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Stephen Prothero
Hace años llegué a escribir que en América el ateísmo iba camino de convertirse en un espectáculo para freaks. Estaba equivocado. Hoy en día Christopher Hitchens, Sam Harris, Richard Dawkins, Daniel Dennett y otros «nuevos ateos» no sólo son habituales en las listas de best sellers sino imprescindibles en los circuitos de charlas en las universidades. Y la descreencia es una especie de nueva moda. En su discurso inaugural, el presidente Obama se refirió a los Estados Unidos como «una nación de cristianos, musulmanes, judíos, hindúes y no creyentes», una fórmula que repitió en su charla sobre la masacre de Fort Hood en noviembre. Recientemente varios grupos de humanistas y librepensadores han anunciado su presencia en las carteleras de todo el país. «¿No crees en Dios?» dice el cartel en una marquesina de autobuses en Des Moines. «No estás solo».
Aún la mayor parte de los americanos confunde el ateísmo con esa red de viejos chicos del «nuevo ateísmo», pero hay toda una nueva generación emergente de no creyentes, muchas de ellos mujeres y la major parte desde luego más amistosas que Hitchens y su pandilla. Aunque el movimiento nace de los irritados argumentos de algunos hombres, podría ser la historia de sus mujeres la que haga que crezca.
En octubre, un nuevo grupo llamado a sí mismo Coalición Unida de la Razón emerge de una ambiciosa campaña nacional preparada para coincidir con el lanzamiento del libro Good Without God: What a Billion Nonreligious People Do Believe, escrito por el capellán humanista de la universidad de Harvard Greg Epstein. Los carteles en Boston decían «¿Buenos sin Dios? Millones de americanos lo son». Hace un mes asistí a una celebración en Harvard para el lanzamiento local de la división en Boston para la coalición. Presentado por Epstein, el evento tuvo todo el ambiente de una reunión de viejos amigos, y aunque la fe estaba obviamente ausente, el lugar contagiaba esperanza. A pesar de ciertas genuflexiones ante Hitchens, Harris, Dawkins y Dennet como «los cuatro jinetes», un mote que parece habérseles quedado pegado a pesar de la alusión al libro bíblico de la Revelación —curiosamente el mismo que tenía la defensa del equipo de fútbol católico de Notre Dame en 1924—.
Desde el altar Fred Edwords hablaba del «tsunami sin Dios» barriendo el país y, con una voz que parecía elevarse con lo que él mismo llama la «ola naciente» de la razón, urgía a todos los congregados a «subirse a la ola».
Se oyeron dos argumentos distintos en este evento. El primero es el habitual entre los «nuevos ateos»: La gente religiosa es estúpida y la religión un veneno, así que la única forma de avanzar es educar a los idiotas y lavar ese veneno. El segundo es menos controvertido y menos utópico. Desde esta perspectiva, el ateísmo es sólo otro punto de vista, que también merece protección constitucional y un trato justo. El objetivo ya no es un mundo sin religión sino un mundo en el que creyentes y no creyentes pueden convivir en paz, y se respeta o al menos se tolera a los ateos.
Son dos posibles aproximaciones que no podrían estar más enfrentadas. Una invitación a un duelo, contra un llamamiento al reconocimiento y al respeto. Por explicarlo comparándolo con el movimiento de los derechos gays, uno es como intentar que todos se vuelvan maricas y el otro como buscar derechos iguales para gays y lesbianas.
Mientras Edwords reparte tiros al azar sobre los cristianos para disfrute de su audiencia, me dedique a contar cabezas, y me di cuenta de que la razón hombres a mujeres era de al menos 2 a 1. Esto no es sorprendente. Las mujeres predominan entre la mayoría de los grupos religiosos en los Estados Unidos, así que tiene sentido que los hombres predominen aquí. Los tipos XY predominan en estas tribunas, cantando el Imagine no religion de John Lennon entre todos.
