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Lo había dicho Losantos: «el problema no es Rubianes, es Gallardón». Porque, por supuesto, dado que Gallardón tiene en Madrid más que garantizado el voto de la derecha, ¿por qué no permitir al progre de Barcelona estrenar su obra sobre García Lorca, llevándose de camino unos cuantos votos moderados o incluso de izquierdas?
Seguramente el único error de Rubianes no fue su caricatura de España, fue pedir perdon por una caricatura. No debe consentirse el extravagante principio que parecen proponer esos liberales que no lo son según el cual las caricaturas de Mahoma están permitidas y son incluso bienvenidas, y no lo son las caricaturas de España. En este sentido, tal y como Berlin Smith lo explica suena a Amén: «Lo que debe indignarnos para ser verdaderamente superiores, es que se trata de censura, lo miremos como lo miremos, joda lo que joda: decir puta España no debe ser delito y, si en este país lo es, que me borren. Recuerden que poder decir puta España, permite decir puta Euskal Herria si usted quiere, aunque las dos sean expresiones de mal gusto y que uno no siente ni se le ocurren (...) Que no, mire: que se trata de la libertad de expresión y de que el estado no puede juzgar nuestras opiniones ni ser sectario. Es como lo de las caricaturas danesas. Y piense que sólo ofende quien puede, que le dejará más tranquilo.»
Por supuesto, todo esto contando con que el problema sea Rubianes y no —a estas alturas— Lorca, porque esto último sí sería triste, lamentable, motivo de exilio procedente.
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