La media hostia ahora es Scientia Futura

Vencer a la muerte, mi idea para Obama

Publicado por Ismael

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Vencer a la muerte es mi idea para el concurso Ideas para Obama. Debajo, mi defensa de la idea. Por favor, vota por ella.

No hay cuestión más fundamental para un ser humano que su mortalidad. Se trata de la única especie que sabe que va a morir, y de ahí lo particular de su relación con la vida. Se trata de posiblemente la única verdad absoluta no matemática —inclúyase entre estas últimas la irremediabilidad de los impuestos de la que hablaba Mark Twain—. El filósofo francés Blaise Pascal, el hombre que acuño la idea de que más vale tener la posibilidad de la existencia de Dios en cuenta, se mostraba horrorizado ante «el silencio de los espacios abiertos e infinitos». Se refire a la nada que rodea el fin de nuestros días y a nuestra ignorancia sobre ella.

La muerte es el fin de nuestra experiencia. Incluso si eres religioso y crees en otra vida, en esa vida las cosas serían muy diferentes; bien habitas un paraíso eterno, bien eres un alma reencarnada. Creas o no, la muerte es el fin de la consciencia tal y como la conoces. Tanto si te desvaneces como si subes al cielo, supone el fin de saborear una deliciosa comida, leer un buen libro, disfrutar de una puesta de sol, amar a alguien y follar con ese alguien. Triste en cualquier caso.

Existimos sólo mientras alguien nos recuerda. Sin duda Franz Schubert aún existe. La abuela Bernarda sigue con nosotros. No queda nada en cambio de mis tatarabuelos. Ni escritos, ni fotos, nada. Sólo sus genes, diluidos entre alguna que otra molesta mutación en el interior de mis células.

Lo que hacemos entonces es difundir nuestros genes mientras nos dejan. También escribir libros o ensayos, demostrar teoremas, inventar recetas en la cocina, componer poemas, sinfonías, pintar, esculpir, cualquier cosa que pensemos que nos va a conceder una permanencia, una resistencia al olvido. ¿Podemos hacer algo más gracias a la ciencia? ¿Cuál es nuestro futuro si conseguimos controlar la mortalidad? Vale, demasiado optimista, pero la tentación de especular con ello es demasiado grande para dejarla pasar. Si consigo vivir más de cien años, eso significa que apenas he consumido la tercera parte de mi vida.

Hay dos maneras de intentar controlar la mortalidad. Una a nivel celular y la otra integrando nuestro cuerpo con la genética, las ciencias cognitivas y la cibertecnología. Seguro que hay otras. Primero hay que dejarlo claro, la muerte nunca podrá ser detenida del todo. La muerte es una consecuencia de la vida. El día que apareció la primera molécula capaz de autorreplicarse, apareció también la irremediable perspectiva de su muerte. La ciencia ficción te permite volver al pasado, pero no volver a la juventud —Brad Pitt y David Fincher aparte—.

A menos que seas un vampiro —y seguro que alguna vez has deseado serlo— y por lo tanto vivas más allá de las leyes de la física, no puedes escapar a la segunda ley de la termodinámica. Incluso un sistema abierto como el cuerpo humano capaz de interactuar con su entorno, absorber nutrientes y energía y convertirlos en crecimiento, debe por fuerza deteriorarse con el tiempo. Quemamos demasiado oxígeno, en un compromiso cruel. Necesitamos comer para vivir, pero comiendo nos oxidamos y así nos matamos a nosotros mismos.

A nivel celular, las mitocondrias son esos pequeños motores que convierten los alimentos en energía. Resulta que las células que pasan hambre viven más tiempo. Son aparentemente ciertas proteínas las que contribuyen al proceso, interfiriendo con el programa de autodestrucción programada que toda célula lleva dentro.

¿Y si una dosis de sirtuina fuese suficiente para ralentizar el envejecimiento? Quizás en unas décadas... O bien, aún a nivel celular, podría descubrirse alguna actuación genética que interfiera con la respiración mitocondrial usual. Aparentemente, una expresión reducida del gen mclk1 detiene el envejecimiento de los ratones. Algo similar a lo observado en los gusanos C. Elegans. El resultado sugiere que el mismo mecanismo molecular de envejecimiento es común a todo el reino animal.

Especulemos con que para el 2040 una combinación de los dos mecanismos explicados permita a los científicos descifrar los secretos del envejecimiento celular. No exactamente el elixir de la vida con el que soñaban los alquimistas, pero sí algo que nos permita extender nuestra esperanza de vida hasta los 125 años o incluso más, un salto adelante desde la media actual de 75 años en nuestros países occidentales. Esto será por supuesto dramático para nuestros sistemas de Seguridad Social. Pero es posible que en tal caso no te importe retrasar tu fecha de jubilación hasta los 100 años.

La segunda posibilidad es más fantasiosa y probablemente más difícil de hacer realidad. Combina la clonación humana con una tecnología que permita almacenar tus recuerdos en una base de datos gigante. Inyecta en un embrión esos genes, y después recupera en su cerebro esos recuerdos. ¡Ya lo tienes! Pero, ¿ese clon eres realmente tú? Quién sabe. Desde luego, sólo el clon sin tus recuerdos, no sería tú. Eres tus recuerdos.

Para seguir teniendo la misma identidad debemos recordar. A no ser, por supuesto, que no te gustes a ti mismo y quieras olvidarlo todo. Cuando esta tecnología esté disponible, puedes migrar a una nueva copia de ti mismo y dejar que la vieja se pudra. Hay científicos que piensan que tecnologías así estarán disponibles durante este siglo.

Aun siendo optimistas hay que ponerlo todo en duda. Podríamos no verlo durante nuestras vidas, y que nadie lo vea nunca. Pero controlar la muerte es el sueño más anhelado de la raza humana. Las consecuencias sociales y éticas merecen desde luego estudios separados. Entre tanto, quedémonos con el consejo del Frankenstein de Mart Shelley.

«Puede que haya cosas para las que nunca estaremos preparados.»

Mi idea para Obama, como responsable de la nación más avanzada económicamente, científicamente y tecnológicamente del mundo, es darle todo el apoyo, social y financiero, al tipo de investigaciones que precisamos para vencer a la muerte tal y como se ha explicado antes. Y no entorpecer más avances científicos significativos para la mejora de nuestras condiciones de vida por motivos religiosos, tal y como sus predecesores en la Casa Blanca hubieron llevado casi diez años haciendo.

De una idea de Marcelo Gleiser.

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