con él en otras cuestiones. La traducción es de Ismael Valladolid, editor de La media hostia.

Sam Harris

Recientemente tuve la ocasión de pasar la tarde cerca de la orilla noroeste del Mar de Galilea, junto al monte donde se cree que Jesús dio su sermón más famoso. Era un día muy cálido, y el santuario estaba repleto de peregrinos cristianos de todos los continentes. Algunos permanecían en la sombra, mientras que otros se dejaban ver bajo el sol, tomando fotografías.

Mientras sentado miraba fíjamente las colinas que me rodeaban, inclinandose gentilmente hacia el mar interior, tuve un sentimiento de paz. Pronto se convirtió en una maravillosa tranquilidad que silenció mis pensamientos. En un instante, la sensación de ser un ente separado del mundo, un yo, se desvaneció. Todo aparecía como siempre había sido, el cielo sin nubes, los peregrinos llenando de agua sus botellas. Sólo que ya no me sentía de ninguna forma separado de la escena, esforzándome por ver el mundo desde detrás de mis ojos. Todo era el mundo.

La experiencia duró sólo unos instantes, pero volvió muchas veces mientras miraba hacia la tierra sobre la que se dice que Jesús caminó y donde se dice que reunió a sus apóstoles y realizó muchos de sus milagros. Si yo fuese cristiano, desde luego interpretaría esta experiencia en términos religiosos. Podría hablar de haber descubierto la grandeza de Dios, o de haber sentido el descenso del Espíritu Santo sobre mí. Pero no soy cristiano.

Si fuese hindú, hablaría sobre Brahman, el yo eterno, del que todas las mentes individuales son una simple modificación. Pero no soy hindú. Si fuese budista, hablaría del dharmakaya, del que todas las cosas aparentes son simples modificaciones, pero no soy budista.

sam harris


Dado que simplemente soy alguien que se esfuerza por ser un ser humano racional, se me da muy mal extraer conclusiones metafísicas de este tipo de experiencias. La verdad es que ésta que llamo altruismo de la conciencia la experimento a menudo, cada vez que medito, sea en un monasterio budista, en un templo hindú, o mientras me lavo los dientes. En consecuencia, haberlo sentido en un lugar sagrado del cristianismo no me lleva a darle un mínimo de credibilidad a la doctrina cristiana.

No está en cuestión que la gente sienta experiencias «espirituales» —entrecomillo palabras como «espiritual» o «místico» dado que llegan a nosotros cubiertas de gran cantidad de escombros metafísicos—. Cada cultura ha producido gente que ha desaparecido en cuevas durante meses o años y han descubierto que ciertos usos deliberados de la atención —introspección, meditación, rezos— pueden transformar radicalmente la percepción que a cada momento se tiene del mindo. Creo que esfuerzos contemplativos de este tipo lo que nos dicen es mucho acerca de la naturaleza de la mente.

Hay de hecho varios puntos de convergencia entre las modernas ciencias de la mente —psicología, neurociencia, ciencia cognitiva, etc.— y algunas de nuestras tradiciones contemplativas. Ambas líneas nos dan buenas razones para creer que el sentimiento convencional del yo es una ilusión cognitiva. Mientras que la mayor parte de nosotros vive la vida sintiendo ser el pensador de nuestros pensamientos y el experimentador de nuestra experiencia, desde la perspectiva científica ahora sabemos que es un punto de vista equivocado. No hay un yo o un ego discreto dándose paseos por el laberinto de nuestro cerebro como un minotauro cualquiera. No hay región del cortex o proceso neuronal que ocupe una posición privilegiada con respecto a nuestra personalidad. No hay un «centro de gravedad narrativa» permanente —utilizando la expresión de Daniel Dennett—.

Sin embargo, desde luego, subjetivamente parece haber uno. Para todos nosotros, la mayor parte del tiempo. Sin embargo, nuestras tradiciones contemplativas —cristiana, hindú, musulmana, budista, judía— también afirman en distintos grados y con mayor o menor precisión, que este punto de vista es vulnerable a la investigación.

Considérese lo que hace el cerebro durante una representación consciente. ¿De qué somos conscientes? Somos conscientes del mundo. Somos conscientes de nuestros cuerpos en el mundo, y somos conscientes —o eso creemos— de nuestros cuerpos en el mundo. Después de todo, la mayor parte de nosotros no vemos una identidad con nuestro cuerpo. La mayor parte del tiempo nos sentimos simplemente a bordo de nuestro cuerpo, como si fuésemos algo dentro del cuerpo que puede utilizarlo como un objeto. Esta representación es una ilusión, y puede disiparse como tal. El altruismo es una cualidad de la conciencia que puede ser descubierta subjetivamente. De hecho, está a la vista en cada momento, aunque sea difícil de ver. Si esto parece una paradoja, considérese esta analogía:

El nervio óptico atraviesa la retina, así que hay un punto en nuestro campo visual donde somos en efecto ciegos. Muchos lo hemos demostrado en el colegio: Marcas un punto en un papel, cierras un ojo, y mueves el papel a un lugar donde el punto desaparece. Por supuesto, en la vida normal, nadie tiene la sensación de tener ese punto ciego, y aún los que sabemos que existe podemos vivir décadas sin notarlo durante una percepción directa. Sin embargo siempre está ahí, listo para ser notado.

Hay un entendimiento análogo de la naturaleza de la consciencia —demasiado cercano para ser notado—. Muchos necesitan entrenar la meditación para poder apreciarla. Pero es posible notar que esa consciencia —consciente de tu experiencia en este momento— no es un yo, no se siente como yo.

Como crítico de la fe religiosa, se me pregunta en ocasiones qué puede reemplazar a la religión organizada. La respuesta es: Muchas cosas, y nada. Nada tiene por qué reemplazar sus elementos absurdos y divisorios. Nada tiene por qué reemplazar la idea de que Jesús volverá a la tierra utilizando sus poderes mágicos para enviarnos a los no creyentes a un lago de fuego. Nada tiene por qué reemplazar la idea de que la muerte en defensa del Islam es el bien más elevado. Son ideas sin base alguna, sin significado y muy peligrosas.

¿Y qué pasa con la ética y con la experiencia espiritual? Para muchos, la religión sigue siendo el único vehículo hacia lo más importante en la vida —amor, compasión, moralidad y transcendencia—. Para cambiar esto necesitamos una forma de hablar del buen ser humano tan poco comprimida por el dogma religioso como ya lo está la ciencia.

Mientras escribo, el Mind and Life Institute está realizando su segunda serie de retiros meditativos para científicos. Cien de ellos pasarán la próxima semana meditando en silencio, para intentar comprobar hasta qué grado esta técnica de introspección continuada puede ayudarles a entender mejor la mente humana. Algunos laboratorios especialicados en neurociencia están también estudiando el efecto de la meditación en el cerebro. El nuevo interés occidental en la meditación ha abierto un diálogo entre científicos y contemplativos sobre cómo los datos que se reciben durante la experiencia en primera persona pueden colaborar en mejorar los experimentos en tercera persona. El objetivo es entender las posibilidades de cualquier buen ser humano de ser aún un poco mejor de lo que ya lo es.

Creo que la mayor parte de nosotros estamos interesados en la vida espiritual, tanto si nos damos cuenta como si no. Cada uno de nosotros hemos nacido para buscar la felicidad, de una forma que es, además, fundamentalmente muy poco fiable. Lo que consigues, lo perderás. Todos estamos interesados, al menos tácitamente, en descubrir cómo de feliz puede llegar a ser una persona en estas circunstancias. A la pregunta de cómo ser lo más feliz que sea posible, la vida contemplativa aún puede ofrecernos un importante entendimiento.

Visto en On Faith.

Artículos relacionados







humanismo religion ateismo samharris

América, nacionalismo más religion igual a fascismo

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.

Shadia B. Drury, nacida en 1950, es una académica y comentarista política canadiense de origen egipcio. Ocupa en la actualidad un cargo en el departamento de Justicia Social de la Universidad de Regina, en Canadá. En muchas ocasiones sólo el hooliganismo justifica interpretar como fascismo los planteamientos sociales y políticos de la derecha neoconservadora americana. Para Drury sin embargo su nacionalismo radical y religioso en efecto no es otra cosa que fascismo. La traducción es de Ismael Valladolid, editor de La media hostia.

