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Como especie causante de la extinción de tantas especies, nos permitimos celebrar nuestra condición humana cuando somos capaces de salvar una de ellas, y tan icónica como el Diablo de Tasmania, por los medios que sólo nuestra condición de seres inteligentes nos permite.
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Ismael Valladolid
El famoso Diablo de Tasmania —Sarcophilus harrissi— parece estar condenado a la extinción en su forma salvaje. El culpable es un cáncer infeccioso conocido como Enfermedad del Tumor Facial del Diablo —DFTD por sus siglas en inglés—. Esta enfermedad ha matado al 90% de la población de la especie desde que fue observada por primera vez en 1996. Los científicos estiman que sólo existen 2.000 ejemplares de esta criatura icónica en la vida salvaje.
La DFTD es muy infecciosa. Una vez que aparece, destroza la boca del animal llenándola con tumores que hacen imposible que el animal coma. En entre tres y seis meses el ejemplar enfermo muere de hambre. He aquí que la transmisión es sencilla por la propia condición «diabólica» de la especie. Resultan morderse entre ellos con mucha frecuencia, tanto durante el cortejo como luchando por el mejor territorio.
No existe cura ni vacuna para la DFTD a pesar de las investigaciónes para detener la enfermedad. Peor aún, parece haber mutado en 13 cepas distintas, según un informe de Sky News.
Aquí es donde comienza el papel del hombre. Somos nosotros los capaces de aislar ejemplares sanos en santuarios libres de la enfermedad, con la esperanza de poder devolverles a su entorno natural una vez desaparezca la infección en estado libre. El último de esos santuarios ni siquiera está en la isla de Tasmania. Se trata del Arca del Diablo, de 500 hectáreas y construido en la propia Australia. Puede albergar a 1.000 ejemplares. Los primeros 15 machos y las primeras 10 hembras han llegado el mismo martes pasado.
Su fundador, John Weigel comentó para Newcastle Herald que sólo tienen dinero para la primera fase del proyecto. Hasta 350.000 dólares facilitados por el propio gobierno australiano como parte del proyecto Save the Tasmanian Devil, el cual dispone de dos centros más en la propia Tasmania. Pero se necesita más dinero para continuar con el proyecto.
«Si les seguimos alimentando y conservamos su diversidad genética, seremos capaces de liberarles de nuevo en Tasmania algún día» dice Annalise McLeish, responsable del santuario Australia's Healesville, a 65 kilómetros de Melbourne. «La idea es que una vez se extingan los ejemplares salvajes, aquellos de los que disponemos en cautividad salgan y recuperen la población de la especie».
Así que siendo los responsables de la extinción de tantas especies, resultamos ser nosotros también los únicos capaces de evitar la de muchas otras. Muchas veces la esperanza es lo primero que se pierde, pero somos únicos fabricando más.
Foto de Wikimedia Commons vía Ecuador Ciencia.
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