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¿Qué ha hecho Darwin por ti?

Publicado por Ismael

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De resultas de este artículo, PZ Myers se pregunta simpáticamente, ¿qué han hecho los artículos de Bryan Appleyard por ti? Appleyard es filólogo y lleva décadas escribiendo como periodista independiente para The Times. En este artículo se pregunta si merece la pena enfrentarse a los desafíos filosóficos que parten de la teoría de la Evolución cuando aún existe falta de consenso científico alrededor de la misma.

Cabe sugerirle a Appleyard que cuando un científico piensa en «consenso» está pensando en algo probablemente completamente distinto a aquello en lo que él cree que piensa. Y que sin «falta de consenso científico» la ciencia simplemente no avanza. Una lectura sugerente en cualquier caso.

Bryan Appleyard

¿Qué ha hecho Charles Darwin por ti? ¿Te sientes mejor o peor después de saber que un chimpancé es tu primo cercano? ¿Has llegado a creértelo del todo alguna vez? Hay quien no.

En el Creation Museum de Kentucky puedes ver una historia no Darwiniana de los 6.000 años del mundo, desde el Jardín del Edén hasta hoy. Cerca del 50% de los norteamericanos piensa que así es como exactamente ocurrió.

Para ellos, Darwin, con sus locas ideas sobre millones de años de lento cambio Evolucionario, es sólo un profeta de espejismos seculares contemporáneos, o incluso un representante del fin de los tiempos que ocurrirá cuando Dios vuelva para juzgarnos.

«El Darwinismo» dice el Dr. David Menton de Answers in Genesis, constructor del Creation Museum, «es lo único que te queda una vez has negado la existencia de Dios».

En el Reino Unido somos diferentes. En la Abadía de Westminster, grupos de escolares pasean junto a una lápida de mármol en la que se puede leer «Charles Robert Darwin. Nacido el 12 de febrero de 1809. Muerto el 19 de abril de 1882». Hay también una placa negra que muestra a Darwin con una poderosa barba durante los últimos días de su vida. El talante del Anglicanismo parece ser capaz de hacer lo que el fundamentalismo americano no sabe; abrazar al hombre que, en palabras de Richard Dawkins hizo «intelectualmente respetable ser ateo».

Incluso entre los más herméticos de nosotros, éste es el año de Darwin. Es el 200 aniversario de su nacimiento y el 150 aniversario de la publicación de El Origen de las Especies, el libro que demostró que los humanos no somos especiales. No es que descendamos de monos, es que, en definitiva, descendemos del mismo antepasado que bacterias, flores y gusanos.

Fue y es para muchos una visión triste. Pero en su último párrafo Darwin intentó salvarnos de la desesperanza.

Escribió: «Hay grandeza en esta forma de ver la vida, con todo su poderío, habiendo surgido originalmente de muy pocas formas o de sólo una; y que, desde que este planeta lleva moviéndose de acuerdo con la ley de la gravedad, de ese comienzo tan simple han surgido y seguirán surgiendo infinitas formas, las más bellas y las más maravillosas que han existido».

¿Grandeza o presagio del fin de los tiempos? Darwin dividió y sigue dividiendo a Occidente. No es sólo la división entre científicos y fundamentalistas. La ciencia en sí misma está dividida. Por no decir el resto de nosotros, quienes podríamos aceptar la teoría de Darwin pero mirarnos al espejo y costarnos ver el descendiente de un simio.

Lo primero que debe decirse de El Origen de las Especies de Darwin es que se trata posiblemente de la obra maestra científica más accesible jamás escrita. «Qué estupido he sido al no pensar antes así» hubo exclamado Huxley, el biólogo e impulsor de Darwin, cuando éste terminó su libro.

Lo que explicó Darwin es que los organismos sufren mutaciones aleatorias. Un mínimo porcentaje de ellas son beneficiosas y ayudan a los individuos a reproducirse con más éxito. Durante inimaginables extensiones de tiempo, este proceso modifica las especies y crea otras nuevas. Finalmente se forma el cerebro humano, que detecta y explica la grandeza del funcionamiento ciego de este simple y, para una imaginación materialista, inevitable mecanismo.

Colin Blakemore, nuestro neurobiólogo más apreciado, cree que el Darwinismo nos llevará finalmente a un entendimiento científicamente verificado de la naturaleza humana y a una refutación final de cualquier mitología anterior. «En principio, podría sustituir cualquier otro sistema de creencias sobre la naturaleza humana y sobre qué hay de especial en nosotros» dice. «Obviamente estoy pensando en la religión. Pero realmente creo que si podemos producir una explicación de la humanidad completamente basada en Darwin, desaparecerá cualquier creencia en otra explicación».

Hay evidencias a su favor. En la exhibicion Darwin Big Idea celebrada en el Museo de Historia Natural me encontré con Michelle Wilkinson, una estudiante de 21 años que, habiendo crecido entre Católicos, decidió abandonar la Iglesia.

