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Siento una contradictoria fascinación por el carisma. Desde luego, se trata de virtudes distintas, ser bueno en lo que haces, y ser simplemente carismático. A veces, claro, hay quien disfruta de las dos virtudes, las cuales se realimentan entre sí: Por ser carismático, pareces mejor en lo que eres y por ser mejor en lo que eres, pareces más carismático.
El carisma, por supuesto, es un invento del siglo pasado, nacido con los medios. Antes de existir la fotografía, no tenía sentido pensar en si tal o cual personaje era o no carismático. Se trata de una característica que la pintura raramente ha llegado a poder representar. Así, no sabemos, pero tampoco nos preocupa, si Bach era más o menos carismático que Vivaldi, Telemann o Caldara, sólo sabemos que se trataba del más poderoso músico de todos ellos. Posiblemente si siempre hubiese contado el carisma, ahora nuestro acervo cultural sería otro muy distinto: «¡Cómo molaba Telemann, tío!»
El anuncio más recordado del año —de muchos años— es el de BMW en el que aparece Bruce Lee con su parrafada culminada en el ya mítico «Be water, my friend!». Se trata de un excelente anuncio, por un sólo motivo: Recupera para el nuevo siglo el carisma de un popular personaje del siglo pasado, carisma que para dar más motivo a la fascinación aparece completamente inalterado, o se diría que mayor que nunca. Cualquier otro motivo basado en el zen o en la filosofía taoísta es sólo estúpida vanagloria de supersticiones, orientales, sí, pero supersticiones.
He encontrado esta réplica que encantará a todos los que recuerden con simpatía el viejo anuncio del Mitsubishi Montero.
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