La media hostia ahora es Scientia Futura

Sam Harris o cómo no creer en Dios

Publicado por Ismael

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Traduzco la charla dada por Sam Harris el 6 de octubre de 2006 en la conferencia anual de la Freedom From Religion Foundation, en San Francisco. Se trata de uno de los manifiestos humanistas más emocionantes redactados a lo largo de nuestro siglo. La traducción es libre, pero la presumo precisa y fiel al original. El resaltado es propio.

«Después de publicar The End of Faith, recibí gran cantidad de correspondencia, en su mayor parte e-mails. Dado que tengo la buena suerte de haber podido publicar este libro en un país donde el 83% de la gente cree que Jesús literalmente resucitó de entre los muertos, gran parte de esta correspondencia era negativa, aunque no toda. Creo que muchos de vosotros presumirá que la mayor parte de quien escribía ese e-mail podía parecer irritado. No es así en absoluto. Pero buena parte sí revelaba un enfado quizá justificable pero que uno generalmente no asocia con los ideales del cristianismo.

Comencé a responder a esos e-mails, y desarrollé varias cartas-tipo para este propósito. Tenía una carta-tipo para musulmanes —algo que no resultará sorprendente a quienes hayan leído el libro—. Pero de las respuestas que obtuve a mis cartas-tipo para cristianos, me di cuenta de que algún día podría escribir algo parecido a la madre de todas las cartas-tipo, un libro muy corto. Ese resultó ser mi segundo libro, Letter to a Christian Nation.

Esta noche voy a hablar sobre algunos de los argumentos que los religiosos, y los cristianos en particular, utilizan en defensa de sus creencias religiosas. Resulta que no hay miles de formas de defender a Dios, hay más bien pocas, y esos argumentos son los que utilizo en mi Letter to a Christian Nation.

Primero quiero describir cómo veo nuestra situación actual en el mundo. El 87% de los norteamericanos afirman no dudar en forma alguna de la existencia de un Dios personal. El 53% cree que el universo tiene 6.000 años de edad, y que los seres humanos no tienen precursores genéticos en el mundo natural, aparte de Adán y Eva. El Diseño Inteligente, del que todos hemos oído hablar tanto, es una especie de arenque rojo —N. del T. Red herring en el original. En los juegos de aventura, se llama así a los objetos inútiles que únicamente ocupan espacio en la mochilla—, dado que, de acuerdo con la última encuesta de Gallup, el 53% de los norteamericanos se consideran creacionistas. En 2005, se realizó una encuesta en 34 países, intentando determinar los niveles de creencia de sus habitantes en la evolución, y los Estados Unidos ocuparon el penúltimo lugar, sólo por encima de Turquía.

Resulta embarazoso. Pero si añades a esta comedia de falsas certezas el hecho de que el 44% de nosotros piensa que la segunda venida de Jesús sucederá durante nuestras vidas —el 22% está seguro, mientras que otro 22% piensa que es probable— se aprecia que existe una fidelidad realmente terrible hacia este tipo de creencias. Éstas se asocian con una gran variedad de otras creencias sobre el fin del mundo, y sobre el cumplimiento de las profecías bíblicas. Lo que quiero discutir es que esto es completamente incompatible con intentar preparar un futuro duradero para nuestra civilización.

No es una exageración decir que aquel 44% de los norteamericanos está esperando impacientemente el fin del mundo. Es difícil aceptar que casi uno de cada dos de nuestros vecinos realmente cree en esto, y voy a hablar sobre ello en unos instantes, aunque distintas encuestas lo han revelado hasta la nausea. Considérese una institución como la universidad Patrick Henry. Nació hace sólo seis años, y tiene cerca de 250 estudiantes. Se trata de una escuela especializada en llevar jóvenes cristianos al gobierno. Todos los que se matriculan en la Patrick Henry firman una declaración de fe, que dice: «Cualquiera que muere lejos de Cristo será confinado en un tormento consciente durante la eternidad». Esto es así aparentemente lo más importante que debes tener en la cabeza si vas a formar parte del gobierno estadounidense durante el siglo XXI. Patrick Henry coloca más internos en la Casa Blanca que cualquier otra universidad en los Estados Unidos. Más que Hardvard, que Princeton y que Yale.

