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La religión, una mierda de brújula moral

Publicado por Ismael

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Ed Yong

Para muchos religiosos, la popular pregunta «¿qué haría Jesús?» esencialmente equivale a «¿qué haría yo?»

Es el mensaje de un controvertido estudio de Nicholas Epley de la Universidad de Chicago. A partir de una combinación de encuestas, manipulaciones psicológicas y exploraciones cerebrales, ha averiguado que cuando un creyente americano intenta seguir los deseos de Dios, en realidad está trazando sus propias creencias personales.

Los estudios demuestran que la gente tiene una tendencia egocéntrica cuando considera los esquemas mentales de los demás. Utilizan sus propias creencias como punto de partida, lo que ya colorea sus conclusiones finales. Epley ha encontrado que ocurre el mismo proceso cuando la gente se adentra en la mente de Dios. Sus opiniones sobre las actitudes de Dios sobre importantes asuntos sociales son un espejo de las propias creyencias. Cuando cambia su propia actitud, también lo hace su percepción sobre los deseos de Dios. Se utilizan las mismas partes del cerebro al considerar los designios de Dios y las propias opiniones.

La religión facilita una brújula moral para muchos habitantes del mundo, definiendo sus puntos de vista sobre cualquier tema, desde el martirio al aborto o la homosexualidad. Pero la investigación de Epley cuestiona esta impresión, dado que sugiere que al pensar en los deseos de Dios la brújula gira hacia la dirección que en realidad ya habíamos tomado. «Intuir los deseos de Dios sobre asuntos importantes no es una guía independiente, más bien una cámara de eco que valida y justifica los propios deseos».

Epley pide a distintos grupos de voluntarios que puntúe sus propias creencias en asuntos importantes como el aborto, el matrimonio homosexual, la pena de muerte, la guerra de Irak o la legalización de la marihuana. Los consultados también tienen que especular sobre la opinión de Dios sobre estos asuntos, así como sobre la del «americano medio», la de Bill Gates —una celebridad de la que se desconocen sus creencias— y la de George W. Bush —todo lo contrario—.

Epley encuesta a gente dirigiéndose al trabajo en una estación de Boston, a estudiantes universitarios, y a 1.000 adultos de una base de datos nacional representativa. En cada caso se encuentra que las propias actitudes y creencias coinciden con las que suponen para Dios, y no necesariamente para otros seres humanos.

Por supuesto, correlación no implica causa. Más que implantar en Dios las propias creencias, podría ser que se estén utilizando las creencias de Dios como una guía para las propias. Epley intenta controlar esto preguntando primero sobre las propias creencias, y después por las de Dios, Gates o Bush en un orden aleatorio. Como evidencia de que existe causalidad, Epley demuestra que es posible cambiar los puntos de vista sobre Dios manipulando las creencias personales.

Para ello muestra a 145 voluntarios un argumento definitivo a favor de una acción afirmativa y un argumento débil en contra de la misma. Otros por el contrario escuchan un convincente argumento en contra y uno muy débil a favor —¡Britney Spears y Paris Hilton están de acuerdo!—. Los reclutas conceden que el argumento supuestamente fuerte es realmente fuerte. Los que leyeron la propaganda positiva no sólo se mostraron a favor de la acción afirmativa sino que opinan después que Dios está de su lado.

En otro estudio Epley consigue que la gente se manipule a sí misma. Pide a 59 personas que escriban y declamen un discurso sobre la pena de muerte, ya sea de acuerdo con sus propias creencias o argumentando contra las mismas. Las actitudes de la gente derivan hacia su posición en el discurso, ya sea reforzando o debilitando sus puntos de vista originales. Como en el resto de experimentos, el cambio en la actitud coincide con el de su estimación de la opinión de Dios, pero no la del resto de la gente.

Como truco final, Epley explora los cerebros de sus reclutas mientras intentan averiguar los deseos de Dios. Bajo un escáner para resonancias magnéticas, 17 personas tienen que afirmar cómo ellos, Dios, o un americano medio, opinan sobre una lista de asuntos sociales, incluyendo la cobertura sanitaria universal, la investigación con células madre, la eutanasia, el aborto, la educación sexual y otros. Como antes, sus respuestas revelan una coincidencia entre las propias expresiones y las supuestas en Dios, más que con las presumidas en el Juan o Carlos medio.

Las exploraciones demuestran esto particularmente en una región llamada cortex prefrontal medio, asociada al pensamiento auto referencial. La región es más activa al pensar en las propias opiniones que en las de los demás. Epley encuentra que también cuando piensan en las actitudes de Dios, y no cuando consideran las del americano medio. Las tres imágenes muestran las diferencias en actividad cerebral entre las tres tareas, y puede verse que entre Dios y yo apenas hay diferencia.



El estudio sugiere que se utilizan partes del cerebro similares al considerar las propias opiniones y las de Dios. Epley piensa que éste es el motivo poer el que inferimos las actitudes de Dios en aquellas basadas en las nuestras propias.

Epley apunta a que sus voluntarios son principalmente cristianos americanos, y a que no está claro que los resultados puedan generalizarse a otras creencias, aún sospechando que el funcionamiento básico será similar. Cuando hay que predecir lo que cualquier otro va a hacer, tenemos mucha información disponible, incluyendo estereotipos, declaraciones anteriores de esa persona, y otras opiniones. Es razonable que Barack Obama sea liberal porque es demócrata, porque expresa creencias liberales, pero también porque sus colegas dicen que es liberal. Podrías incluso confirmarlo preguntándole a él mismo.

Pero es más complicado si hay que predecir los deseos de una deidad. Los religiosos podrían intentar consultarle rezando, interpretando textos sagrados como la Biblia o el Corán, o consultando con expertos como sacerdotes o imanes. Pero el hecho de que distintos métidos den distintos resultados sobre las actitudes de Dios demuestra que esas fuentes son al menos entre sí inconsistentes. Como dice Epley «con los agentes religiosos no valen las encuestas».

Piensa que estas incertidumbres hacen probable que la gente en realidad utilice sus propias opiniones cuando intenta inferir las de su Dios. Lo facilita el hecho de que pensemos en las deidades como entidades humanas, a pesar de su naturaleza abstracta.

Desde luego muchos filósofos llegaron aquí antes. La palabra «antropomorfismo» hoy usada en el contexto de los animales, fue acuñada por Xenophenes en el siglo sexto de nuestra era para describir el hecho de que los habitantes de los panteones de las distintas culturas tenían características físicas similares. Y a otros, desde Rousseau a Voltaire pasando por Twain se les concede la frase «Dios creó al hombre a su imagen y el hombre, siendo un caballero, le devolvió el favor».

Los resultados de Epley despertarán controversia. Pero la lección más importante es que fiarse en que una deidad guíe nuestros propios juicios y decisiones es poco más que parafernalia espiritual. Citando al propio Epley:


«La gente podría utilizar los agentes religiosos a modo de brújula moral, formándose impresiones y tomando decisiónes basadas en lo que suponen que Dios como autoridad moral final querría o creería. La principal característica de una brújula, sin embargo, es que apunta hacia el norte, sin importar qué dirección encara una persona. Nuestra investigación sugiere que, contra lo que ocurre con una brújula, las inferencias sobre los deseos de Dios podrían en su lugar empujar a la gente hacia la dirección que en realidad ya habían tomado.»


El estudio de Epley está en PNAS doi:10.1073/pnas.0908374106. Visto en Science Blogs vía RichardDawkins.net.

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