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En Hannah y sus Hermanas, Woody Allen interpreta a un hipocondríaco, obsesionado con su cercana muerte —los síntomas son claros, ¡ha perdido la sensibilidad a ciertas frecuencias en uno de sus oídos, y eso sólo puede significar la presencia de un tumor cerebral!—. Espantado por la idea de desaparecer para siempre, a lo largo de la película explora distintas posibilidades de volverse religioso. Abandona el judaísmo de sus padres e intenta abrazar el cristianismo. Pero, he aquí que el cristianismo no garantiza la reencarnación, así que incluso llega a plantearse hacerse Hare Krishna.
Cerca del desenlace, sin embargo y felizmente, el personaje de Woody Allen recupera la cordura, y el resultado es este breve, sencillo pero incomparablemente delicioso alegato humanista. Quién lo iba a pensar. Dios es Los Hermanos Marx.
«Bueno, te lo diré. Un día, hace cosa de un mes, por fin toqué fondo. Simplemente llegué a la conclusión de que no quería seguir viviendo en un universo sin dios... Bien, resulta que tengo un rifle, y lo cargué, ¿puedes creerlo? Lo apunté a la frente y recuerdo que pensé en ese momento: Me voy a matar... Luego pensé, ¿y si estoy equivocado? ¿Qué pasa si realmente hay dios? Nadie lo sabe seguro. Pero luego pensé, no, la palabra quizá no me basta. Quiero tener seguridad, o no quiero nada. Oía con claridad el tic tac del reloj. Yo estaba allí, quieto, con el rifle apuntándome a la frente, dudando si disparar o no... De repente, el rifle se me disparó.
Estaba tan tenso que mi dedo había apretado el gatillo sin que me diera cuenta. Sudaba tanto que el rifle resbaló de mi frente, y por eso no me maté. De repente los vecinos llamaban a la puerta y... No sé, todo era confusión. Entonces me fui corriendo a la puerta. No sabía qué decir. Estaba avergonzado y la mente me iba a mil por hora. Y sólo sabia una cosa, que tenía que salir de casa, que tenía que salir al aire libre, y despejar la cabeza.
Recuerdo con mucha claridad que fui paseando por las calles. Anduve y anduve... No sé lo que pasaba por mi mente. Todo me parecía tan violento e irreal. Continué paseando mucho tiempo por el lado noroeste de la ciudad, y supongo que pasaron horas... Los pies me dolían, la cabeza me estallaba, y necesitaba sentarme, así que entré en un cine.
Ni siquiera sabía qué película ponían, pero me hacía falta un momento de tranquilidad para recomponer mis pensamientos, obrar con lógica, y volver a colocar el mundo en una perspectiva racional.
Fui arriba al anfiteatro y me senté. Recuero que ponían una película que había visto muchas veces en mi vida, durante mi infancia, y que siempre me había gustado una barbaridad. Bueno, pues allí estaba yo viendo aquella gente en la pantalla. La película empezó a interesarme, y entonces comencé a pensar otra cosa.
¿Cómo se te ocurre matarte? ¿No te parece una estupidez? ¿No lo comprendes? Fíjate en toda esa gente que está allí arriba. Tienen mucha gracia. E incluso aunque a lo peor sea cierto, qué pasa si no existe dios y nosotros sólo vivimos una vez y se acabó. ¿No te interesa? ¿No te interesa esa experiencia?
Entonces me dije, ¡qué diablos! No todo es malo. Y pensé para mis adentros, ¿por qué no dejo de destrozar mi vida buscando respuestas que quizás jamás voy a encontrar, y me dedico a disfrutarla mientras dure? Y después, después ... ¿quién sabe? Quizá existe algo, nadie lo sabe seguro. Sé que la palabra quizá es un perchero muy débil en el que colgar toda una vida, pero es lo único que tenemos.
Luego me acomodé en la butaca, y realmente empecé a pasarlo bien.»
lmhCine, lmhHumanismo
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