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RedacciónMi descubrimiento de la obra de Wagner cuando era adolescente fue una revelación tan abrumadora como la pérdida de mi virginidad. Mi primer encuentro sexual fue con una chica a la que siempre llamaré Brunhilda, y después de ese acontecimiento mi punto de vista sobre el sexo femenino se transformó para bien. De la misma forma, después de oír a Wagner por primera vez mi visión de la música cambió de forma igual de dramática.
Las lecciones de música en la escuela habían sido más bien tradicionales. Esto, debo decirlo, fue hace más de treinta años, y la mayor parte de ese estudio se redujo a lecciones de armonía, contrapunto, interpretación y análisis del trabajo de los compositores. No nos permitían la diversión de echar un vistazo a géneros populares y completar nuestro trabajo con Elvis Presley o The Beatles. Pero como el estudiante diligente que yo era, me sentía feliz estudiando piezas de Debussy —como el cuarteto de cuerdas o el Preludio a la Siesta del Fauno— o trabajos de cámara de Brahms —el quinteto Op. 115 para clarinete, un trío de piano y uno de los sextetos para cuerdas—. Pero cuando oí, por casualidad, música de Wagner en la radio, me sentí como impactado por un misil.
Hasta entonces no conocía nada de Wagner excepto La Cabalgata de las Valkirias por supuesto como casi todo el mundo, pero la primera pieza importante que escuché fue el preludio de Parsifal y en ese momento lo consideré la más sublímemente bella pieza que nunca había oído. Brunhilda y yo la poníamos a veces durante nuestras sesiones de placer horizontal, saboreando su deliciosa intensidad hasta que colapsábamos exhaustos entre portadas de discos y vinilos. Mis peregrinaciones sexuales con Bruhnilda coincidían con mi descubrimiento de la obra de Wagner y durante los siguientes meses investigué interesado el mundo de su drama musical; Lohnegrin, El Holandés Errante, Tannhauser, Tristan e Isolda o El Anillo de los Nibelungos. Me sentía tan obsesionado por esas óperas como por la fantástica Bruhnilda. La música de Wagner era más profunda y más magnífica que nada que hubiese oído antes. Los temas eran excitantes, fascinantes, y parecían decir más sobre la naturaleza humana que cualquier otra forma de arte. Era al mismo tiempo visceral e intelectual, sibarítica y etérea, todo al mismo tiempo. Siempre sentías que cualquier cosa que escucharas llevaba tus emociones más allá de donde nunca hubieron estado, un plano espiritual que como humanos apenas somos capaces de mantener, y nunca pude entender por qué los demás parecían ambivalentes sobre mis gustos musicales.
Investigando el lado cultural de la obra de Wagner me reconozco desconocedor de algo que mucha gente encuentra objetable en Wagner y su música. Puede que sea porque me interesa más la música que la historia. A mí me llama la atención el acorde disminuido en el Tristan, los leitmotiv, las orquestaciones, la armonía cromática, pero no me interesa el tema anti semita, nazi, o todo lo de Hitler. Y cuando lo descubrí, no pensé que importara. Lo sigo pensando. La música es más importante que los asuntos mundanos, pero me doy cuenta, desde luego, de que la gente señalará con el dedo y dirá «claro, tú es que no eres judío». Y es cierto, no lo soy, pero ¿merece la música el bagaje que los humanos la reducimos? ¿Despreciamos la música de Pfitzner o Chopin, quienes también odiaban a los judíos? ¿Ignoramos la música de Schumann, de Hugo Wolf o de Berlioz porque eran personajes estúpidos? ¿Odiamos la obra de Tchaikovsky, Samuel Barber o Benjamin Britten porque heran homosexuales? Camille Saint-Sanes viajaba a menudo a África del Norte para conseguir hombres de alquiler, algo que mucha gente cree que en cierta forma se aprecia al escuchar el Carnaval de los Animales. Ninguna música se merece ser reducida a nuestros propios prejuicios y neurosis.
He visto el reciente documental de Stephen Fry durante su viaje a Bayreuth —¡capullo con suerte!— detallando su amor por Wagner. Interesante y personal, de la misma forma en la que el descubrimiento del compositor por parte de muchos es, pero algo que dice Fry se ha quedado grabado en mi mente. «La música de Wagner es más grande y mejor de lo que Hitler jamás imaginó». Es cierto, y ahora siento que desde luego es más grande de lo que mi deseo por Brunhilda jamás fue. ¿Es mejor que el sexo? ¡Esa es la cuestión!
Visto en Just Listen To It.
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