Disfrutando de la exhibición de cartas de Darwin, pájaros muertos, una enorme rana viva, y muchos recuerdos de aquella memorable vida. «¿Te hace esto dudar aún más?»

«Sí», dice con una sonrisa algo triste. Entre todo el triunfalismo científico y la duda religiosa, ¿qué vamos a hacer con esta «gran idea» que resulta ser ya la demostración de ortodoxia científica dominante de nuestro tiempo? ¿Qué tiene de especial esta idea contra tantas otras que nos bombardean a diario? Durante todos los triunfos de la ciencia y la tecnología, desde Copérnico, Galileo o Newton hasta la revolución industrial, la vida permanecía en una caja negra, cerrada hasta 1859. ¿Cómo puede la tan inspiradora complejidad de la vida emerger del baile idiota de la materia? La única respuesta parecía Dios. No obstante la idea de Darwin demostró cómo a través del tiempo que ya los geólogos victorianos habían determinado que llevaba existiendo el planeta, la complejidad podía emerger.

Había huecos en el argumento. No sabíamos nada de los genes y no podía mostrarse cómo emerge la perfección. Podía hablarse de cómo pequeñas mutaciones cambian un organismo pero, ¿cómo pueden esos cambios, por ejemplo, crear un ojo? Si todas las partes que lo componen, un ojo no funciona. En términos utilizados por el biólogo Michael Behe, autor de Darwin's Black Box, un ojo es irreduciblemente complejo, y más allá del alcance de mutaciones aleatorias. —N. del T.; Dawkins explicaba recientemente de forma magistral hasta qué punto es útil medio ojo.—

Finalmente, aunque Darwin demostró la micro-evolución, evidente en las variables entre pinzones en las Islas Galápagos, su salto a la conclusión de que esto demostraba la macro-evolución —especies transformándose en otras especies— nunca dejó de ser un salto de fe. Para algunos nada especial desde entonces ha contestado estas dudas. Y ahora hay otras nuevas.

En su nuevo libro Why Us? How Science Rediscovered the Mystery of Ourselves, James Le Fanu, médico y periodista, insiste en que los nuevos descubrimientos biológicos superan a Darwin. El viejo parece molesto, afirma despectivo.

Una de las sorpresas es el descubrimiento tras haber sido descifrado el genoma humano de que sólo tenemos entre 20.000 y 25.000 genes. Se pensaba que eran hasta 100.000. Esos 25.000 no parecen suficientes para explicar nuestra vasta complejidad, y se supone que los genes son el soporte de la teoría de Darwin.

«Por sólo 25.000 yo ni me levantaría de la cama» dice Le Fanu. «Y no hay más en el genoma. Compartimos la mayor parte de nuestro ADN con los chimpancés, pero en el genoma no encontramos qué es lo que nos hace tan diferentes de ellos».

La promesa Darwinista de una simplicidad definitiva parecía reforzada por la identificación en 1953 del ADN como la molécula que transmite la información genética. Se trata de una doble hélice que transporta información tal y como transportas ficheros entre ordenadores. Pero la simplicidad resulta ser una ilusión. Los genes no son unidades atómicas, son fragmentos dispersos que actúan y se comportan de formas salvajemente diferentes en organismos distintos.

Incluso entre Darwinistas, esta inesperada complejidad resulta confusa, y sirva como muestra el desacuerdo entre Dawkins y el en otro tiempo Evolucionista Stephen Jay Gould. «El punto de vista de Richard» explica Steven Rose, neurobiólogo, «es que los genes son la unidad de selección y el organismo es sólo un vehículo pasivo que estos replicadores utilizan. El punto de vista de Stephen es mucho más pluralista, mostrando que la Evolución funciona a distintos niveles».

La división permanece profunda y no resuelta. Llegan incluso a haber científicos que piensan que el Darwinismo no pasa de ser un efecto colateral. En su libro Form and Transformation, Brian Goodwin, biólogo desarrollista y Gerry Webster, filósofo, discuten que es en las matemáticas de los sistemas complejos donde debemos buscar la solución al problema de la vida. La teoría de la Evolución da sólo un vistazo limitado al baile de posibles formas en la naturaleza.

No obstante el Darwinismo sigue siendo la visión dorada de la ciencia contemporánea, el marco de trabajo de la biología y el emblema del poder de la ciencia para mostrar cómo funciona el mundo material, nosotros incluidos. Pero, ¿qué significa esto más alla de los debates entre científicos?

El propio Darwin se dio cuenta de las implicaciones. Sus cada vez más agnósticas si no directamente ateas conclusiones a partir de su trabajo crearon una división entre él mismo y su amada pero piadosa esposa Emma.

El Origen de las Especies fue publicado 17 años después de que la teoría estuviese formada. Se han dado muchas razones para este retraso, pero la más probable es su certeza del impacto que causaría en científicos y no científicos, especialmente en su Emma. Cuando hablaba con sus amigos decía que «esto es como confesar un asesinato». No era una idea moralmente, religiosamente o éticamente neutral. Era toda una nueva visión del lugar del hombre en el mundo.

