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George Carlin, quien presumía de la colección de vinilos más grande de toda Norteamérica, afirmaba que el arte sacro era la única aportación que le reconocía a la religión a la humanidad. Nada que objetar desde luego a que Dios fuese la inspiración de la música tan sublime que nos dejó Johann Sebastian Bach, como ejemplo desde luego más destacado. Richard Dawkins nos recuerda sagazmente que la obra literaria de William Shakespeare era por completo pagana y no es desde luego sospechosa de falta de magnificiencia. Mauricio José Schwarz, mi escéptico de cabecera, apunta a una idea similar.
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