En 2004, la Coalición Cristiana otorgó a 42 de los 100 senadores en los Estados Unidos puntuaciones perfectas, significando que practican la posición correcta según el cristianismo en toda cuestión de importancia. Es decir, que no hace falta ser un paranoico para apreciar que se está fundando una teocracia en este país.

Y esto no es saludable. ¿Alguien piensa que sí lo es?

Tenemos que darnos cuenta de que la gente realmente tiene y practica estas creencias. Puede haberse notado que, durante el reciente conflicto entre Israel y sus vecinos, fuimos inundados con especulaciones en la prensa sobre si esto era un aviso del fin del mundo. La CNN dedicó hasta tres horas a esta cuestión a lo largo de una semana. Ningún periodista en estos programas apuntó lo obvio, o lo que debería ser obvio, que este punto de vista de los acontecimientos a través del prisma de las profecías bíblicas es completamente ilegítimo, peligroso y potencialmente autorrealizable —N. del T. Self-fulfilling en el original, aquí una explicación del concepto—.

No hablamos de un límite que roza lo lunático. Muchos de entre esta gente son sin duda lunáticos, por supuesto, pero no están al límite de la sociedad. Hablamos de pastores de megaiglesias con congregaciones de decenas de miles. Hablamos de organizaciones con presupuestos de decenas de millones de dólares, algunas de incluso cientos de millones al año.

Hablamos de organizaciones como los Cristianos Unidos por Israel, que está intentando influir en la administración para llevar a cabo una línea dura de actuaciones contra Irán, por razones bíblicas. Podría ser que fuese razonable llevar a cabo esta línea dura contra Irán, por supuesto, pero no va a ayudar en ningún caso tener detrás un grupo de maníacos religiosos empujándonos a hacerlo por los motivos equivocados.

Así que literalmente hablamos de hombres y mujeres adultos que esperan ser raptados por Jesús hacia el cielo. Y sí, si es posible creerlo, el dibujo es realmente más desolador en el mundo musulmán. Allí, nos embarcamos en un conflicto con cientos de frentes, para 1.400 millones de personas, un porcentaje muy significativo de los cuales piensa que cualquier cuestión política o moral debe despejarse mirando al Corán. Quiere decir que, en cualquier conflicto de cualquier tipo entre un musulmán y un no-musulmán, van a ponerse de parte del musulmán, no importa cómo de sociopáticos sean en realidad sus argumentos.

Mucha gente en nuestra sociedad, que deberían pensarlo mejor, como nuestros queridos laicos, se inclinan por pedir perdón por esta situación, imaginando que todos los conflictos con el mundo musulmán vienen de nuestra incompetencia, nuestra codicia, y nuestros errores del pasado. Es cierto que tenemos mucho por lo que pedir perdón, pero como todos los que ya hayan leído The End of Faith saben, creo que todo encierra un peligroso malentendido. Es un peligroso malentendido incluso si piensas que Iraq ha sido una catástrofe, como yo lo pienso. No hay discusión sobre los enemigos que hemos hecho en Iraq. Pero muchos otros de esos enemigos en realidad no los hemos hecho ahora. Y de los que hemos hecho, lo hemos hecho en gran parte a partir de la teología.

Veo a la fe jugando a un juego peligroso desde los dos lados del tablero. El mayor problema para nosotros, laicos y moderados, es que nos resulta muy difícil aceptar que la gente realmente cree este tipo de cosas. Somos muy malos apreciando cómo de lejos llegan los religiosos literalistas. Los moderados simplemente afirman que el fundamentalismo es una perversión de la fe, y que si la fe se corrompe, el problema no es la fe sino el fundamentalismo. Esto da cobertura a los extremismos religiosos, dado que los moderados no nos permiten criticar a la fe en sí misma, ni a la tendencia a creer en cosas basadas en una pésima evidencia.

