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Hace un par de martes, frente al Palacio de Versalles, junto a París, un simpático morito vendía botellas de agua al grito de «¡gol, gol, España, Torres!» Nadie por supuesto sabe más de marketing que los vendedores ambulantes, éstos para los que comer o no comer un día depende de cuántas botellas de agua venden. Pero yo quería escribir sobre otra cosa.
Desde bien pequeños, se nos educa sobre una supuesta rivalidad entre españoles y franceses. La realidad es tozuda y distinta. Aquella supuesta rivalidad nunca en la historia ha ido más allá de quíteme usted a este Borbón o póngame aquel otro. En la vieja Europa, cualquier rivalidad palidece ante la de Alemania contra cualesquiera otros países situados alrededor de la misma. Así, ha sido sorprendente ver hasta qué punto, durante días antes de la final de la pasada Eurocopa, todos los franceses estaban con España. Primero, por su juego, el cual ha despertado admiración. Pero después, sobre todo, por lo vital que resulta para cualquier francés de bien no sufrir el mal trago de ver a Alemania campeona de algo.
Un simpático taxista nos paseaba por los alrededores del Palacio del Elíseo y, enterado de nuestra españolidad, empezó a buscar como loco una cinta de casette con Julio Iglesias cantando en francés. Mientras rebobinaba, el taxista empezó a entonar el «que viva España» a voz viva. ¡Ah, el fútbol!
La imagen de Iker Casillas levantando la Eurocopa es desde ya la imagen más emocionante de la historia del deporte español. El español es un individuo por naturaleza gregario —no importa si a ti o a mí no nos gusta esto; es así— y disfruta de las victorias en los deportes colectivos mucho más que de las victorias habituales de los deportistas españoles; las individuales en los deportes pijos. Esa misma imagen de Iker Casillas es también, no sólo un triunfo de la españolidad, sino un triunfo de muchas otras cosas. Es un triunfo de la ilusión, es un triunfo de la cantera, es un triunfo de la energía puesta al servicio de la inteligencia, es un triunfo de la calidad y también, qué coño, es un triunfo de Móstoles.
—Iker Casillas, balón de oro, ¡ya!—
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