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Rafael Vega Sansón
«Al susto apocalíptico que nunca deberíamos tomarnos a broma, ese que insiste en que miremos las barbas de Venus y tomemos nota, siempre le acompaña la estimulante y encantadora costumbre de la contradicción. La humanidad sabe dividir sus horas para atender igualmente la reflexión y el desparpajo, el odio y el amor, el sueño y la vigilia, el ahorro y el más lacerante despilfarro. Acaso esto explique que podamos recibir con compunción religiosa los reproches del gasto inútil de energía, incluso hacer sincero propósito de enmienda para evitarlo, ya sea cambiando las bombillas de nuestra casa o desenchufando los electrodomésticos en lugar de desactivarlos a través del mando a distancia, y esperar, con el espíritu navideño más sobresaltado que un perro a punto de salir de paseo, a que se enciendan las luminarias navideñas. Digamos que el derroche recibe a veces el indulto mayoritario. Aunque no deja de resultar paradójico el celo individual para ahorrarle unos vatios al mundo y el colectivo dislate al servicio de cualquier pachanga. La culpa no la tienen los arcos navideños, de bajo consumo y discreta presencia, sino la doble moral que condena unos hábitos con la hoguera social mientras permite otros para sustento del pensamiento único.»
Publicado en El Norte Digital.
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