Shadia B. Drury

Hay dos errores de concepto sobre el fascismo de los que debe hablarse. El primero es que fascismo es el nombre de los regímenes alemán e italiano parte de la más oscura historia de Europa durante el siglo pasado. El segundo es que la llamada al fascismo está implícita en la maldad de la naturaleza humana. Argumento en cambio que a menos que entendamos que el fascismo es una forma radical de nacionalismo que surge del amor que sienten los hombres por la verdad, el bien y la belleza, erraremos en reconocerlo como el eterno peligro para la vida política en las sociedades democráticas.

Estamos condicionados por la herencia cristiana de pensar que los seres humanos somos malvados, ambiciosos y egoistas, y así pasamos por alto hasta qué punto estamos hambrientos de una devoción por algo mejor y más grande que nosotros. Algo de lo que estar orgullosos, que le dé a nuestra vida propósito y significado. Algo tan grande como para vivir y morir por ello. El fascismo satisface esta necesidad. En el corazón del fascismo hay un nacionalismo rabioso, radical, grueso y desvergonzado, que identifica a la nación con todo lo que es bueno, no sólo para el individuo sino para el mundo, para la humanidad. Esta forma radical de nacionalismo le da valor a la militancia, a la lucha y a la muerte por la nación. El fascismo no es para mariquitas. No es dulce, no es cómodo; no es gratuito ni fácil. Demanda de ti trabajo duro, sacrificio, hasta la muerte.

Este sueño de grandeza nacional sólo se consigue cuando la nación actúa como cuerpo único con un objetivo también único. Esta visión orgánica de la nación aumenta la enormidad, el horror y la ubicuidad del enemigo. No sólo el enemigo externo, quien por supuesto está ahí, sino también el enemigo interno, mucho más peligroso. Para que la nación triunfe y cumpla su gran propósito debe eliminar todos los obstáculos en su camino hacia ese triunfo.

El filósofo político Kenneth Minogue ha comparado al sueño nacionalista con la Bella Durmiente. El nacionalista radical tiene a su nación amada por bella, pura y perfecta. Pero en coma. No puede ser despierta hasta que los enemigos responsables de su eterno sueño hayan sido destruidos. Pero, ¿quiénes son quienes la pusieron a dormir? Una plétora de enemigos y chivos expiatorios, malvados aristócratas, ambiciosos capitalistas, judíos, comunistas, terroristas, el «voto étnico» del que Jacques Parizeau habló cuando fue derrotado tras el referendum para la separación de Quebec de Canadá en 1995. El nacionalismo radical es una lucha interminable contra los enemigos de la nación. Sólo entonces desperará la Bella Durmiente. Sólo entonces se dará cuenta de su potencial y asumirá su destino histórico. Sólo entonces iluminará al resto del mundo. El problema es que mientras su interminable lista de enemigos es destruida, la Bella Durmiente se parece cada vez más al monstruo de Frankenstein.

Al vencer a Hitler tras la Segunda Guerra Mundial, los americanos pensaron que habían vencido al fascismo. Pero el fascismo no es tan fácil de vencer. Al contrario, la excepción americana, o la idea de que América es una nacion excepcional que no se parece a ninguna otra, la ciudad en la colina, el Zion que iluminará al mundo, es una idea muy susceptible al encanto del nacionalismo. La excepción americana es inocua si América es considerada como lo hacía Thomas Paine, como un refugio de las tiranías del viejo mundo, y una guarida segura para la humanidad. Pero en años recientes, los neoconservadores americanos han radicalizado la excepción americana y la han convertido en un nacionalismo radical. Para estos radicales, no basta con que América sea un refugio para los seres humanos torturados por la tiranía. Al contrario, América debe vencer a la tiranía en cualquier esquina del globo. Debe recurrir a la guerra preventiva para despojar del poder a cualquier tiranía y reemplazarla por un gobierno democrático. América debe tener el deber de liberar a la gente, sea donde sea que vivan, no sólo de la tiranía sino también del terror, la violencia y el mal en general. Lo dijo George W. Bush, «derrotaremos al terror allá donde exista». Es una radicalización estridente de la excepción americana que ha llegado a ser llamada «Doctrina Bush».

En 1973 Irving Kristol, padre del neoconservadurismo, era tibio sobre el nacionalismo. Pero en 1993 declaró que el nacionalismo era uno de los tres pilares del neoconservadurismo, junto con la religión y el crecimiento económico. Kristol conocía la importante distinción entre nacionalismo y patriotismo. Lo último es amor por su país y disposición a defenderlo contra una agresión externa. Lo primero es amor por lo que tu nación será cuando haya exterminado a todos sus enemigos, resulte totalmente unificada y consiga el gran propósito, su destino histórico. Como explica Kristol «el patriotismo nace del amor al pasado de tu nación, el nacionalismo surge de tu esperanza por el futuro de tu nación, la grandeza que la distingue (...) Los neoconservadores creemos (...) que la meta de la política exterior americana debe ir más allá de una definición estrecha y demasiado literal de seguridad nacional. Hablamos del interés nacional de una potencia mundial, y éste se define por un sentido del destino nacional (...) No una visión miope de la seguridad nacional».

En otras palabras, Kristol repudia un patriotismo modesto y lo sustituye por un nacionalismo radical. Para ser justos, el nacionalismo radical no es una simple búsqueda de la dominación mundial. Identifica el interés de la nación con el bien para la humanidad. En Of Paradise and Power el neoconservador Robert Kagan establece claramente que lo que es bueno para América es bueno para el resto del mundo. Se sigue que persiguiendo así su propia grandeza, América está autorizada a cambiar gobiernos o invadir países con impunidad porque las reglas que se aplican al resto del mundo no se aplican a una nación especial con un destino mundial histórico.

La esencia del fascismo americano es la alianza del nacionalismo radical con la religión. Una combinación muy potente, porque es incluso más fácil destruir a los enemigos de una nación cuando puedes definirles como malvados y sin Dios. Si seguimos pensando en el fascismo como un fenómeno histórico que pertenece a italianos y alemanes, erraremos en reconocer los síntomas cuando se manifiestan en nuestro propio jardín trasero. El fascismo americano no se parece al italiano o al alemán. Es mucho más atractivo, especialmente para los americanos. Se envuelve en la bandera americana y viste la cruz de Jesús.

John McCain y Sarah Palin hubieron representado la nueva cara del fascismo americano. Como todo lo americano, su fascismo es gallardo y tiene estilo. Vestida de Valentino, Palin combinaba el espíritu materno con el glamour de una reina de belleza y con el fanatismo de la derecha religiosa. McCain era el héroe de guerra con sus heridas de batalla. Su eslogan favorito en la campaña presidencial en 2008 hubo sido «Levántate y defiende nuestro país de sus enemigos. ¡Levántate y lucha! ¡Lucha! ¡Lucha conmigo, amigo!» Su mensaje era de devoción hacia la nación y refriega contra los enemigos. Externos e internos.

Durante la campaña de 2008, McCain y Palin confiaron seriamente en sus argumentos sobre su oponente político como traidor. Informaron a sus votantes de que Barack Obama hubo estado asociado con Bill Ayers, terrorista enemigo de América. Luego estaba su relación con el reverendo Jeremiah Wright, quien cree que los ataques terroristas del 11 de septiembre fueron un castigo divino a los males de la política exterior americana. Palin nunca podría entender cómo alguien podría entender las denuncias de Wright sobre América. Para el nacionalista radical cualquier crítica a la nación es una traición. Su argumento para el caso era que Obama estaba aliado con los enemigos de América, ¡y estaba a punto de llegar a la Casa Blanca! No es extraño que sus seguidores gritaran durante sus discursos: «¡Matadle!»

Unos pocos valientes periodistas hicieron notar lo desagradable de las acciones de los seguidores republicanos. McCain los defendió, llamándoles americanos patrióticos y sinceros. De hecho eran sinceros, pero no eran patriotas. Lo que eran es rabiosos nacionalistas soñadores de una fantasía a la que Palin llamaba «la América real». Para Palin, esa América real está del lado de Dios y sus ángeles. Respeta la ley. Sólo lucha guerras contra enemigos malévolos. No bombardea sobre civiles desarmados. No tortura prisioneros de guerra. No lleva a prisión a inocentes sin cargos. En realidad esa América real es tan de ficción como la Bella Durmiente. Una vida dedicada a esta ficción sólo puede ser mantenida con mentiras, pastiches, y una pugna interminable para destruir a los enemigos de esa América real. En casa y fuera de ella. Si el partido republicano quiere volver a ser un partido de gobierno civilizado, debe suprimir el nacionalismo fanático de su base, ese que tan cínicamente han alimentado para mantenerse en el poder.

