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Evan Harris
Siendo leído fuera de contexto, el titular de ese informe publicado por The Guardian sobre un nuevo estudio en las actitudes y comportamiento de los médicos y que sugería que «los doctores ateos podrían acelerar tu muerte» puede hacerte pensar que hay ahí fuera una pandilla de titulados humanistas con jeringuillas llenas de cloruro de potasio a la vera de las camas de los pacientes enfermos. Sin embargo, el artículo en sí mismo informaba de que no parecía haber un problema con el médico ateo medio sino más bien con el aún más extendido médico demasiado religioso.
El profesor Clive Seale, a quien la sociedad le debe gratitud por sus prolíficas investigaciones en este área de estudio tan difícil, publicó un estudio en el Journal of Medical Ethics que requirió informarse por parte de un gran número de médicos sobre sus puntos de vista y sus comportamientos en casos terminales.
Muchos de los datos ya hyubieron sido publicados el pasado año en un informe titulado Adelantar la muerte cuando terminan los cuidados: una encuesta a los médicos. Una de las conclusiones era:
«Los doctores que se afirmaron religiosos o simplemente opuestos a la legalización de la muerte asistida reportaron con menos frecuencia las decisiones necesarias para acelerar el fin de la vida. Podría ser porque la intocabilidad de la vida es un argumento más presionante para estos doctores que la calidad de la vida en sí misma y esto podría ser un problema cuando pacientes con necesidades similares acaban recibiendo tratamientos distintos.»
Lo nuevo en el informe era el análisis de la religiosidad de los médicos contra distintas consecuencias. Algunas averiguaciones significativas:
Primero, en qué momento los médicos asumen medidas que aceleran la muerte de un paciente enfermo en estado terminal, poniéndose el acento en que prácticas como la retirada de tratamientos especialmente caros que ya no resultan útiles para mantener la vida —cuando ya no es posible tomar la decisión del paciente de rechazarlos— o la aplicación de altas dosis de opiáceos para aliviar el dolor son tanto legales como éticas. Resulta haber aquí casi un empate entre médicos muy religiosos y los que no lo son en absoluto.
Segundo, si hay discusiones de naturaleza médica sobre el proceso de la muerte de pacientes enfermos en estado terminal con sus familiares. El estudio sugiere que es hasta cuatro veces menos probable que un médico muy religioso —comparando tanto con los no religiosos como con incluso los tímidamente relidiosos— tenga este tipo de discusiones.
Asumiendo que los datos son fiables y adecuadamente ajustados al ritmo de respuesta y a otras posibles polarizaciones, tal y como parecen serlo, las averiguaciones son muy interesantes. No sólo porque tanto pacientes y médicos como políticos le están dando últimamente gran importancia a este tema. De hecho el General Medical Council británico, sobre el tratamiento del fin de la vida, establece las decisiones a ser tomadas para mantener o terminar con la vida, tratamientos de alargamiento de la misma, sedación contínua de los pacientes terminales o control del dolor mediante derivados de la morfina; y es muy claro sobre que los pacientes que conservan la capacidad mental, o sus familiares si es necesario, deberían estar profundamente implicados en la toma de decisiones.
Estas averiguaciones tienen muchas implicaciones sensibles, y unas pocas un tanto idiotas. Recientemente en la radio británica Seale afirmó que los pacientes deberían estar interesados en la religiosidad de sus médicos, y llegó tan lejos como para afirmar que deberían preguntar de antemano a esos médicos qué tipo de decisiones llegarían a tomar cuando ellos como pacientes ya no pudieran tomarlas.
Sin embargo, probablemente hay consenso entre los estudiosos de la ética médica en muchas cuestiones. De momento, aún aceptándose la objeción de conciencia —que debe ser declarada y explícita— se supone que un médico no debe permitir que sus puntos de vista religiosos tengan influencia en el cuidado que prestan a los pacientes. Segundo, los doctores no deberían revelar esa religión a sus pacientes ni mucho menos entrar en ese tipo de discusiones con ellos aún si son invitados a hacerlo.
A partir de lo que el estudio realmente revela, un titular más apropiado para la historia sería «Los médicos religiosos probablemente no te preguntarán qué tratamiento prefieres cuando estás en estado terminal». Lo que debe ocurrir es que haya un esfuerco adicional en la profesión médica y sus reguladores para asegurarnos de que los médicos consultan adecuadamente a los pacientes sus deseos y sus puntos de vista y no permiten, ni aún subconscientemente, que sus premisas religiosas —o para este tema, también las políticas» no distorsionan su práctica médica.
Visto en The Guardian. Foto de Sir Sabbhat.
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