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La asociación que despertó la conciencia ecológica del mundo durante la guerra fría, ya es sólo un lobby más de formas anacrónicas e intereses inciertos.
Manuel Fernández Ordóñez
Las guerras no sólo se ganan o se pierden, también se desvanecen. Hay veces que las batallas dejan de tener sentido porque la sociedad decide ir por otro sitio y te quedas con cara de tonto, un discurso de hace 30 años y completamente fuera de juego. Eso le está pasando a Greenpeace, ellos van por un lado y los demócratas vamos por otro.
Siempre ha sido el
modus operandi del ecologismo radical utilizar la coacción y la violencia para sus fines. Recuerden que la violencia no se restringe a que te den una paliza, y sus fines tienen poco que ver con la salvación bíblica del medio ambiente y mucho con el fluir de miles de euros por sus cuentas bancarias. Me viene ahora a la cabeza el recuerdo del reactor francés Superphenix al que, en 1982, le lanzaron 5 misiles desde el otro lado del río —y únicamente le dieron con 2, hay que ser torpe—. ¿Quién? Pues un tal
Chaim Nissim, que posteriormente en 1985 fue elegido para el Gobierno del Cantón de Ginebra por el Partido de los Verdes, ecologista y terrorista. También era comunista —decía él— pero vivía del dinero de su papi banquero en Suiza, esas contradicciones de la vida.
Me hace especial gracia cuando se definen como ecopacifistas pero entran de manera VIOLENTA —hay que decirlo claramente— en las industrias privadas y ajenas. Hoy le tocó a la central nuclear de Cofrentes, otras fueron antes y otras vendrán después de ésta. Ahora se ponen dignos y le exigen al ministro que les pida disculpas por decir que actuaron con violencia. ¿Habrase visto alguna vez semejante desfachatez? Llegaron con premeditación, alevosía y nocturnidad. Rompieron una de las vallas de la central y entraron en una propiedad privada contra la voluntad de sus dueños. Por el camino se llevaron —presuntamente— a tres guardias de seguridad, dos con contusiones y otro con una herida de 7 centímetros en el estómago hecha con una radial que —supuestamente— el guardia se encontró en el suelo y se pasó por la tripa. Probablemente no tendría nada que ver con la radial con la que —supuestamente— los activistas cortaron la valla para entrar en la central, sería tal vez otra radial con la que el guardia estaría jugando. Los otros dos guardias —también supuestamente— se pegaron entre ellos y de ahí las contusiones. Nada de esto tiene que ver con el asalto de Greenpeace a la central y es el día a día normal en la misma. De hecho, todas las semanas 3 ó 4 guardias de cada central nuclear acaban en el hospital sin venir a cuento, por diversión. Eso sí, todo fue súper pacífico y al que diga lo contrario le sentamos en los tribunales. Llevábamos coronas de flores en la cabeza, cortamos la valla con unas margaritas, volamos como el viento, hicimos la danza de la lluvia y hablamos con la diosa madre tierra. Eso sí, para llegar hasta Cofrentes fuimos en coches que no emiten CO2, la radial funcionaba con un panel solar y la pintura de los
grafitis era biodegradable.
Según ellos pusieron de manifiesto la inseguridad de la central nuclear, la realidad es que se subieron a una torre de refrigeración que está a más de medio kilómetro del edificio del reactor nuclear —exactamente a 542 metros—. Si hubieran sido capaces de recorrer esa distancia en el interior de la central les hubiera esperado un edificio hermético de 2 metros de espesor de hormigón y acero. ¿Seguridad de la central puesta en entredicho? Claro, por eso la central operó al 100% de potencia y en condiciones normales y estables mientras ellos se dedicaban a pintar «arte urbano» sobre el hormigón, porque la seguridad estaba en peligro.
La realidad es la siguiente, Greenpeace exige el cierre de Cofrentes y de todas las centrales nucleares de España, que digo de España, del mundo. Que cierren todos los reactores nucleares, incluido el Sol, que para eso es un reactor nuclear. Sí amigos, sí, resulta que la energía solar, la eólica y la biomasa son también energía nuclear, lo que pasa es que el reactor está un poco más lejos, en el Sol. Ellos quieren —perdón, piden, porque querer no lo quieren— que se establezca un calendario de cierre y, una vez más, la sociedad le ha dado la espalda.
Hoy, en el Congreso de los Diputados, el PSOE —el partido de los antinucleares— ha votado a favor de la Ley de Economía Sostenible, cuyo artículo 79 elimina el plazo de 40 años de vida útil para las centrales nucleares españolas. En palabras de la Diputada de Esquerra Republicana,
Maria Núria Buenaventura, «nos encontramos ante la ley de la resurrección de las centrales nucleares». Este giro de 180 grados de la política del PSOE en materia energética ha dejado completamente fuera de juego a los grupos ecologistas que aún no dan crédito a lo que ha sucedido hoy en el Congreso. Se han quedado solos, el más antinuclear de Moncloa les ha abandonado, les ha dado de lado, les ha dejado tirados en la cuneta y eso duele. Ya no tienen amigos en el Congreso, ya nadie les hace caso y la sociedad les ignora. La impotencia ecologista está llegando a sus cotas de máximo apogeo y ya no saben dónde esconderse. Tras la hazaña de Cofrentes dijeron:
«Para que haya un diálogo sobre el debate nuclear, la otra parte ha de escuchar. Pero el ministro Sebastián lleva años sin querer hablar con los grupos ecologistas, mientras solo atiende a la industria nuclear, del carbón y del petróleo, atacando y destruyendo las energías renovables.»
Estas declaraciones son obra y milagro de
Miren Gutiérrez, Directora Ejecutiva de Greenpeace España. Ay! pobrecillos, que el ministro ya no nos habla. Señora, discúlpeme usted pero es que ya no saben ni por dónde les llueve. Tome nota, por favor: la industria nuclear, la del carbón y la de las energías renovables ES LA MISMA. Ustedes se han encaramado hoy a la central nuclear de Cofrentes, propiedad al 100% de la empresa Iberdrola que, curiosamente es la empresa española con más MW renovables. Aunque como dijo
Émile Herzog: «Al demostrar a los fanáticos que se equivocan no hay que olvidar que se equivocan aposta.»
Visto en
madridmasd. Foto de
Greenpeace Italia.