Visto en Council for Secular Humanism.

Artículos relacionados







humanismo religion america barackobama

El punto pálido azul

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.

pale blue dot

Pale Blue Dot, o «púnto pálido azul», es el título que recibió una fotografía de La Tierra tomada en 1990 por la nave Voyager 1 desde una distancia sin precedentes, mostrándola contra el vasto vacío del espacio. Tanto la idea de tomar la fotografía como su título fueron del científico, astrónomo y referencia humanista por excelencia del siglo pasado Carl Sagan. Sagan escribió en 1994 un libro con el mismo nombre. La fotografía fue seleccionada en 2001 por Space.com como una de las diez mejores instantáneas científicas de la historia.



Andrés Santos Kunze, editor de Hombre Ateo nos narra en español un extracto del libro, sobre una colección de fotografías, digamos, provocativa. Muchas gracias, Andrés.

Artículos relacionados




humanismo ciencia astronomia carlsagan

Feliz aniversario Nelson Mandela

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.

Tal día como hoy, 27 de abril de 1994, tuvieron lugar en Sudáfrica las primeras elecciones generales tras el fin del apartheid, las primeras con sufragio universal en la nación, incluyendo el derecho al voto de los ciudadanos negros. Con casi 20 millones de votos válidos, y con el partido ANC obteniendo el 62% de los votos, su líder Nelson Mandela fue nombrado el posterior 10 de mayo como primer presidente negro de la nación.

El 27 de abril es desde entonces día festivo en Sudáfrica. El Día de la Libertad.

Artículos relacionados




humanismo africa nelsonmandela

Mi nuevo logo

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.

La media hostia estrena logo en la cabecera. Es obra de Lucía Val, la pequeña hija de Roberto Val, de mis más apreciados colisteros en skepticos. Costaría mucho dinero conseguir que un diseñador te entregase un arte gráfico a esta altura, y el resultado desde luego no tendría la misma frescura. Y, qué demonios, este blog no merece menos que un logo creado por un niño. Desde aquí muchísimas gracias a todos, a Roberto por poner el talento gráfico de su hija a mi disposición y no inmiscuirse en el proceso creativo. A su mujer por permitir a la niña redactar un texto tan agresivo como el propuesto —con lo respetuoso que habría quedado el título de mi blog de haber sido, por ejemplo, La media Fontaneda Digestive, sin dejar de lado la temática galleta—. A Lucía por un resultado final tan delicioso. Y a su hermano Stich Xavier por destruir el original después de ser escaneado, impidiendo que caiga en malas manos.

personal

Bertrand Russell y la Ética de la Guerra

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.

El presente artículo de Bertrand Russell, publicado en 1915 durante la Primera Guerra Mundial, y hoy en el dominio público, no estaba sin embargo traducido a nuestro idioma, al menos disponible en la red. No es necesario señalar la emoción que me supone pensar en ser el primero en traducir uno de sus textos.

Bertrand Russell



La cuestión de si alguna guerra puede estar justificada, y en tal caso bajo qué circunstancias, es una de las que necesariamente se han planteado a la atención de todos los pensadores. Sobre esta cuestión me reconozco en la de alguna forma dolorosa posición de mantener que durante la presente guerra la posición de ninguno de los bandos está justificada, sin llegar al punto de vista Tolstoiano de que cualquier guerra en cualquier circunstancia es siempre un crimen. Las opiniones sobre un tema como la guerra se derivan de los sentimientos antes que del raciocinio. Dado el temperamento emocional de un hombre, sus convicciones sobre tanto la guerra en general, como sobre cualquier conflicto en particular que ocurra durante su vida, pueden ser predichos con una certidumbre razonable. Los argumentos utilizados serán simples refuerzos de unas convicciones que se impondrán en cualquier caso. Los hechos fundamentales en esta y en todas las cuestiones éticas son sentimientos. Todo lo que el pensamiento puede hacer es clarificar y sistematizar la expresión de esos sentimientos, y son esa clarificación y esa sistematización de los míos propios las que pretendo en este artículo.

I.



Quién está en lo cierto y quién equivocado durante una guerra particular es algo que se valora desde un punto de vista jurídico o casi-jurídico. Éste o aquél rompió este o aquel tratado, cruzó esta o aquella frontera, cometió este o aquel acto potencialmente enemigo, y por lo tanto las reglas permiten destruir la otra nación hasta el punto que el moderno armamento lo permita. Se percibe la irrealidad y la falta de alcance imaginativo en esta forma de ver las cosas. Tiene la ventaja, siempre valorada por los hombres vagos, de sustituir una fórmula, en alguna ocasión ambigua y fácil de ser aplicada, por la realización vital de las consecuencias de sus actos. El punto de vista jurídico es de hecho una transferencia ilegítima a las relaciones entre los estados, de principios que sí podrían ser aplicados a la relación entre los individuos dentro de un estado. Dentro de un estado la guerra privada está prohibida, y las disputas entre los privados se resuelven no por sus propias fuerzas, sino por la fuerza de la policía, la cual siendo desmesurada, raramente requiere ser mostrada en toda su magnitud. Es necesario que existan reglas gracias a las cuales la policía pueda decidir quién debe ser considerado el poseedor de la razón en una disputa privada. Estas reglas constituyen la ley. La ganancia asociada a disponer de una ley y una policía es la abolición de las guerras privadas, y esta ganancia es independiente de la cuestión sobre si la ley es la mejor de las posibles. Es entonces de interés público que el hombre que va contra la ley sea considerado equivocado, no por la excelencia de la ley en sí, sino por la importancia otorgada a que las disputas entre individuos en un estado no sean resueltas por la fuerza.

En la interrelación entre los estados no existe nada de esta clase. Hay, por supuesto, un cuerpo de convenciones llamado ley internacional, y hay innumerables tratados entre potencias con la capacidad de firmarlos. Pero las convenciones y los tratados difieren de algo que pueda en propiedad ser llamado ley en ausencia de sanción: No hay una policía capaz ni deseosa de tal observación. Se sigue de esto que cada nación resulta haber firmado multitud de tratados, divergentes e incompatibles y que, a pesar del alto lenguaje que uno a veces escucha, el principal propósito de los tratados es poder permitirse los pretextos que podrían ser considerados respetables a la hora de plantear una guerra con otra potencia. Se considera que una potencia actúa sin escrúpulos cuando va a la guerra sin proporcionarse previamente tales pretextos —a menos que de hecho su oponente sea un país pequeño, en cuyo caso sólo hay culpa si tal país pequeño resulta estar bajo la protección de alguna otra gran potencia—. Inglaterra y Rusia podrían repartirse Persia inmediatamente tras garantizar su integridad e independencia, porque ninguna otra gran potencia ha reconocido interés en Persia, y Persia es uno de esos pequeños estados sobre los cuales ninguna obligación en forma de tratado puede considerarse vinculante. Francia y España, bajo una garantía similar sobre Marruecos, no pueden repartírselo sin compensar primero a Alemania, dado que hay que reconocer que hasta que una compensación sea ofrecida y aceptada, Alemania tiene un interés legítimo en preservar ese país. Habiendo todas las grandes potencias garantizado la neutralidad de Bélgica, Inglaterra tiene sin embargo un interés reconocido en poder sentirse ofendida por su violación —un derecho ejercido cuando se considera de interés para Inglaterra, y que se ignora cuando se considera que el interés de Inglaterra no debe sacudirse—. Un tratado, entonces, no debe ser considerado un contrato vinculante a la manera de cualquier otro contrato privado; es simplemente un medio de informar a las potencias rivales de que ciertos actos podrían, si el interes nacional lo requiere, acabar siendo justo el tipo de motivos para una guerra que podrían ser considerados legítimos. Si una observación fiel de los tratados fuese costumbre, tal y como lo es la observación fiel de los contratos, la ruptura de un tratado sería un motivo real, y no simplemente formal, para una guerra, y esto debilitaría la práctica de decidir sobre los conflictos mediante acuerdos en lugar de mediante una lucha armada. En ausencia de tal práctica, sin embargo, apelar a los tratados debe ser considerado sólo parte de la maquinaria diplomática. Una nación cuya diplomacia haya sido siempre conducida habilmente siempre encontrará algún tipo de acuerdo o tratado cuando su interés lo requiere para que la intervención quede dentro de los límites del juego diplomático. Es obvio, sin embargo, que mientras los tratados sean sólo observados cuando es conveniente hacerlo, las reglas del juego diplomático no tienen nada que ver con la cuestión de si embarcarse o participar en una guerra puede ser o no conveniente para la humanidad. Es esta la cuestión a ser decidida al considerar si una guerra está o no justificada.