Me gustaría explicar por qué creo que estamos en esta situación, por qué la gente cree lo que cree y por qué los cristianos, específicamente, creen en lo que creen, y cómo siempre surge gente que defiende a Dios. Hay sólo dos formas de hacer esto último: Bien argumentar que las doctrinas religiosas son ciertas, bien argumentar que son útiles. Habitualmente se mezclan los dos argumentos sin distinguir entre ellos. Sin embargo, es útil separarlos.

Primero, considérese la petición de que cualquier doctrina religiosa es cierta, específicamente la doctrina del cristianismo. Si eres cristiano, argumentarás que hay buenas razones para creer que Jesús nació de una virgen, que la biblia es la palabra de Dios, y de hecho muchos cristianos argumentan así. Dirán: «La tumba apareció vacía al tercer día, ¿cómo explicas eso?», o «muchos de sus discípulos vieron a Jesús caminar tras ser crucificado, esto es un milagro, es la prueba de que era hijo de Dios». O de otro modo, también muy común, invocarán la noción de la profecía y su confirmación. La idea es que los eventos del Nuevo Testamento confirman las profecías del Antiguo Testamento. Por supuesto, es un pésimo argumento. Por ejemplo, en el libro de Micah, capítulo 5, se dice que el Mesías nacerá en Belén y, he aquí que en Mateo, capítulo 2, Jesús nace en Belén. Es algo parecido a cuando las profecías en el primer libro de El Señor de los Anillos se confirman por las cosas que pasan en el tercer libro.

Lo que quiero que reconozcas es que confiar en la profecía es en sí mismo discutible. Se trata de un intento de razonar la validez de las creencias. Es un intento de decir que dichas creencias son ciertas dentro de algún tipo de marco racional. En este sentido, estos religiosos funcionan como malos científicos. Tienen creencias que creen que se adaptan al mundo. Piensan que son ciertas. Por esto hay doctrinas religiosas específicas que deben ser refutadas. Si hay una buena razón para creer que llueve afuera, no podemos afirmar de repente que creemos que no llueve. Es necesaria alguna evidencia.

Es este primer modo de argumentar la existencia de Dios —la noción de que las creencias religiosas son ciertas— lo que inevitablemente pone a la religión en colisión con la ciencia. Son creencias basada en malas evidencias. Pretenden describir el mundo de la forma en la que lo hacen los científicos, pero sin adaptarse al nivel de evidencias que exigimos de la ciencia y de la racionalidad. Si crees, por ejemplo, que la Guerra Civil fue un bulo, o si piensas que en realidad sucedió en 1920, o das buenas razones o serás considerado un loco. Cambiamos las reglas del juego cuando empezamos a hablar del origen divino de ciertos libros. Es un claro ejemplo de doble estándar: No respetamos la estupidez en nuestra sociedad a no ser que sea estupidez religiosa.

Esto es lo que considero peligroso de la religión. Realmente permite a gente perfectamente sana y perfectamente inteligente creer en cosas en las que sólo deberían creer lunáticos o idiotas, dado que la forma de discurrir automáticamente queda separada de cualquier criticismo. Si te levantas por la mañana pensando que decir unas cuantas palabras en latín convertirán los cereales en tu tazón en el cuerpo de Julio César o Elvis, habrás perdido la cabeza. Si piensas lo mismo de una hostia convirtiéndose en Jesús, no hay nada de malo en ti, simplemente resultas ser católico.

Hay una verdad básica sobre todos nosotros que ningún doble estándar puede borrar: O eres intelectualmente honesto, o no lo eres. O estás dispuesto a mirar hacia los datos desapasionadamente, o a ignorarlos o, peor, a deformarlos para conformar con una ideología previa que tienes. En la ciencia, sistemáticamente nos alejamos del dogmatismo. En la ciencia, aspiramos a la honestidad intelectual. Y, cuando la ciencia funciona, es cuando puede ser llamada ciencia. Eso es lo que se consigue.

