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Hace tiempo, el peral era uno más en la carballeira, aquel bosque cercano donde esconder tu adolescencia. Hoy el peral está solo, y mira de frente al cementerio, donde lloran los muertos su muerte callados. El peral entristecido renuncia a buscar el cielo con sus ramas y juega a abrazar las almas que bailan volando a su alrededor. Podrías imaginar la música, melódica, sencilla y discreta. Pero el peral también alimenta sus raíces con su carne podrida. Los muertos son sólo eso para el no creyente. Y eso es lo que tú eres. Así que no sientes el llanto, ni ves las almas, ni oyes la música. Te limitas a comer sus frutos, siquiera saben a vida y no a carne podrida.
En Galicia, la lluvia de la mañana es amable, si miras hacia el cielo las gotas se posan sobre tus pestañas y se evaporan antes de parecer lágrima.
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