II.



Es necesario, al considerar cualquier guerra, considerar, no las justificaciones en el papel de los acuerdos pasados, sino su justificación en el balance de los bienes que va a reportar a la humanidad. Al comienzo de una guerra cada nación, bajo la influencia de lo que se llama patriotismo, cree que su propia victoria es no sólo inminente sino de gran importancia para la humanidad. El beneficio de esta práctica ha llegado a ser una máxima aceptada del sentido común; aún cuando una guerra está aún en progreso se mantiene como natural y correcto que un ciudadano de un país enemigo debe considerar la victoria de su bando como garantizada y altamente deseable. Concentrando la atención en las supuestas ventajas de la victoria de nuestro propio bando, nos volvemos más o menos ciegos a la perversidad inseparable de la guerra y cierta sea cual sea el bando que finalmente se alza con la victoria. Aún sin darnos cuenta por completo, es imposible juzgar si una guerra es o no susceptible de ser beneficiosa para la raza humana. Aún con lo trillado de tema, es necesario recordarnos brevemente qué es en realidad lo que compone esa perversidad de la guerra.

Por comenzar con el mal más obvio; multitud de hombres jóvenes, los más valientes y los mejor preparados físicamente de cada nación, mueren, su familia y amigos, su comunidad, los pierde. Otros hombres jóvenes son los únicos que ganan. Muchos quedan inválidos para toda la vida, algunos enloquecen, otros quedan como manojos de nervios, inútiles, decrépitos. De los que sobreviven muchos quedarán brutalizados, degradados moralmente por el terrible negocio de matar el cual, a pesar de ser el deber del soldado, destrozará por completo sus instintos más humanos. Como cualquier registro de cualquier guerra muestra, el miedo y el odio dejan salir la bestia salvaje dentro de una considerable proporción de combatientes, lo que lleva a extrañas crueldades que deben ser enfrentadas y no ignoradas si deseamos evitar la locura.

De los males de la guerra hacia la población que no combate en las regiones donde sucede la lucha, las recientes desgracias en Bélgica han proporcionado un ejemplo que no es necesario magnificar. Es necesario, sin embargo, apuntar que las desgracias en Bélgica no han demostrado, como se cree comúnmente en Inglaterra, motivo alguno a favor de la guerra. El odio, por un trágico engaño, perpetúa los males de los que nace. Se culpa a los alemanes y no a la guerra del sufrimiento de los belgas, y así los horrores de la guerra se utilizan para estimular el deseo de aumentar su alcance y su intensidad. Aún asumiendo que la humanidad más profunda es compatible con la conducta durante las operaciones militares, no puede dudarse que si las tropas de los aliados penetran en las regiones industriales de Alemania, los alemanes sufrirán una gran parte de las desgracias que Alemania hubo hecho sufrir a Bélgica. A un hombre bajo la influencia del odio este pensamiento le hará regocijarse, pero a cualquiera aún con sentimientos humanos le parecerá que nuestra simpatía hacia Bélgica debe hacernos odiar la guerra y no a Alemania.

Los males que la guerra produce fuera del area de las operaciones militares son quizás incluso más serios, por cuanto que, aunque menos intensos, su influencia es más amplia. Pasando por la ansiedad y el pesar de aquellos cuyos hijos o maridos están en el frente, las consecuencias del daño económico producido por la guerra son mucho más amplios de lo que se supone habitualmente. Es común hablar de los daños económicos como meramente materiales, y del deseo de progreso económico como de algo mezquino y sin inspiración. Este punto de vista es posiblemente natural en la gente de bien, para la que el progreso económico consiste en comprarse un coche nuevo o en pasar las vacaciones en Escocia en lugar de junto al mar. Pero para las clases sociales más pobres, el progreso económico es la primera condición para el bien espiritual e incluso para el modo de vida. Una familia numerosa, viviendo en un zulo en condiciones de pobreza e inmoralidad, donde la mitad de los niños mueren de ignorancia sobre sanidad o higiene, y el resto crecen embrutecidos e ignorantes, es una familia que difícilmente puede progresar mentalmente o espiritualmente, a no ser gracias a una mejora en sus condiciones económicas. Aún sin rebajarnos al fondo de la escala social, el progreso económico es esencial para posibilitar una buena educación, una existencia tolerable de las mujeres, y en general la libertad necesaria para basar cualquier avance de la nación lo suficientemente sólido. No suelen ser los más oprimidos ni los más enfermizos quienes hacen una reclamación más efectiva de justicia social, de una reorganización de la sociedad que le dé menos a los privilegiados y más al hombre común.

Durante las guerras napoleónicas, mientras que los terratenientes ingleses aumentaban sus rentas, la masa de población empobrecida se hundía en una indigencia cada vez más grande. Sólo después, durante la larga paz, una menos injusta distribución empezó a ser posible. No se debe dudar que el deseo por parte de los hombres ricos de distraer las mentes de los hombres de cualquier reclamación de justicia social ha sido uno de los motivos más o menos inconscientes que han llevado a la guerra en la Europa moderna. En todas partes los partidos políticos que han representado a los privilegiados han sido los principales instigadores del odio internacional, y de persuadir al trabajador de que su principal enemigo en realidad es extranjero. Así la guerra, y el miedo a la guerra, tiene un doble efecto retardante del progreso social; disminuye los recursos disponibles para mejorar las condiciones de las clases modestas, y distrae las mentes de los hombres de la necesidad y de la posibilidad de una mejora general de sus condiciones persuadiéndolos de que la única ganancia posible está en asesinar a sus camaradas de otro país. El nacimiento del socialismo internacional es en gran parte una protesta contra este engaño y, a pesar de que hay quien considera al socialismo como simplemente una doctrina económica, su internacionalismo lo convierte en la fuerza más sana de la política moderna, y el único movimiento que ha conservado algún grado de juicio y humanidad en el caos presente.

De todos los males de la guerra el mayor, en mi opinión, es el mal puramente espiritual; el odio, la injusticia, el repudio de la verdad, el conflicto artificial donde, si alguna vez la ceguera de los instintos atávicos y la siniestra influencia de los intereses antisociales, como los armamentísticos o la prensa subversiva, pudieran haber sido superados, se habría podido apreciar que hay una consonancia real de los intereses y la identidad esencial de la naturaleza humana; de cualquier razón para reemplazar odio por amor. Mr. Norman Angell ha mostrado cómo de irreal, cuando se aplica a los conflictos de los estados civilizados, es el vocabulario de los conflictos internacionales, cómo de ilusorios son los beneficios que se suponen obtenidos tras una victoria, y cómo de falaces son los daños que, en tiempos de paz, las naciones suponen que es posible infligir durante la contienda económica. La importancia de esta tesis yace, no tanto en su aplicación económica directa, sino en la esperanza que proporciona para la liberación de mejores impulsos espirituales en la relación entre distintas cominudades. Amar a nuestros enemigos, aunque deseable, no es fácil; y por tanto es bueno darse cuenta de que la enemistad nace de la ceguera, y no de necesidad física inexorable alguna.

III.



¿Alguna guerra ha proporcionado el suficiente bien a la humanidad como para compensar los males que estamos considerando? Creo que sí han habido tales guerras en el pasado, pero no son guerras del tipo que concierne a nuestros diplomáticos, para las que nuestros ejércitos actuales están preparadas, ni para las que el conflicto actual puede servir de ejemplo. De cara a clasificarlas, podemos groseramente distinguir cuatro clases de guerras, aunque por supuesto en un momento dado cualquier conflicto podría no ser fácilmente clasificado en una de las cuatro. Para nuestro propósito distinguimos: (1) Guerras de colonización; (2) Guerras de principios; (3) Guerras en defensa propia; (4) Guerras de prestigio. De estas cuatro clases debería decir que las dos primeras están habitualmente justificadas, la tercera raramente excepto contra un adversario de una civilización inferior, y la última, la clase a la que pertenece el conflicto actual, nunca. Permítasenos considerar estos cuatro tipos de guerra en sucesión.

