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Solía contar Billy Wilder que durante el rodaje de Testigo de Cargo, Tyrone Power desplegaba un encanto personal tal que todo el equipo acababa enamorado de él. Desde el propio Wilder, heterosexual, hasta Marlene Dietrich, lesbiana. Bromeaba Wilder sobre que el homosexual Charles Laughton era el único de la élite del equipo a quien el papá de Romina no le causaba un conflicto en su sexualidad.
Se le concede a Hitchcock la frase que dice que nunca debe rodarse una película «con niños, con perros o con Charles Laughton». De ser cierto, es muy probable que Hitchcock afirmara tal cosa después de rodar El Proceso Paradine. Si algo hizo enorme a Hitchcock fue combinar la mayor de las destrezas en la parte técnica con una enorme sabiduría en la dirección de actores. Sólo esta última hizo que la citada película no acabase convirtiéndose en El Show de Laughton.
El excéntrico Laughton sólo rodó una película como director, una que ha acabado siendo un clásico entre los clásicos: La Noche del Cazador. En su día, la película le resultó obscena a la crítica y al público, por distintos motivos. Para la crítica, detalles como que el personaje de Robert Mitchum sea presentado con un plano mientras conduce de su espalda que cubre casi toda la pantalla o como que el primer personaje que merezca un brochazo psicológico sea el verdugo que después sólo realiza un cameo más cerca del final de la película. O los planos desde un helicóptero. O el viaje en barca de los niños, con doble lente llevando al primer plano animales devorándose los unos a los otros. Técnicamente todo en la película es arriesgado y nuevo —aún parece nuevo—. Y funciona. Con respecto al público, la mezcla de sublime belleza en los planos e infinita crueldad en el personaje de Mitchum nunca antes ni después ha sido igualada.
A modo de ejemplo, la escena del asesinato de la madre, interpretada por la angelical Shelley Winters. Hace pocos días cité esta escena como una de las cumbres de la belleza artística durante el pasado siglo. Es ésta.
Hubo un tiempo en el que los directores de cine eran, entre otras cosas, fotógrafos. La forma en la que en este encuadre la luz de la alcoba es arrancada de la oscuridad de la noche aún me estremece y siempre lo hará.
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