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Barack Obama nos ofreció un discurso verdaderamente brillante e inspirador esta semana. Hay ciertas cosas, sin embargo, que no pudo, y que de hecho no habría debido, decir.
No dijo que el lío en el que está metido tiene tanto que ver con la religión como con el racismo. De hecho, la religión es el motivo por el que el discurso político en los Estados Unidos es escandalosamente estúpido. Tal y como observaba Christopher Hitchens en Slate hace algunos meses, un simple vistazo a la página web de la Trinity United Church of Christ debería convencer a cualquiera de que la conexión entre Obama y el reverendo Jeremiah A. Wright Jr. acabaría siendo un problema en algún momento de la campaña. ¿Por qué Obama simplemente no se libera de sus lazos con esta iglesia y progresa?
Claro, entre otros inconvenientes, esto habría puesto su fe en Jesús en cuestión. Después de todo el reverendo Wright es el hombre que lo puso a los «pies de la cruz». Podría suceder que el senador de Illinois no estuviese demasiado seguro de que el creador del universo trajo a su único hijo del vientre de una virgen galilea, le enseñó el oficio de carpintero y después permitió que se le crucificara en beneficio nuestro. Hoy en día en la política americana pocas sospechas pueden hacer tanto daño.
El estupefaciente efecto de la religión está por todas partes durante la campaña presidencial de 2008. La fe de los candidatos ha sido un argumento constante durante la lucha por la candidatura republicana, por supuesto. Donde John McCain, careciendo de la esperada aura de renacido a la fe, ha necesitado luchar para añadir unos cuantos maniáticos religiosos a su causa. Él ahora se encuentra en los compasivos brazos del pastor John Hagee, alguien que afirma estar seguro de que pronto una guerra mundial precipitará el Rapto y la Segunda Llegada de Jesucristo —¡problema resuelto!—. Antes de lo de McCain, tuvimos al gobernador Mitt Romney desplazado de la lucha por las hordas sectarias de los creacionistas. Al fin y al cabo el gobernador vestía ropa interior mormona, cuyo poder de protección es desconocido para los evangelistas.
Como cualquier candidato, Obama debe apelar hacia millones de votantes que piensan que sin religión casi todos nosotros pasaríamos el día violando y matando a nuestros vecinos para robarles su pornografía. Ejemplos de sociedades bien formadas y razonablemente ateas como Suecia, Finlandia, Noruega y Dinamarca, quienes nos sobrepasan en virtudes terrestres como educación, salud, generosidad pública, ayuda per cápita al mundo en desarrollo, y bajos porcentajes de crimen violento y mortalidad infantil, no tienen ningún interés para nuestro electorado. Por supuesto es bueno saber que gente como el reverendo Wright ocasionalmente ayudan a los pobres, alimentan a los hambrientos y cuidan a los enfermos. ¿No sería mejor, en cualquier caso, hacer estas cosas por motivos no tan desilusionantes? ¿No podemos preocuparnos los unos por los otros sin pensar que Jesucristo se levantó de entre los muertos y escucha ahora nuestros pensamientos?
Sí podemos.
Por suerte, Obama ha hecho un buen trabajo distanciándose de los divisivos puntos de vista del reverendo Wright sobre el racismo en América, además de su infausta «los pollos vuelven al horno» sobre nuestra guerra contra el terrorismo islámico. Pero Obama no reconoció, y no hubiera debido reconocer, que las peores partes de los sermones del reverendo Wright son sus llamadas a las vacías esperanzas y los miedos sin fundamento de sus feligreses. Gente que, sin duda, encontraría mejores formas de hacer avanzar lo que esperan de este mundo si sólo pudieran desprenderse de la ficción de otro mundo por llegar.
Obama no dijo que el efecto de la religión en nuestra sociedad y especialmente en la comunidad negra ha sido destructivo, y que donde ha parecido constructivo, en realidad ha ocupado el lugar de cosas mejores. La religión une, motiva y consuela a la gente desesperada no con conocimiento sino con superstición y falsas promesas. Seguro que hay una forma mejor de unirnos a todos en este nuevo siglo. La verdaz es que a pesar de lo prometedor de su eslógan de campaña, aún no somos el tipo de gente que desearíamos. Y si no empezamos a hablar con sentido a nuestros hujos, ellos serán quienes seguirán esperando.
Obama ha sido seguramente sabio al no mencionar que el cristianismo fue, sin debate, el responsable de habilitar la esclavitud en este país. Los soldados confederados entregaban sus vidas a tres veces el ratio de los hombres de la unión, luchando por el placer de mantener esclavizados a los negros y utilizarlos como herramientas de granja, todo por supuesto con el convencimiento de estar haciendo el trabajo del Señor. Después de la reconstrucción, la religión siguió uniendo a los sudistas en su racismo y a la comunidad negra en su inferioridad, garantizando que hombres y mujeres en los dos bandos quedaran expuestos a la injusticia de una forma mucho más eficiente de lo que les inspiraba para resolverlo.
El problema del fatalismo, la ignorancia y la falsa esperanza religiosas, fácil de ver en todos los contextos religiosos, es especialmente obvio en la comunidad negra. La popularidad del «gospel prosperidad» es el ejemplo más devastador. Gente como T.D. Jakes o Creflo Dollar se dedican a convencer a hombres y mujeres sin educación y sin privilegios para que recen por su salud, mientras aprovechan esa poca salud al servicio de sus ministerios. Hombres como Jakes y Dollar, a pesar del bien ocasional que puedan hacer, son inconscientes predicadores de la ignorancia humana. ¿Es todavía demasiado pronto para que esto deje de suceder en la política americana? Sí lo es.
A pesar de lo que no dice y de lo que no puede decir, la candidatura de Obama es realmente inspiradora. Su corazón está claramente en el lugar correcto. Es un orden de magnitud más inteligente que el actual ocupante del Despacho Oval, y mantiene una posibilidad decente de ser el próximo presidente de los Estados Unidos. Su victoria en noviembre sería realmente un triunfo de la esperanza.
Pero la candidatura de Obama tiene algo deprimente, porque demuestra que incluso una persona de su calidad y de su elocuencia, aún debe confesar que cree en lo increible para poder tener una carrera política en este país. Podemos estar preparados para lo audaz de la esperanza. ¿Estaremos alguna vez preparados para lo audaz de la razón?
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