Por guerra de colonización me refiero a una guerra cuyo propósito es desplazar a la población completa de algún territorio y reemplazarla por una población invasora de una raza diferente. Las guerras clásicas eran principalmente de este tipo, del cual tenemos buenos ejemplos en la Biblia. En la era moderna, los conflictos entre europeos e indoamericanos, maoríes y otros aborígenes en regiones tropicales han sido de esta clase. Tales guerras están por completo carentes de justificación técnica, y son habitualmente más despiadadas que cualesquiera otras. No obstante, si juzgamos por el resultado, no podemos arrepentirnos de que dichas guerras hayan tenido lugar. Tienen el mérito, a menudo falazmente reclamado para todos los conflictos, de llevar a la supervivencia del mejor adaptado; y se opina que gracias a estas guerras la porción civilizada del mundo ha podido extenderse desde los alrededores del Mediterráneo hasta la mayor parte de la superficie terrestre. Durante el siglo dieciocho, en el que se solían bendecir las virtudes de los salvajes contra la insoportable corrupción de las cortes, no hubo sin embargo escrúpulo en expulsar a los nobles salvajes que habitaban las tierras norteamericanas. Y no nos podemos permitir en este momento condenar el proceso por el cual el continente americano se ha equiparado a la civilización europea. Para que este tipo de guerra pueda estar justificada, es necesario que haya una gran e innegable diferencia entre la civilización de los colonizadores y la de los nativos despojados de sus tierras. Es necesario también que el clima sea uno que permita que la raza invasora pueda más tarde florecer. Cuando se satisfacen estas condiciones la conquista queda justificada, aunque la lucha real contra los habitantes originales preferiblemente deba ser evitada siempre y cuando así la colonización siga siendo posible. Mucha gente objetaría contra mi teoría de la justificación de este tipo de robo, pero no creo que pueda hacerse ningún reproche práctico ni efectivo.

Tales guerras, sin embargo, hoy en día pertenecen al pasado. Las regiones donde el hombre blanco puede vivir están ya todas asignadas, bien a razas blancas o a razas amarillas a las cuales el hombre blanco no es claramente superior y a las que, en cualquier caso, no es lo suficientemente fuerte para expulsar. Aparte de pequeñas expediciones punitivas, las guerras de colonización, en su sentido más amplio, ya no son posibles. Lo que hoy en día llamamos guerras coloniales no buscan sustituir la ocupación completa de un país por una raza conquistadora; sólo buscan asegurar ventajas económicas y gubernamentales. Pertenecen, de hecho, más bien a lo que llamo guerras de prestigio, que a guerras de colonización en el sentido clásico. Hay, es cierto, unas pocas raras excepciones. Los griegos, en la segunda guerra balcánica, condujeron una guerra de colonización contra los búlgaros. Pretendiendo ocupar un determinado territorio, mataron a todos los hombres y secuestraron a sus mujeres. Pero en un caso así la justificación expuesta falla, dado que nunca existió una evidencia de civilización superior de parte de los pretendidos conquistadores.

A pesar, sin embargo, del hecho de que las guerras de colonización pertenecen al pasado, los sentimientos y las creencias sobre la guerra actual siguen siendo aquellos apropiados a las ahora extintas condiciones que hicieron aquellas guerras posibles. Cuando comenzó la presente guerra, mucha gente en Inglaterra imaginó que si los aliados vencían Alemania dejaría de existir, Alemania sería destruida y pulverizada, y dado que esas frases sonaban vigorosas y estimulantes, la gente erró en ver que no tenían significado. Hay setenta millones de alemanes; con suerte podríamos, si tenemos éxito en la guerra, matar a dos millones de ellos. Quedarían sesenta y ocho millones de alemanes y en pocos años la pérdida de población debida a la guerra quedaría superada. Alemania no es sólo un estado, sino una nación, unida por una lengua común, y tradiciones e ideales comunes. Acabe como acabe la guerra, la nación seguirá existiendo al final, y su fuerza no puede ser permanentemente retenida. Pero la imaginación sobre lo que sucede en una guerra sigue estando en Homero y en el Viejo Testamento; y todavía a quienes no pueden ver que las circunstancias han cambiado desde que aquellos libros fueron compuestos son llamados hombres prácticos y se les presume libres de falsas ilusiones. Aquellos, por otra parte, con cierto conocimiento del mundo moderno y alguna capacidad para liberar sus mentes de la influencia de determinadas frases, son llamados soñadores, idealistas, traidores o amigos de cualquier otro país excepto el suyo. Si se entendiesen los hechos, las guerras entre naciones civilizadas cesarían, dado su inherente absurdo. Las pasiones siempre están por detrás de las organizaciones políticas, y los hechos que no dejan espacio para las pasiones no suelen admitirse fácilmente. Para que el odio, el orgullo y la violencia tengan su sitio, los hombres se ciegan inconscientemente a los hechos más simples de la política y la economía, y la guerra moderna sigue justificándose con frases y teorías inventadas por hombres mucho más simples de un tiempo también mucho más sencillo.

IV.



El segundo tipo de guerra que podría estar en ocasiones justificada es la que podría llamarse guerra de principios. A esta clase pertenece la guerra entre protestantes y católicos, o las guerras civiles inglesa y americana. En tales casos cada bando, o al menos un bando, está honestamente convencido de que el progreso de la humanidad depende de la adopción de ciertas creencias, creencias que, por ceguera o simple depravación, la humanidad no reconocerá como razonables excepto si se presentan a punta de bayoneta. Tales guerras podrían justificarse; por ejemplo, una nación que practica la tolerancia religiosa podría encontrar justificación en resistirse ante otra nación invasora que mantiene un credo distinto. Así podríamos justificar la resistencia de los holandeses ante franceses e ingleses en tiempos de Carlos II. Pero estas guerras de principios están justificadas mucho menos a menudo de lo que nuestros contemporáneos creen. Es raro que un principio de valor genuíno para la humanidad sólo pueda ser propagado por la fuerza militar. Como regla general, es la parte mala de los principios y no la parte buena la que hace necesaria una lucha en su defensa. Por esta razón aquella parte mala es la que toma protagonismo durante el progreso de una guerra de principios. Una nación sosteniendo una guerra en defensa de la tolerancia religiosa con seguridad perseguiría a aquellos de sus ciudadanos que no creyesen en tal tolerancia. Una guerra de parte de la democracia, si es larga y dura, acabará con seguridad excluyendo del poder a aquellos que no estuvieron a favor de la misma. Mr. George Trevelyan, en un pasaje elocuente, describe la derrota que, como consecuencia última de nuestra guerra civil, sufrieron los ideales de tanto puritanos como caballeros. Esta fue la maldición de los vencedores, no morir, sino vivir, y casi perder su terrible fe en Dios; cuando presenciaron la Restauración, no de una vieja alegría demasiado alegre para todos ni de una vieja lealtad demasiado leal para ellos, sino de la corrupción y el egoísmo de quienes no tenían país ni rey. El sonido de los cañones puritanos ha cesado hace mucho tiempo, pero aún en el silencio del jardín pesan el destino inalterable, dando vueltas sobre sitiadores y asediados, con tal precipitación por destruirse entre ellos y permitir que sólo los viles sobrevivan. Este conflicto común entre ideales opuestos es el castigo usual, aunque no invariable, por apoyar los ideales por la fuerza. Mientras que podría concederse que este tipo de guerras no siempre deben ser condenadas, debemos sin embargo escrutar muy escépticamente cualquier reclamación de que una guerra está justificada porque la victoria de uno de los bandos será la de un principio importante para nosotros.

Hay quien mantiene que la presente guerra es una guerra en defensa de la democracia. No sé si este punto de vista es adoptado por el Zar, y buscando la estabilidad de la alianza sinceramente espero que no lo sea. No deseo, sin embargo, disputar la proposición de que la democracia en las naciones occidentales sufriría de vencer Alemania. Lo que sí deseo disputar es la creencia, sostenida frecuentemente en Inglaterra, de que si los aliados vencen la democracia puede serle obligada a una Alemania que no la desea como parte de las condiciones de la paz. Quien piensa así ha perdido de vista la letra del espíritu de la democracia. Los alemanes tienen la forma de gobierno que desean y cualquier otra forma impuesta por una victoria extranjera no estaría en armonía con el espíritu de la propia democracia, aunque se piense que sí conforma con aquella letra. Se hace bien en desear intensamente la victoria de los ideales que creemos importantes, pero suele ser un signo de indebida impaciencia creer que lo importante para los ideales de uno puede ser llevado adelante mediante la sustitución de fuerza por persuasión pacífica. Forzar la democracia por la guerra es sólo repetir, a gran escala y con resultados mucho más trágicos, el error de quienes la buscaron aquí vía el cuchillo del asesino y la bomba del anarquista.