La religión requiere una aproximación opuesta. La religión requiere dogmatismo. No hay versión del cristianismo que esté en principio abierta a la proposición, muy probable, de que Jesús nació de un proceso normal de procreación, y que fue asesinado como un animal. No es una versión del cristianismo realmente planteable. Rompe por completo los dogmas del cristianismo. Sin embargo, desafíos similares hacen crecer a la ciencia. Merece la pena notar la diferencia.

Muchos otros argumentan que no hay conflicto entre religión y ciencia. ¿Cómo hacen esto? El truco es este. Hacen dos cosas. Primero, argumentan que ningún ateo puede demostrar que no hay Dios. Así pues, el ateísmo es otra forma de fe: La fe en que no hay Dios. Bertrand Russell aniquiló este argumento hace un siglo con su famosa parábola de la tetera. ¿Puedes probar que no existe una tetera china en órbita elíptica alrededor del sol entre Marte y Júpiter en este momento? Pues, realmente no. ¿Es entonces razonable creer en la existencia de la tetera? No. ¿Es razonable como poco declararse agnóstico con respecto a la existencia de la tetera? Ni mucho menos. Fin del argumento.

No debe ser una carga puesta a las espaldas de los ateos ir por la vida probando la inexistencia de teteras celestiales. Algo a apuntar es que así tratan sin embargo los cristianos a los musulmanes. Miran su discurso. Los musulmanes reclaman tener un libro que es la palabra perfecta del creador del universo. ¿Por qué creen esto? Porque lo pone en el libro. A los cristianos les parece absurdo. Y sin embargo, este nivel de crítica no lo utilizan para sus propios dogmas religiosos.

Hay un segundo truco que algunos usan para hacer compatibles ciencia y religión, y es algo más sutil. Fue usado con buen resultado por Francis Collins en su libro reciente, El Idioma de Dios. Emerge habitualmente cuando encuentras gente considerando la importancia de algún descubrimiento científico específico. Tómese un hecho científico, por ejemplo, que el 99% de las especies que han habitado la tierra están extinguidas. Hay dos preguntas que es posible hacerse ante un hecho así. Puedes preguntar «¿es este hecho compatible con la existencia de un Dios omnisciente, omnipotente y perfectamente benevolente?», o bien puedes preguntar «¿sugiere este hecho la existencia de un Dios tal?» Estas preguntas parecen similares pero no lo son. Piénsese sobre esto. ¿Es el hecho de que el 99% de los productos de Dios han fracasado compatible con la existencia de un Dios omnisciente, omnipotente y perfectamente benevolente? Bueno, sí, en realidad cualquier hecho lo es, añadida la coletilla «¿quién entiende las intenciones de Dios? El puede haber querido destruir todas aquellas criaturas por algún motivo que no podemos alcanzar a entender.»

Pregúntese ahora de otra forma: Viendo que el 99% de las especies han acabado extinguidas, ¿concluiría alguna persona razonable que debe haber una deidad que lo puede todo, lo conoce todo y lo compadece todo manejando las cuerdas? Esto está cerca de ser la última cosa que podría deducirse de los datos. Por supuesto, la diferencia entre las dos preguntas se aplica a cualquier otro evento en la historia de la humanidad que pueda verse desde la fe. Véase el Holocausto. ¿Es el Holocausto compatible con la existencia de un Dios omnisciente, omnipotente y perfectamente compasivo? Bien, sí, puede que simplemente le jodan los judíos —N. del T. Pissed off at the Jews en el original—. O puede que no hubiera podido negarse a ofrecer a los Nazis una oportunidad tan perfecta para pecar. O quizás había una recompensa en el cielo para todo fallecido en una cámara de gas. Es posible siempre añadir coletillas así, de forma que esta versión de Dios sea infalsificable. Pero mírese de nuevo hacia el Holocausto. ¿Por un momento podrías pensar que una deidad invisible, amadora y poderosa se molesta por los asuntos humanos? Ni remotamente.

