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Martin Wagner
Ha sucedido recientemente un incidente más con una estrella del cine, y mientras que podría parecer que el asunto no tiene nada que ver con el ateísmo, el acontecimiento me ha dado que pensar sobre temas que he discutido aquí en el blog y en el programa de televisión. Me refiero por supuesto al arresto de Roman Polanski en Suiza por haber drogado y violado a una niña de 13 años hace más de treinta.
Las opiniones sobre Polanski se muestran divididas desde que dejó el país después de darse cuenta de que el juez que en la actualidad lleva el caso —quien, debe decirse, se ha reconocido abrumado por la publicidad— iba a rechazar un aplazamiento. Por una parte están los que condenan categóricamente a Polanski como simple pedófilo. Por otra parte, los aficionados al cine que aprecian sus grandes películas y su figura como uno de los mejores directores del mundo, y para quienes el crimen es sólo una pequeña aberración que no debe trasladarse a su vida entera. Súmese el hecho de que la víctima, ya con cuarenta y tantos y su propia familia, lo ha perdonado.
Debates así durarán eras. Después del arresto de Polanski, las líneas de la disputa han sido trazadas en territorio familiar. Muchos de los compañeros de profesión de Polanski lo han defendido, han reclamado su liberación, y se han disculpado en su nombre. Por otra parte, léanse algunos blogs feministas, y está claro que no se conformarán con menos que con ver el cadaver mutilado de Polanski siendo arrastrado por un camión a lo largo de Hollywood Boulevard.
Por mi parte, no me gustaría vivir en un mundo en el que un artista como Polanski no está autorizado a crear. Sus mejores películas son hitos. Repulsión es la mejor película sobre la neurosis psicosexual. La Semilla del Diablo es una hobra maestra del terror, tratando la cuestión del miedo religioso de una forma en la que la campestre y horriblemente guionizada El Exorcista nunca pudo hacerlo. Chinatown es una de las mejores películas jamás rodadas por un gran estudio. Incluso su minusvalorada adaptación de Macbeth, rodada poco después del asesinato de Sharon Tate, es la más oscura y más violenta versión de Shakespeare jamás rodada. Sí, que Polanski es un gran artista debería estar más allá de cualquier discusión.
También drogó y violó a una niña de 13 años. Y eso es mal asunto.
Al decidir cuáles deben ser mis conclusiones, debo considerar la forma en la que el ateísmo y mi afición por el racionalismo conforman mis opiniones. El factor clave es la integridad moral y la intelectual. Es así. No me gusta adoptar puntos de vista y actitudes dogmáticas, pero debo ser consistente y no un hipócrita.
Repetidamente, en este blog y en mi programa de televisión, he sido inmisericorde condenando a los pedófilos religiosos. Tony Alamo, Warren Jeffs, musulmanes adultos que acuerdan matrimonios con niñas de ocho o nueve años. No veo motivos para ser tibio con ellos. Tampoco con Polanski. Ciertamente, le reverencio artísticamente y siempre lo haré. Pero un crimen es un crimen. Y el tiempo no hace que deje de serlo. No es importante el pequeño detalle de que la diferencia entre la violación de Polanski y las cometidas por tipejos como Alamo o Jeffs sea que Polanski nunca ha tratado de justificarla con argumentos religiosos. ¿Voy a vender mi colección de DVDs de Polanski? No. ¿Por qué? Por que son magníficas películas, he ahí el porqué. Pero igual que el doble asesinato de O.J. Simpson no minimiza sus logros como estrella del fútbol americano, tampoco estos logros deben hacer que olvidemos sus crímenes.
Así que si critico a Jeffs, a Alamo, y a cualquier otro bastardo que victimiza a los niños, también debo hacerlo con Polanski. Como ateo, creo que es un factor importante para mantener mi integridad no permitir que mis manías anti religiosas influyan en mis opiniones, ni consentirme tratar los crímenes realizados por religiosos más criticables que aquellos cometidos en un contexto en el que la religión no juega papel alguno. Es complicado liberarse de las propias manías, y quienes nos enorgullecemos de defender la razón tenemos que ser doblemente diligentes a la hora de no perdernos en las mismas excusas y la misma hipocresía que vemos en los religiosos.
El arresto tenía que ocurrir, para que las cosas al final tengan el desenlace adecuado, de forma que ni Polanski ni su víctima tengan que seguir viviendo con una especie de Espadas de Damocles colgando sobre sus cabezas. Polanski será siempre un enorme director de cine. Pero drogó y violó a una niña. Ya con 76 años, debe enfrentarse a su pasado y asumir las consecuencias. Si la corte es rigurosa, bien está que lo sea. Si no lo es, acéptese también. Pero que dicte su sentencia. Quienes defienden a Polanski tienen que mostrar algo mejor que la despreocupación mostrada en las últimas frases de la mejor película de Polanski. «Olvídalo, Jake, esto es Chinatown».
Visto en The Atheist Experience. Foto de Radio Universidad.
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