V.



El siguiente tipo de guerra a ser considerada es la guerra en defensa propia. Se admite universalmente como justificable este tipo de guerra, y sólo Cristo y Tolstoi han llegado a condenarlas. La justificación de las guerras en defensa propia es muy conveniente, dado que que se sepa nunca ha habido aún una guerra en la que no haya habido defensa propia. Los estrategas nos aseguran que la verdadera defensa es el ataque; y cada gran nación cree que su propia fuerza descomunal es la única garantía posible de paz mundial y que sólo puede garantizarse con la derrota de otras naciones. En la guerra actual, Serbia se defiende de la brutal agresión de los austrohúngaros. Austria y Hungría se defienden de la agitación revolucionaria que se pretende que los serbios han fomentado. Rusia está defendiendo a los eslavos contra la amenaza de los teutones; Alemania defiende a la civilización teutona contra las provocaciones de los eslavos. Francia se defiende contra una repetición de lo de 1870 e Inglaterra, en principio sólo preocupada de que se mantenga el status quo, no deja desde luego de defenderse de una potencial amenaza contra su superioridad marítima. La apelación a la defensa propia por parte de cada combatiente aparece ante su enemigo como simple hipocresía porque, en cada caso el adversario piensa que tal defensa propia sólo quedará satisfecha por la conquista. Mientras que se considere que el principio de la defensa propia es una justificación suficiente para la guerra, una guerra en defensa propia sólo podrá justificarse tal y como una guerra de principios lo hace. Pienso, sin embargo que, incluso como asunto de política práctica, el principio de no-resistencia contiene una inmensa cantidad de sabiduría que el hombre aprovecharía si tuviese el coraje de intentarlo.

Los males sufridos durante una invasión hostil se sufren porque se ofrece resistencia. El Ducado de Luxemburgo, que no estaba en posición de ofrecer resistencia alguna, ha escapado al terrible destino de otras regiones ocupadas por tropas hostiles. Lo que una nación civilizada puede conseguir contra otra por medio de la conquista es mucho menos de lo que se supone comúnmente. Se dice, aquí y en Alemania, que cada parte lucha por conservar su existencia pero, cuando se escruta este razonamiento, se encuentra que oculta gran parte de confusión en el pensamiento inducida por el pánico irreflexivo. No podemos destruir Alemania ni con una victoria militar completa ni asímismo puede Alemania destruir Inglaterra ni aún sí todos nuestros barcos fuesen hundidos y Londres fuese tomado por los prusianos. La civilización inglesa, el idioma inglés, las fábricas inglesas, aún existirían y, como ejemplo de política práctica, sería totalmente imposible para los alemanes establecer una tiranía en este país. Si a los alemanes, en lugar de resistir por la fuerza de las armas, se les hubiese permitido pasivamente establecerse dondequiera que hubiesen deseado, el halo de gloria y coraje que rodea a la brutalidad de los éxitos militares no habría aparecido, y la opinión pública en la propia Alemania hubiese considerado imposible toda opresión. La historia de nuestros propios asuntos con nuestras colonias facilita suficientes ejemplos que muestran cómo bajo tales circunstancias el rechazo de un autogobierno no es posible. En una palabra, son los medios con los que se repele una agresión hostil los que hacen que las agresiones hostiles resulten desastrosas y los que generan el miedo por el cual las naciones hostiles llegan a considerar la agresión justificada. Como entre naciones civilizadas, por lo tanto, la no-resistencia dejaría de parecer un ideal religioso distante y pasaría a ser considerado el curso de una sabiduría práctica. Sólo el orgullo y el miedo se interponen a su adopción. Pero el orgullo de la gloria militar podría ser sustituido por un orgullo más noble, y el miedo ser superado por una realización más clara de la solidez y la indestructibilidad de las naciones civilizadas modernas.

VI.



El último tipo de guerra que tenemos que considerar es la que he llamado guerra de prestigio. El prestigio raramente es más que uno de los elementos que causan una guerra, pero habitualmente es un elemento muy importante. En la presente guerra, hasta que finalmente estalló por completo, era de hecho el único elemento implicado, aunque tan pronto comenzo la lucha otros muchos más importantes pasaron a plantearse. La cuestión inicial entre Austria y Rusia era prácticamente en su totalidad un asunto de prestigio. La vida de los habitantes de los Balcanes no debería haberse visto demasiado afectada por la participación o no de oficiales austríacos junto con los presuntos cómplices serbios de los asesinatos de Sarajevo. Esta importante cuestión, una de por las cuales la guerra está siendo librada, concierne a lo que se conoce como la hegemonía en los Balcanes, y es absolutamente una cuestión de prestigio. El hombre desea sentir el triunfo, y teme a la sensación de humillación que supone satisfacer por completo las demandas de otra nación. Antes que hacer inevitable el triunfo, que hacer eterna la humillación, se desea aplicarle al mundo los mismos desastres que se están sufriendo y todo el cansancio y la pobreza que va a seguirse sufriendo. El deseo de castigar y hacer eternos esos males está casi universalmente bendecida; se considera de alto espíritu, digno de una gran nación que demuestra fidelidad a las tradiciones ancestrales. El más tenue signo de razonabilidad es atribuido al miedo, y se recibe con vergüenza en un bando y mofas en el otro. En la vida privada existía el mismo estado de opinión cuando los duelos aún se practicaban, y aún existe en los países donde la costumbre permanece. Ahora se reconoce en cualquier parte del mundo anglosajón que el concepto del honor que hizo que los duelos existiesen era una estupidez y un engaño. Puede que no sea demasiado esperar que algún día el honor de las naciones, como el de los individuos, acabe siendo medido sólo por su capacidad para hacer daño. Puede difícilmente ser esperado, sin embargo, que ese cambio llegue mientras la relación entre las naciones siga estando en manos de diplomáticos que actúan únicamente bajo el anhelo del triunfo militar o diplomático del país del que proceden, y cuyo modo de vida les hace ignorantes de los hechos políticos y económicos realmente importantes para la vida de los ciudadanos, y de los cambios de opinión y de organización que han hecho de este mundo un lugar muy distinto del que era en el siglo dieciocho. Si debe hacerse algún tipo de progreso introduciendo algo de salud mental en las relaciones internacionales, es vital que esas relaciones estén en manos de personajes alejados de la aristocracia, más cerca del hombre normal, y más emancipados de los prejuicios de un tiempo pasado. Es necesario también que la educación popular, en lugar de inflamar el odio hacia los extranjeros y de representar incluso el más minúsculo triunfo como digno de los más elevados sacrificios, intente en cambio producir algún sentido de solidaridad con la humanidad y desprecio hacia aquellos elementos hacia los que los diplomáticos, casi siempre secretamente, hacen fluir la virilidad y el heroísmo de su pueblo.

Los objetivos por los que los hombres han luchado en el pasado, justos o injustos, no deben seguir siendo obtenidos mediante guerras entre naciones civilizadas. El gran peso de la tradición, de los intereses económicos o de la insinceridad política, está estrechamente ligado al anacronismo de la hostilidad internacional. Sin embargo, puede que no resulte quimérica la esperanza de que la presente guerra, que ha estremecido la conciencia de la humanidad más que cualquier otra guerra en la historia anterior, produzca una repulsión hacia métodos anticuados que podría llevar a naciones exhaustas a insistir en una hermandad y una cooperación que sus gobernantes les han negado antes. No hay motivo contra el establecimiento de un consejo de potencias que delibere todas las disputas de cara al público. Nada se opone a esto excepto el orgullo de gobernantes que no desean que nada que no sean sus propios deseos les controle. Cuando esta gran tragedia ya se haya encaminado a su desastrosa conclusión, entonces las pasiones de odio y autoafirmación habrán dado paso a la compasión con la miseria universal, y las naciones posiblemente se darán cuenta de que han estado luchando ciegas y engañadas, y que el camino de la piedad es el camino de la felicidad para todos.

Bertrand Russell, Trinity College, Cambridge.

The Ethics of War, por Bertrand Russell, fue publicado en el número de enero de 1915 del International Journal of Ethics. El original está disponible en el dominio público. Se facilita la traducción bajo la misma licencia que el resto del blog.

humanismo guerra bertrandrussell

Saliendo del armario ateo

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.