«El hombre, con todas sus nobles cualidades, aún viste la marca indeleble de sus bajos orígenes» escribió 12 años más tarde.

Implícita quedaba la sentencia de que no somos hijos de Dios ni el objetivo de la creación, sino que estamos profundamente imbricados en el funcionamiento ciego de la naturaleza, primos de virus y vegetales. «Si esto es cierto, entonces no existe el bien ni el mal, podemos hacer lo que queramos» dice David Rosevear delegado de la British Creation Science Movement.

Como resultado de creencias como la de Rosevear, Darwin se ha visto implicado en todo tipo de crímenes. William Jennings Bryan, candidato a la presidencia americana, y protagonista del caso de 1925 en el que se persiguió a un profesor de Tennessee por enseñar a Darwin, pensaba que la mentalidad alemana se había visto corrompida por la teoría de la Evolución y eso llevó a la Primera Guerra Mundial.

Le Fanu ve a Darwin como directamente implicado en un problema cultural contemporáneo: «Cambió el mundo fundamentalmente. Junto con esos otros ídolos caídos Marx y Freud, es responsable de haber secularizado la sociedad occidental. El Darwinismo es la teoría fundacional de las doctrinas ateas, científicas y materialistas, y de la noción de que puede explicarse cualquier cosa y eso no tiene nada de especial. (...)».

Para John Gray el filósofo, todo apunta a una rareza fundamental de los conflictos y ansiedades generados por Darwin. Dice que «el Darwinismo apareció en el contexto de una religión monoteísta que asumía una distinción categórica entre humanos y el resto de animales. De haber sido una religión que no defendiera tal cosa, no se habría producido conflicto sin fin alguno».

Si Darwin hubiese sido japonés, chino o indio, su visión del mundo, nuestra profunda conexión con la naturaleza, habría sido descartada por completo. En los mundos judeo-cristianos o musulmanes, en los que el hombre es visto como la cumbre de la creación de Dios, la idea es dinamita. Por eso, tal y como Darwin vio claramente, su idea representa un desafío moral fundamental para el punto de vista de nuestra civilización occidental.

En muchos niveles hemos errado ese desafío. Casi desde aparecer, la idea de Darwin ha sido utilizada para justificar todo tipo de comportamientos. Herbert Spencer, el filósofo victoriano, utilizó la «supervivencia del más apto» como evidencia científica de que existe un motivo moral para derrotar al inadaptado. A partir de aquí muchos pensadores trazaron la idea de que podemos ayudar a la Evolución eliminando o facilitando la muerte de las razas o de los individuos inferiores.

Esto alcanzó un climax mortal gracias al trabajo del biólogo alemán Ernst Haeckel en el panfleto Mein Kampf de Hitler. De aquí al Holocausto sólo había un paso, ya que no dejaba de ser, entre otras cosas, una forma de ayudar a la Evolución. Cualquier esperanza pasada aquella horrible etapa es vana. ¿Cuántas veces los maestros del neocapitalismo durante los pasados 20 años nos han hablado de la Evolución y de la supervivencia del más apto como justificación para su culto a la destrucción cultural y a la codicia? La pregunta que nadie puede responder es: Más allá de la ciencia ¿qué diferencia supone Darwin? Es razonable responder que en realidad ninguna. La religión conserva el poder que siempre tuvo, o incluso más. Nuestra rapiña del entorno ha acelerado. Durante el siglo pasado la tecnología ha aumentado nuestra capacidad para la destrucción más allá de lo imaginable. El hombre sigue creyéndose el dueño de la naturaleza, a pesar de que lo que enseña Darwin más claramente que cualquier otra cosa es que somos sus siervos.

El Darwinismo queda sólo como parte de la imaginación popular. «Evolución» y «supervivencia del más apto» ya forman parte de nuestro idioma, pero palidece ante el legado de Freud —a quien ya nadie considera científico» cuyas ideas persisten en los usos populares de palabras como «anal», «ego» o «sublimación». Pero, claro, Freud consiste en sexo y relaciones, y Darwin consiste en cosas más grandes pero más remotas. Darwin simplemente no tiene lugar en el habla de los adolescentes.

De vuelta en el Museo de Historia Natural me encontré con Pablo Viejo quien trabaja en un estudio sobre la aplicación de la teoría de la Evolución en el crecimiento de las ciudades. Sigue la ortodoxia Darwinista porque es sencilla y es verdadera, y así debe poder aplicarse a cualquier aspecto de la vida. También con Adrian Pearson, cineasta, y con su hijo de 13 años Luke. Han venido porque les parece «una historia fabulosa». Y lo es. Lo que realmente ha hecho por ti es otro asunto.

Visto en For God’s sake, have Charles Darwin’s theories made any difference to our lives? publicado en Times Online.

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