Dejemos ahora esta verdad aparente por un momento, y hablemos de la noción de que la religión es útil, porque este es el argumento que hace el trabajo sucio para los religiosos, en particular en nuestro país.

El argumento es que la religión es tan útil que es necesaria. La forma en la que se supone necesaria es facilitando un fundamento al comportamiento moral. Se reclama que la religión hace buena a la gente. El miedo es que, sin fe, nuestra sociedad se derrumbaría en antagonismos. Nos veríamos abocados a la avaricia y la maldad, y ninguno de nosotros puede en realidad formarse una intención duradera de ser bueno con los otros sin pensar al mismo tiempo que uno de nuestros libros ha sido dictado por el creador del universo.

Permítaseme decir lo que creo que hace esta idea incorrecta. Primero, se me ocurre que la única base racional para la moralidad es la constancia del sufrimiento de otras criaturas conscientes —para este propósito valen hombres y animales—. Incluso si llegáramos a fabricar ordenadores a quienes considerásemos plenamente conscientes, también tendríamos obligaciones morales con ellos. Por esto no sentimos un compromiso moral con las rocas, porque no se nos ocurre nada que pueda hacer sufrir a las rocas. Tiene sentido entonces que nuestro sentido moral tenga gradaciones. Hablo del hecho de que nos sintamos más concernidos sobre el sufrimiento de los chimpancés que sobre el de los grillos. La diferencia, si está justificada, es que pensamos que los chimpancés son más capaces de sufrir habida cuenta de su neurología más compleja, hecha la relación entre la complejidad física e intelectual y las posibilidades de felicidad y sufrimiento.

El problema con el concepto religioso de moralidad es que las cuestiones morales son sistemáticamente separadas de la realidad vital de humanos y animales. Por eso vivimos en un país donde los cristianos debaten sobre el matrimonio homosexual como la mayor cuestión moral de nuestro tiempo, como si resolver la mayor parte del sufrimiento humano dependiese de resolver esta cuestión.

Así que un concepto religioso de la moralidad tiene el perverso efecto de permitir a la gente religiosa —quienes por otra parte son tan buenos como cualquiera de nosotros— causar un inmenso sufrimiento en otros seres humanos a partir de sus diferencias de dogmas.

Un caso que ilustra la mayor parte de lo que se habla. Considérese a Madre Teresa. Se la considera habitualmente una gran fuerza de la compasión en este mundo y, hasta cierto punto, lo era. No hay duda de que alertó a muchos occidentales de la existencia de cierto tipo de sufrimiento. Yo la encontraba inspiradora, de hecho. Pero he aquí que cuando dio el discurso en el que aceptaba el Premio Nóbel, se permitió declarar que el aborto era la mayor forma de sufrimiento con la que ella se había encontrado. El aborto le hacía perder el sueño más que el hambre, el genocidio, la tortura política o la enfermedad mental, cualesquiera otras formas de sufrimiento humano que ella conocía.

Esto no tiene ningún sentido. Si tu intuición moral consiste en puntuar los distintos sufrimientos en este mundo, el aborto debería estar bien abajo en tu lista de preocupaciones. Puede que un feto abortado sufra al ser destruido. Puede que no. Uno no puede preocuparse por esto razonablemente cuando millones y millones de personas sufren cada día de sus vidas, a menudo por culpa de la crueldad o de la estupidez humanas. Cualquiera de acuerdo con la idea de moralidad de Madre Teresa celebrará que en El Salvador, en este momento, el aborto es completamente ilegal, sin excepciones por violación o incesto, y que hay mujeres que cumplen condenas de cárcel por 30 años por haber abortado ilegalmente. Cuando una chica llega a un hospital con el útero perforado, delatando un aborto ilegal, es atada con grilletes a su cama, y su vagina y útero son tratados como escena del crimen. Imagínese esto en un país que además estigmatiza los anticonceptivos como un pecado contra Dios. Esto es el mal. Y no requiere la colaboración de gente realmente mala. Sólo necesitas gente como Madre Teresa.