En este episodio de Padre de Familia, Meg se vuelve creyente después de ver a su querido Kirk Cameron en un canal religioso de televisión. Cuando intenta convertir a Brian, éste explica que es ateo en frente de toda la familia. Es entonces cuando el asunto se le complica. En realidad es tan fastidioso salir de este armario como lo es de cualquier otro.

Visto en Atheist Movies.

Artículos relacionados







humanismo religion ateismo kirkcameron humor familyguy

George Carlin y el hombre moderno

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.



George Carlin convierte la razón de ser del hombre moderno en absurda vanagloria del trabalenguas. En este caso realmente no tiene ningún sentido traducir los subtítulos. Es uno de sus números más memorables, así que si has venido a presumir de que ha existido algún cómico stand-up más grande que Carlin, simplemente piérdete.

Artículos relacionados





humanismo humor clima georgecarlin

La ciencia según los famosos

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.

Paris Hilton manifestó recientemente su miedo a viajar al espacio —lugar donde por otra parte nadie la ha reclamado— porque cree que al regresar todos sus seres queridos podrían haber muerto a causa del tiempo relativo que hubiera transcurrido; del orden de 10.000 años, según ella.

Madonna sostiene que la cábala neutraliza las radiaciones.

Victoria Beckham confunde la astronomía con la astrología, algo que por otra parte tiene probablemente en común con más de la mitad del resto de la humanidad. «Me interesa mucho la astronomía, como a todos los aries».

John McCain y Barack Obama manifestaron publicamente que existe una relación entre la vacuna triple vírica y el autismo. Varios expertos les enviaron 14 estudios sobre el tema para que se desdijeran.

El gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, antes act... El gobernador de California, vamos, también fue tachado de alarmista cuando pidió prohibir los ftalatos, compuestos químicos presentes en algunos juguetes. «Están amenazando la salud de nuestros hijos y pueden tener graves consecuencias para su desarrollo físico». El químico Peter Guengerich le tuvo que aclarar que aunque algún tipo de ftalato puede ser nocivo, los que se usan industrialmente son inocuos, tal y como han demostrado varias investigaciones, entre ellas la realizada en 2006 por la Oficina Química Europea. «Los ftalatos se utilizan hasta para fabricar material médico, como los catéteres».

Para la neumática Pamela Anderson «no es la contaminación lo que daña nuestro ambiente. Son impurezas que hay en el agua y en el aire las que lo hacen». Irrefutable.

Demi Moore confesó en una entevista para David Letterman que sigue un tratamiento con sanguijuelas: «Te desintoxican por dentro, por una enzima que vuelcan en tu sangre. Pero no sirve cualquier sanguijuela. Tienen que estar médicamente entrenadas». Cabe sospechar que entrenar sanguijuelas debe ser un trabajo extremadamente bien pagado.

En 2007, la modelo Heather Mills, ex mujer de Paul McCartney, en una intervención realizada en Hyde Park, Londres, propuso beber leche de rata para luchar contra el cambio climático. «Los animales criados para lácteos son una de las grandes amenazas para el medio ambiente», dijo. «Debemos beber leche de rata. Y a quien le resulte demasiado asqueroso, que pruebe con la de perros y gatos».

La actriz Carol Alt confesó que solo comía alimentos crudos. «Al cocinar se produce la transhidrogenización de las grasas. Por eso, el cuerpo no puede leer su composición molecular y no las digiere. Eso hace que se solidifiquen y a nuestro metabolismo le cueste tanto eliminarlas». ¿Quién dijo que lo de Ferrán Adriá tenía merito?

Y ya quedándonos en España, Ana Obregón, tan bióloga como madre, admite que es capaz de detectar la herencia genética de su hijo simplemente fijándose en su forma de andar; y Txumari Alfaro, que se ha hecho famoso por reciclar los típicos remedios de la abuela, añadiéndole algún toque excéntrico, como el beber la orina cada mañana para lucir más saludable, asegura que comer carne nos hace déspotas y racistas. «La mala alimentación nos hace más déspotas, más tiranos, más agresivos y más racistas. El que come mucha carne o productos envasados y enlatados está tomando alimentos que no tienen vida». A mí me gustan las verduras, pero no tanto.

Preocupados porque el público pueda creer las afirmaciones pseudocientíficas de sus ídolos, en Inglaterra se ha creado la asociación Sense About Science para intentar servir de contrapeso a declaraciones tan sumamente contraproducentes. Su lema es muy juicioso. «Seguir algunos de los consejos de nutrición y salud de las estrellas puede ser el camino más corto al cementerio».

Gracias, Emilio.

Artículos relacionados







Barack Obama y el Pulitzer

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.

Lo debe saber todo el que me conoce bien; soy un amante de la fotografía. La de debajo es la ganadora del premio Pulitzer de este año, obra de Damon Winter. Es una instantánea de Barack Obama dando una conferencia en Chester, Inglaterra. Todo en la fotografía es magnífico y si no me extiendo en detalles es porque no es el tema de este blog y no deseo confundir a mis lectores. :)



Vista en ALT1040.

Artículos relacionados






humanismo fotos america barackobama

Francisco Franco, líder de la oposición

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.

franco pp

¿Estába yo hablando de fakes? Bromeaba.

Visto en La Democracia.

Artículos relacionados







1 disparo, 2 muertos

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.

1 shot 2 kills

Se trataría de una camiseta deportiva en la que puede verse el dibujo de una jihadista armada con una ametralladora y embarazada, en el centro de un punto de mira y con una leyenda debajo que dice «1 disparo, 2 muertos». Si es un fake, se lo han colado a la prensa escrita española. Si no lo es, es justo lo que Israel necesita para que en cualquier otra parte entiendan la naturaleza de sus acciones armadas. En uno y otro caso, no tiene gracia.

Artículos relacionados





La energía nuclear ya es verde

Publicado por Ismael

Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.

Angela Saini es una periodista independiente especializada en ciencia y tecnología y su impacto en la sociedad, y colaboradora habitual del Digital Planet emitido por la BBC. En este artículo publicado en New Humanist nos detalla una tendencia interesante. La dependencia de los combustibles fósiles nos ha traido el cambio climático y a al-Qaeda. El uso de energías renovables aún no permite responder a las necesidades energéticas de las civilizaciones actuales. La oposición a la energía nuclear lleva años siendo un dogma entre la izquierda europea y los ecologistas. Sin embargo, deberíamos estar preparados tecnológicamente para responder a los desafíos que su uso comporta. ¿Por qué no abrazar la energía nuclear siguiendo siendo verdes? La traducción es de Ismael Valladolid, editor de La media hostia. El documental correspondiente está disponible en Al Jazeera English.

Angela Saini

La batalla ha sido perdida. Hace exactamente un año el gobierno británico confirmó los rumores de que una nueva generación de plantas nucleares estará en funcionamiento en 2020. «Se equivocan» insiste Greenpeace. «La energía nuclear no es la respuesta» imploran Friends of the Earth. Pero sus súplicas han caído en oídos sordos. Para muchos defensores del medio ambiente ésta es la incómoda prueba final de que mucha gente simplemente no odia la energía nuclear.

De hecho algunos verdes están incluso cambiando de bando. Environmentalist for Nuclear Energy, la EFN, un grupo cuyo nombre un día habría sido considerado un oxímoron, hoy reúne a más de 9.000 miembros en 60 países. En su sede en París, su fundador Bruno Comby prepara sitio en su casa ecológica para almacenar la enorme cantidad de formularios de ingreso y de correspondencia que recibe. El grupo tiene un catálogo de apoyos muy significativos, incluyendo a James Lovelock, el llamado «padre del ambientalismo» y autor de The Gaia Theory, así como Patrick Moore, antiguo director de Greenpeace International. En 2008, los activistas verdes George Monbiot y Mark Lynas admitieron ambos también que la presión por encontrar soluciones para la crisis energética creada por el cambio climático no basadas en combustibles fósiles les obligaría a estar preparados para considerar la energía nuclear.

«En muchos sentidos hemos pensado sobre este tema religiosamente» admite Monbiot mientras le filmo para un documental sobre la energía nuclear. «La gente parte de la posición preexistente de ser antinuclear y luego busca las evidencias para justificar esa posición. Enfrentados al tremendo desafío del cambio climático, tenemos que aportar al problema cualquier solución útil que se nos ocurra, y ahora empezamos a ver a la energía nuclear como algo mucho más útil de lo que pensabamos al principio». Puede parecer una idea racional pero es un bofetón en la cara del movimiento verde más atrincherado; con la naturaleza no se juega. Arrasar los bosques y permitir que la vida salvaje se extinga es reprobable pero, ¿qué hay peor que jugar con el bloque más básico del que se compone la naturaleza, el átomo?

