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Bernarda había nacido un 18 de diciembre de 1909, hace hoy 98 años. La vida de Bernarda había transcurrido como en realidad se espera que transcurra la vida de cualquiera de nosotros: Queriendo y cuidando a los suyos, y acumulando toda la sabiduría posible. A Bernarda yo la había conocido hace escasos dos años y, por su forma de ser, tan abrumadoramente positiva, y por su descarada cordura, habría deseado que hubiese sido mucho antes.
El abuelo Celedonio había muerto en 1971. Ya enfermo había declarado a su hija sentir la única pena de no haber conocido un nieto. Dos años después, durante el mismo mágico siete de mayo en el que yo venía al mundo, de su nuera Julia nacía también Rebeca. Cuatro años después llegaba Roberto. Aún viuda, Bernarda nunca estuvo sola. Siempre estuvieron con ella su hermana Pilar —la más amable de las sonrisas que yo nunca haya visto fotografiada—, sus hijos, Nino, Pilar y Paz, y por supuesto sus nietos.
El pasado primero de diciembre se moría Bernarda, en casa de su hija y rodeada de toda su familia. Yo también estaba allí, porque yo también me sentía su familia. Hay quien podría burlarse de mi visión humanista del mundo diciéndome que Bernarda ya no existe, pero eso no es cierto. Bernarda siempre vivirá en la memoria de los que la querían, quienes éramos muchos.
lmhPersonal
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