Pero una de las mujeres al habla sin embargo, lo hacía con una voz distinta. Amanda Gulledge se describe a sí misma como una «madre de Alabama» que cuenta haber cogido su primer avión y su primer metro para venir a este evento. Aunque Gulledge se une a la lógica y a la razón, habla desde el corazón. En lugar de discutir, cuenta historias sobre la «bondad natural» de sus dos hijos para explicar cómo es posible ser moral sin creer en Dios o en castigos eternos. Pero el punto clave de su charla, y de todo el evento, fue la mención, de pasada, de Gulledge, al hecho de que algunos niños del vecindario no quieren jugar con sus hijos porque sus padres no aceptan a Jesús como su salvador personal.
El «nuevo ateísmo» permanece en un cruce de caminos. Hasta ahora es representado ya desde esa especie de segunda ilustración americana de comienzos del siglo XIX por justo ese tipo de instigador hombre blanco. Dawkins acusa a la fe de ser «uno de los grandes males de la humanidad, comparable al parásito de la malaria pero mucho más difícil de erradicar». Para Hitchens el reformador protestante John Calvin es «un sádico, torturador y asesino». En probablemente la declaración menos amable de todas —y más tratándose de un francés— Michael Onfray informa en su manifiesto ateo de que el apóstol Pablo era un impotente «incapaz de llevar una vida sexual digna de tal nombre—. Pero hay una voz diferente emergiendo ahora —llamémosla el «nuevo nuevo ateísmo»— con una agenda distinta a la de Hitchens y sus permanentemente cabreados acólitos. Este ateísmo más amable parece más un movimiento por los derechos civiles que una cruzada. Y es más probable verlo expresado en los labios de una agradable señorita que en los escupitajos de un varón enfadado.
Si el objetivo es llamar la atención del 93% de americanos que cree en Dios el movimiento tiene las mismas posibilidades de éxito que llenar de evangelistas la Asamblea Nacional de Francia. Pero si la esperanza es un país donde los niños puedan jugar los unos con los otros sin preocuparse por las creencias religiosas —o no religiosas— de sus padres, entonces el movimiento es un tren al que muchos de nosotros felizmente nos subiríamos.
Son muchas las mujeres ateas y agnósticas. La cómica Julia Sweeney persigue a Dios con su humor, y las memorias de Nica Lalli convertirían a cualquiera en un no converso. Algunos hombres incluyendo a Epstein también hablan con esta voz distinta, pero es hora de que este tipo de movimientos encuentren la forma de poner más mujeres a la vista. No cambiaría de acera para oír a Fred Edwords decir que hay que matar a tiros a los cristianos, pero sí cogería el metro, o incluso un avión, para oír cómo Amanda Gulledge me cuenta que sus hijos también son americanos.
Visto en USATODAY.com vía Sam Harris. Foto de M@rg.
La importancia genérica de seguir a Cristo como hombre como lo promueve el humanismo secular cristiano, y no como Dios como lo enseña la teología fantástica judeo cristiana; es que nos permite tomar a Cristo como ejemplo de lo que es la trascendencia humana y su doctrina como guía para alcanzar la supra humanidad y la sociedad perfecta. .http://www.scribd.com/doc/17143086/EXPLICACIÓN-CIENTÍFICA -DE -CRISTO -Y -SU -DOCTRINA –A-LA-LUZ -DE -LA -FILOSOFÍA -CLÁSICA -Y -MODERNA –Y -EL -MISTICISMO -UNIVERSAL
Cuenta Epstein en el citado libro una inspiradora anécdota. Cierto 12 de septiembre, mientras en el pueblo hacían fila para intentar hablar con sus familiares en NY, sonaba un rap cuya letra hablaba de pillar tías y fumar hierba con ellas en el asiento de atrás del coche. Para Epstein es el ejemplo de que entre lo secular y lo humanista hay todavía mucho camino que recorrer. En ese sentido, si de verdad existió Jesús, su ejemplo humanista es uno a seguir. El humanista cristiano como lo era Jesús, o lo era Vicente Ferrer, es un ejemplo a seguir.
Tu discurso es un poco sexista. Parece que por ser mujer estoy obligada a ser más complaciente con mi audiencia y esa es una de las trabas sociales que las mujeres tenemos que superar.
No debo ser amable por el hecho de ser mujer; debo ser respetuosa con los demás por el hecho de ser persona.
En ese detalle estoy completamente de acuerdo, pero tengo que disimular. A las feministas les molesta mucho encontrarse un hombre más feminista que ellas.