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Celébrese la creación de un Ministerio de la Igualdad. Y ahora pregúntese; ¿qué forma de igualdad es la más urgente en el mundo actual?
Eduard Punset
Es increíble que no se le ocurriera a nadie antes crear el Ministerio de Igualdad. Y no haberlo reclamado a cada instante desde que nos hicimos gregarios, hace diez mil años, constituye uno de esos errores evolutivos monumentales, como enamorarse durante centenares de miles de años de las caderas, en lugar de la anchura, invisible a primera vista, de la pelvis. Fue justamente hace diez mil años cuando encargamos que alguien se ocupara de guardar los alimentos en la despensa de la comunidad, de la seguridad en las calles, de las basuras y de las fronteras, aquellas que, al igual que los chimpancés, dibujamos a toda prisa donde no había nada.
Pues bien, para estar seguro, de que no nos faltaba lo esencial fuimos creando el Ministerio de la Vivienda, para aislarnos del frío; de la Defensa, para protegernos de otras tribus; de Agricultura, para que tuviéramos alimentos y los importáramos si hacía falta; de Obras Públicas, para proteger los ríos y construir carreteras en el seno de la comunidad creciente de ciudadanos; de Educación, para destilar en las mentes de los niños y de los jóvenes las doctrinas heredadas. Se hicieron ministerios de todo, hasta de Deportes.
Sin embargo, existe una amenaza mucho más hiriente, cruel y alevosa que la de quedarse sin vivienda o sin educación. De todos los peligros potenciales hay uno que supera con creces a los demás. Aquel Estado que creamos entre todos para que guardara los alimentos hace tantos años, cuando nos hicimos sedentarios —¿recuerdan?, porque muchos topan con él cada día cuando les imponen una multa por estar aparcado donde no tenían más remedio, pero lo olvidaron—, se ha ido pertrechando de un poder omnímodo y desconsiderado que le permite bloquear una cuenta bancaria e incluso la pensión sin encomendarse ni a Dios ni al diablo.
Es el chimpancé más fuerte de la tribu y, si le apetece pegar patadas al último mono en la escala jerárquica, lo puede hacer y luego —si al pobre mono le quedan ganas para enfrentarse a tamaño enemigo— defenderse en los tribunales especiales que ha montado y financia a tal efecto mediante abogados del propio Estado. El ciudadano, claro, tiene que buscarse los suyos.
El Estado está blindado frente al ciudadano y no existe mayor desigualdad que la de éste frente al Estado. La mayor de todas las desigualdades es la desigualdad del Estado y de los ciudadanos frente a la ley común.
El primer intento serio para remediar esa injusticia fue la revolución liberal del siglo XVII en Inglaterra. La primera revolución realmente social en la historia de la evolución. A partir de entonces, el Rey y los ciudadanos iban a ser iguales frente a la common law. No se creó, desgraciadamente, un Ministerio de Igualdad para que velara por la más preciada de todas, pero se marcó un camino al que se atuvieron Gran Bretaña y, luego, Estados Unidos. Son los dos países en los que el Estado no está más blindado que el ciudadano frente a la ley.
Hay quien me dice que el nuevo Ministerio de Igualdad en España solamente se va a ocupar de las desigualdades entre hombres y mujeres. Puede que sea así al comienzo, pero mi apuesta es que, a medida que el nuevo ministerio avance en la lucha contra el depredador machista y consiga reducir la desigualdad y el maltrato de género, se dará cuenta de que la amenaza de abuso de poder y de violencia es todavía más cruel e ilimitada cuando el delincuente tiene a su disposición todo el poder coactivo del Estado. Eliminar esta injusticia será la gran tarea de los próximos diez mil años.
Leído en el Blog de Eduard Punset. Foto de La Coctelera.
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