El obispo de El Salvador, circunstancialmente, fue quien redactó esta ley, y todo este movimiento para criminalizar el aborto fue iniciado por el papa Juan Pablo, tras un discurso suyo en México en 1999 reclamando que toda latinoamerica fuese libre-de-abortos. Esta es la visión de cómo el mundo debería ser si te adaptas estrechamente al dogma católico.

Lo cierto es que existen buenas razones para tratar bien al resto de la humanidad sin necesidad de creencias. Podemos ser sensibles al sufrimiento de otros seres humanos y darnos cuenta de que nuestra propia felicidad depende en gran manera de actuar siguiendo esa sensibilidad. El problema de la religión es que realmente da malos motivos a la gente para ser buenos, cuando en realidad existen buenos motivos. Es más valioso viajar a África para ayudar a la gente porque te concierne su sufrimiento que hacerlo porque piensas que el creador del universo quiere que lo hagas, que te recompensará por hacerlo, o que te castigará por no hacerlo.

Hay otros problemas con este matrimonio entre religión y moralidad. Esta idea de que nuestra bondad debe surgir de la fe sugiere que nosotros ateos deberíamos tener un comportamiento realmente malo. Tómese una organización como nuestra Academia Nacional de Ciencias, donde un 93% de sus miembros rechaza la idea de un Dios personal. Quizá deberíamos estar asesinando, robando y violando compulsivamente. No conozco a nadie que se haya tomado la molestia de hacer un estudio de nuestro comportamiento, pero me reconozco escéptico ante la idea de que nos encontremos en un recinto plagado de distinguidos criminales.

¿Cuáles son las probabilidades de que nuestros Premios Nobel en química y psicología abusen sexualmente de niños con la frecuencia con la que lo hacen los monjes católicos?

Así que lo que propongo es que cuando las asociaciones científicas y escépticas comiencen a poner bombas en las sedes de los editores periodísticos que han permitido que se publiquen caricaturas nuestras en sus ejemplares, comencemos a hablar de cómo el ateísmo erosiona el fundamento de la moralidad.

Tomando la sociedad en su totalidad, esta conexión entre religiosidad y buen comportamiento es también difícil de establecer. Considérense las sociedades más ateas, Noruega, Suecia, Dinamarca, Holanda, Canadá, Australia. Se verá que tienen los índices más bajos de crimen violento, mortalidad infantil, y la mejor igualdad entre géneros y una renta per capita alta. Con independencia de que te interese estudiar el comportamiento moral, estos son desde luego los mejores sitios para vivir. La misma distinción se aplica dentro de los Estados Unidos. En los estados rojos, llamados así por las convicciones religiosas de su población —N. del T. Rojo tiene en Estados Unidos el significado contrario al que tiene en Europa, los estados rojos son los de mayoría republicana—, tienen los índices más altos de crímenes violentos, de embarazos adolescentes, y de enfermedades venéreas. Los jovenes norteamericanos tienen 70 veces más probabilidades de tener gonorrea que sus equivalentes en la atea Francia. Irónico, dada la connotación que tiene el sexo en este país religioso. Permitamonos no sacar demasiadas conclusiones de este dato.

No es justo decir que altos niveles de religiosidad socaven la moralidad pública. Podría ser que una sociedad estresada cause que su gente sea más religiosa. Lo que sí debe decirse es que altos niveles de religiosidad nunca garantizan el buen comportamiento público de una sociedad. Viendo aquellos países en la Europa occidental con bajos niveles de crimen y más generosas donaciones al tercer mundo, considerando su y nuestra renta per capita, sí puede decirse que el ateísmo es compatible con los objetivos de una sociedad civil.

