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Pierre Sané
Sesenta años después de adoptar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ¿cuál es en realidad la observación de esos derechos, de la dignidad individual, en un mundo donde miles de millones sufren de pobreza? Salvaguardar la misión y los ideales contenidos en la Declaración significa luchar contra esa pobreza.
Todos los textos internacionales sobre la protección de derechos humanos están basados en el concepto de dignidad humana, tal y como se proclama en el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En muchas ocasiones el concepto se entiende mejor explicando cómo se le ataca o lo que se le opone que lo que lo honra y lo enriquece. Sin duda esto es debido a su particular historia, nacido justo tras el final del Holocausto y la maquinaria mortal Nazi. La fuerte afirmación de dignidad compartida por toda la humanidad lleva al primer y más famoso artículo de la Declaración: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y en derechos. Han sido bendecidos con la razón y con la consciencia, y deben actuar los unos hacia los otros con un espíritu de hermandad».
Pero esta igualdad en dignidad para todos los seres humanos no genera sólo derechos. Además, y principalmente, representa una llamada a la acción, a la vigilancia y a la prevención. Reconocer nuestra propia dignidad siginifica poder responder ante cualquier otro ser humano. Y no puede haber dignidad sin solidaridad genuina y sin hermandad.
Sesenta años después de adoptar la Declaración, ¿dónde estamos en lo que se refiere al respeto fundamental por la dignidad y la integridad humana, los auténticos hitos de los derechos humanos?
Debemos reoconocer que hoy en día más de la mitad de la humanidad no se beneficia mínimamente de la debida consideración a su identidad y a su estado, a pesar de los bien conocidos avances internacionales en temas tan fundamentales como la lucha contra la tortura, las sanciones legales al maltrato de la mujer, o el reconocimiento de los derechos de los refugiados y los inmigrantes.
La pobreza que causa el sufrimiento de miles de millones de personas obviamente viola los ideales promovidos por la Declaración y pone en duda el artículo 28: «Todos merecen un orden social e internacional en el que los derechos y las libertades establecidas en esta Declaración puedan ser realizados por completo».
Defender los ideales y las misiones contenidas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos requiere sobre todo luchar contra la pobreza, un fenómeno tentacular, y del que conocemos las causas, enraizadas en nuestra realidad social y cultural.
La lucha debe, primero, reducir los prejuicios, particularmente el de la idea de la dignidad humana como simple refugio contra los efectos de la discriminación, de la exclusión, de la desigualdad y de la injusticia. El concepto de dignidad humana va mucho más allá. Es inconcebible sin el derecho a la educación, a una vivienda digna, a la sanidad. Y rechaza la resignación y la desesperanza ante situaciones inevitables.
Un sencillo ejemplo que citar una y otra vez es la lucha contra la extrema pobreza. Un problema que la UNESCO, las ONGs, los políticos con poder de decisión y la sociedad civil deben poner en el primer lugar de su agenda. Su cooperación es un elemento decisivo en la lucha por erradicar la pobreza y por establecer un orden internacional que garantice el cumplimiento de los derechos contenidos en la Declaración.
Más que nunca nuestro deber es asegurar la implementación efectiva de todos los derechos humanos enumerados en la Declaración. Debemos hacer que este respeto por los derechos humanos sea algo concreto, lo que significa simultáneamente respetar al diferente y a su propia idea del respeto.
Visto en The UNESCO Courier.
humanismo unesco
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