Según el clásico logo de la campaña para el desarme nuclear cumplía los 50 el pasado año, se hizo evidente que mantiene la capacidad de evocar las mismas emociones que sintieron los manifestantes en Aldermaston décadas antes. Para los activistas verdes de la generación Aldermaston, la cuestión nuclear es un ataque al corazón de su movimiento. Muchos se preguntan si es ideológicamente posible ser verde y pronuclear, lo que hace más increible que unos pocos se hayan tragado sus eternas creencias y ahora abracen la energía nuclear.

«Nos hemos opuesto a la energía nuclear desde nuestro nacimiento» me cuenta Nathan Argent, responsable de las campañas antinucleares de Greenpeace. «Nuestras objeciones se realizan incluso contra una aproximación pragmática a la energía nuclear. Pensamos que hay formas más baratas y más efectivas de combatir el cambio climático». Según cada vez más ambientalistas empiezan a aceptar la energía nuclear, Greenpeace y Friends of the Earth se emperran en mantener que la solución es reducir el uso de combustibles fósiles mientras se aumenta el porcentaje de las renovables en la mezcla energética. El problema con esto es que, al menos en el Reino Unido, eólica y solar proporcionan energía de forma intermitente y dependiendo de las condiciones climáticas. Un movimiento hacia las energías alternativas necesitaría que proporcionasen una fuente constante y estable de energía, algo que hoy en día sólo los combustibles fósiles o la energía nuclear proporcionan.

A científicos e ingenieros les corresponde ahora la titánica tarea de convencer al público, muchos de ellos dedicando sus vidas a mejorar los estándares de la industria nuclear. En un esfuerzo por combatir la imagen de problema crónico nacida con los desastres de Chernobyl en 1986 y Three Mile Island en 1979, la energía nuclear es hoy en día la fuente más regulada, no sólo por las instituciones nacionales sino además por la ineludible International Atomic Energy Agency de la ONU. En consecuencia no hay incidentes nucleares desde los ochenta. Incluso el incidente de Three Mile Island, el más grave ocurrido en Occidente, elevó los niveles locales de radiación sólo marginalmente sobre los cotidianos. Hasta hoy ninguna muerte ha podido ser atribuida a dicho accidente.

Len Green, un ingeniero que ayudó a construir la estación nuclear Sizewell B, explica que las plantas modernas están preparadas para enfrentarse a cualquier posible contingencia, incluyendo el tipo de error humano que llevó a la explosión de Chernobyl. «El diseño es verificado hasta el último detalle, así como cada paso de la construcción, y durante su funcionamiento en todo momento». De acuerdo con el profesor Robin Grimes, físico de materiales en el Imperial College de Londres, y antiguo investigador en Los Alamos, no es que sean seguras, es que son a prueba de idiotas. «Los nuevos diseños de plantas nucleares utilizan sistemas pasivos, lo que las hace preparadas para simplemente cerrar el reactor en caso de problemas. El operador no tiene que hacer nada al respecto».

El argumento tantas veces repetido de que la energía nuclear es cara es aún menos razonable que el de que es insegura. Mientras que levantar una nueva planta requiere una gran inversión, el coste se recupera durante su tiempo de vida de forma más rápida que en una planta petrolífera o de gas. Y cuando el coste de extraer y almacenar el combustible repercute en el precio de venta del combustible fósil, la energía nuclear se pone rápidamente en primer lugar. Y las renovables tampoco pueden competir en precio. Un estudio de la Royal Academy of Engineering británica realizado en 2004 explicaba que el coste de generar energía eólica duplica al de la nuclear. Incrementar el porcentaje de renovables masivamente introduce también el problema de extender la red de paneles solares o de molinos de viento por todo el país.

De hecho la IAEA sugiere que la situación económica actual hace deseable el renacimiento de lo nuclear. La generación de energía nuclear habrá aumentado entre un 27 y un 50 por ciento hacia 2030, principalmente en India y China. Incluso Lituania, un pequeño estado báltico que pretende mejorar su economía desde los estragos del comunismo, pretende que una nueva planta nuclear reemplaze la vieja de la que en la actualidad disponen en el pequeño pueblo de Ignalina. Poder ofrecer energía eléctrica barata, y ser independientes energéticamente tiene mucho sentido económicamente, especialmente si un solo reactor puede proporcionar toda la energía eléctrica que Lituania necesita más un sobrante con el que comerciar. El director del instituto energético lituano ha declarado con franqueza que en Lituania simplemente ningún grupo verde ha intentado bloquear iniciativa nuclear alguna.

«Creo que muchos verdes lentamente están decidiendo que la energía nuclear es mejor que las alternativas» explica Grimes. Incluso la más habitual objeción verde a las nucleares, el tema de los residuos radiactivos, está siendo resuelto. El Reino Unido aún no dispone de un repositorio central para almacenar el combustible nuclear y continúa almacenándolo junto a cada planta. Según comiencen a funcionar los nuevos reactores, se producirán caso medio millón de toneladas de residuos, algunos de los cuales permanecerían siendo peligrosos durante milenios. Contra lo que reza el folklore verde, éste no es un problema inmutable. La Nuclear Decommissioning Authority, junto con los mejores ingenieros nucleares y geólogos del país, trabajan ya en una nueva forma de almacenaje. Encerrados bajo capas de cemento y cientos de metros de roca, esperan, tal y como lo hacen intenieros construyendo sistemas similares en Finlandia y los Estados Unidos, que los residuos estarán almacenados de forma segura. Trabajan con escalas temporales de millones de años, es decir, en sistemas que faciliten que los residuos estén seguramente almacenados no sólo más allá de lo que vivan nuestros descendientes sino probablemente de lo que dure la civilización humana.

Para científicos como Grimes el debate nuclear se ha convertido en un simple asunto educativo. Que los verdes consideren la energía nuclear es un triunfo del racionalismo sobre el miedo, aunque sea aún marginal. Este desplazamiento no es en un solo sentido. Científicos y activistas empiezan a encontrarse en otros asuntos que tradicionalmente les han enfrentado como las pruebas médicas con animales o los cultivos transgénicos. Hazte con una copia de cualquier publicación científica y te encontrarás con que las últimas noticias sobre investigaciones probablemente tratarán sobre consejos para reducir tu huella de carbón o reciclar más efectivamente. «El argumento verde siempre fue un desafío, y ahora nos invita a pensar en la forma de aplicar la ingeniería y la ciencia en su beneficio. Yo le doy la bienvenida a este debate» dice Grimes. El cambio climático ha unido a científicos y ambientalistas como nunca antes. Los investigadores proporcionan los datos científicos críticos y los verdes el impulso político. Esta cooperación ha ayudado a conseguir cierto consenso en torno a la energía nuclear.

Un consenso aún limitado. El debate nuclear aún sufre de irracionalidad, hasta el punto de que los ecologístas pronucleares son criticados por los de toda la vida simplemente por atreverse a sugerir que la energía nuclear tiene un sentido ecológico. Comby me cuenta que estos activistas no van a callarle. «Nos han atacado con veneno, pero al final nuestras ideas triunfarán, porque están basadas en la verdad científica y ésta es la que siempre se impone» dice.

¿Cómo de probable es que el resto de los verdes se unan a la cada vez mayor lista de disidentes y se pasen al lado nuclear? De momento no demasiado. La oposición de Greenpeace a cualquier solución apenas remotamente nuclear va tan lejos como para protestar ante uno de los desafíos científicos más fascinantes del siglo, el Reactor Termonuclear Experimental Internacional o ITER construido en Cadarache, Francia. El ITER es un proyecto multimillonario financiado por la Unión Europea, Japón, China, India, Rusia, Corea y los Estados Unidos, que pretende desarrollar la fusión nuclear, es decir, obtener energía de la unión de átomos, en lugar de la fisión de los sistemas convencionales actuales.

La fusión es un desafío tecnológico extremo, pero de tener éxito estaremos ante una forma de proporcionar energía limpia ilimitada a las futuras generaciones. Un milagro verde, si tan sólo más verdes intentasen verlo así.

Artículos relacionados