Lo extraño es que mientras los extremistas islámicos estrellan aviones en nuestros edificios, los ateos somos la minoría más despreciada en este país. El ateísmo es la única variable que en sí misma es un impedimento para ejercer un cargo político en los Estados Unidos. La major parte de los norteamericanos —estoy seguro de que conocían este dato— afirma que nunca votaría por un ateo incluso si se tratase del más cualificado miembro de su propio partido. Esto no pasa con los musulmanes, ni siquiera con los homosexuales. El ateísmo es lo único que rompe la baraja. Con certeza este vínculo imaginario entre religión y moralidad es el culpable de esta animosidad.

Regresemos brevemente a esta noción de verdad. Es importante apuntar que, incluso si la religión fuese una fuente fiable de moralidad, incluso si la religión hiciese buena a la gente y el ateísmo la hiciese mala, esto no sería un argumento a favor de la verdad tras cualquier doctrina religiosa. Podría funcionar la religión como placebo. La creencia religiosa podría ser útil, aunque vacía de cualquier contenido.

Es difícil de ver incluso para los ateos, pero es más fácil si cambias el sujeto de Dios a cualquier fenómeno ordinario. Supóngase que creo que mido metro noventa. Realmente no mido metro noventa, pero digamos que lo mantengo incluso cuando estoy en compañía de gente que realmente mide metro noventa y me ve las calvas. Imagínese que cuando alguien me pregunta por qué creo esto digo, «bien, simplemente soy feliz siendo así de alto, tengo más confianza en mí mismo, y medir metro noventa me ha hecho mejor persona». E insisto «muchos estudios han demostrado que los hombres que miden metro noventa o más son considerados más atractivos y consiguen mejores trabajos. ¿Insinúas que debería renunciar a las ventajas de medir metro noventa?»

Claramente algo no funciona en esas respuestas. Mi argumento es que alguien que cree en Dios no es libre de decirte que lo cree porque eso le hace mejor persona, porque eso le da sentido a su vida, o porque simplemente le gusta ir a la iglesia los domingos. No son respuestas adecuadas. Y sin embargo son las respuestas que intentan dar la verdad de cualquier doctrina religiosa.

En conclusión, sólo quiero decir lo que motiva el ruido que hago, y lo que últimamente me encuentro haciendo. Estoy preocupado por la situación en el mundo. Creo que podemos perder todo lo que tenemos, y no personalmente sino como civilización. Hablo de empezar a vivir en una sociedad que se mueve alrededor de los principios de una saludable vida humana. Puedes pensar que no lo hemos conseguido aquí, ni de lejos, pero mira cómo vive gran parte del mundo. Mira cómo es la vida en Iraq o Afghanistan. Mira cuánto planeta está consumido por la violencia, y cuánta de esta violencia ha nacido de que la comunidad humana ha sido separada por ortodoxias religiosas en competición.

Vivimos en un mundo donde millones de personas justifican las muertes violentas de sus hijos recurriendo a cuentos de hadas. Vivimos en un mundo donde millones de musulmanes piensan que nada es mejor que morir en defensa de su fe. Vivimos en un mundo donde millones de cristianos americanos esperan a que Jesús les rapte hacia el cielo para poder ver en primicia el genocidio que inaugurará el fin de la historia humana.

Me parece que la barbarie está a las puertas. No a las puertas. En muchos casos ha atravesado las puertas. Las vigilan desde dentro. La historia de nuestra civilización aún no ha sido escrita. No hay garantías de que no vayan a escribirla los maníacos religiosos del futuro. Está en nosotros cambiar las reglas del juego. Mi argumento básico es simple: Lo mejor de nosotros no necesita nada de lo peor de nosotros. Pero aún nos dicen todos que el engaño es sagrado, el engaño es todo lo que tenemos y lo que debe nutrir nuestra civilización.

No es cierto.

Muchas gracias.»





Actualización: Me informa el propio Harris de que sus libros van a ser editados en España por la editorial Paradigma. Si llegan a tiempo, serán un excelente regalo de Navidad. Sí, a muchos laicos nos siguen gustando los regalos de Navidad.

lmh

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