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Sam Harris escribe sobre la espiritualidad, sobre la meditación y sobre la idea del yo desde el punto de vista inequívocamente humanista de alguien sin fe religiosa alguna. Para Harris, la experiencia contemplativa ha de ser forzosamente útil y mejorar nuestras vidas aún desde un punto de vista estrictamente científico. Es el argumento más polémico del ideario de Harris y uno que genera suspicacias aún por parte de quienes se demuestran tan de acuerdo con él en otras cuestiones. La traducción es de Ismael Valladolid, editor de La media hostia.
Sam Harris
Recientemente tuve la ocasión de pasar la tarde cerca de la orilla noroeste del Mar de Galilea, junto al monte donde se cree que Jesús dio su sermón más famoso. Era un día muy cálido, y el santuario estaba repleto de peregrinos cristianos de todos los continentes. Algunos permanecían en la sombra, mientras que otros se dejaban ver bajo el sol, tomando fotografías.
Mientras sentado miraba fíjamente las colinas que me rodeaban, inclinandose gentilmente hacia el mar interior, tuve un sentimiento de paz. Pronto se convirtió en una maravillosa tranquilidad que silenció mis pensamientos. En un instante, la sensación de ser un ente separado del mundo, un yo, se desvaneció. Todo aparecía como siempre había sido, el cielo sin nubes, los peregrinos llenando de agua sus botellas. Sólo que ya no me sentía de ninguna forma separado de la escena, esforzándome por ver el mundo desde detrás de mis ojos. Todo era el mundo.
La experiencia duró sólo unos instantes, pero volvió muchas veces mientras miraba hacia la tierra sobre la que se dice que Jesús caminó y donde se dice que reunió a sus apóstoles y realizó muchos de sus milagros. Si yo fuese cristiano, desde luego interpretaría esta experiencia en términos religiosos. Podría hablar de haber descubierto la grandeza de Dios, o de haber sentido el descenso del Espíritu Santo sobre mí. Pero no soy cristiano.
Si fuese hindú, hablaría sobre Brahman, el yo eterno, del que todas las mentes individuales son una simple modificación. Pero no soy hindú. Si fuese budista, hablaría del dharmakaya, del que todas las cosas aparentes son simples modificaciones, pero no soy budista.
Dado que simplemente soy alguien que se esfuerza por ser un ser humano racional, se me da muy mal extraer conclusiones metafísicas de este tipo de experiencias. La verdad es que ésta que llamo altruismo de la conciencia la experimento a menudo, cada vez que medito, sea en un monasterio budista, en un templo hindú, o mientras me lavo los dientes. En consecuencia, haberlo sentido en un lugar sagrado del cristianismo no me lleva a darle un mínimo de credibilidad a la doctrina cristiana.
No está en cuestión que la gente sienta experiencias «espirituales» —entrecomillo palabras como «espiritual» o «místico» dado que llegan a nosotros cubiertas de gran cantidad de escombros metafísicos—. Cada cultura ha producido gente que ha desaparecido en cuevas durante meses o años y han descubierto que ciertos usos deliberados de la atención —introspección, meditación, rezos— pueden transformar radicalmente la percepción que a cada momento se tiene del mindo. Creo que esfuerzos contemplativos de este tipo lo que nos dicen es mucho acerca de la naturaleza de la mente.
Hay de hecho varios puntos de convergencia entre las modernas ciencias de la mente —psicología, neurociencia, ciencia cognitiva, etc.— y algunas de nuestras tradiciones contemplativas. Ambas líneas nos dan buenas razones para creer que el sentimiento convencional del yo es una ilusión cognitiva. Mientras que la mayor parte de nosotros vive la vida sintiendo ser el pensador de nuestros pensamientos y el experimentador de nuestra experiencia, desde la perspectiva científica ahora sabemos que es un punto de vista equivocado. No hay un yo o un ego discreto dándose paseos por el laberinto de nuestro cerebro como un minotauro cualquiera. No hay región del cortex o proceso neuronal que ocupe una posición privilegiada con respecto a nuestra personalidad. No hay un «centro de gravedad narrativa» permanente —utilizando la expresión de Daniel Dennett—.
Sin embargo, desde luego, subjetivamente parece haber uno. Para todos nosotros, la mayor parte del tiempo. Sin embargo, nuestras tradiciones contemplativas —cristiana, hindú, musulmana, budista, judía— también afirman en distintos grados y con mayor o menor precisión, que este punto de vista es vulnerable a la investigación.
Considérese lo que hace el cerebro durante una representación consciente. ¿De qué somos conscientes? Somos conscientes del mundo. Somos conscientes de nuestros cuerpos en el mundo, y somos conscientes —o eso creemos— de nuestros cuerpos en el mundo. Después de todo, la mayor parte de nosotros no vemos una identidad con nuestro cuerpo. La mayor parte del tiempo nos sentimos simplemente a bordo de nuestro cuerpo, como si fuésemos algo dentro del cuerpo que puede utilizarlo como un objeto. Esta representación es una ilusión, y puede disiparse como tal. El altruismo es una cualidad de la conciencia que puede ser descubierta subjetivamente. De hecho, está a la vista en cada momento, aunque sea difícil de ver. Si esto parece una paradoja, considérese esta analogía:
El nervio óptico atraviesa la retina, así que hay un punto en nuestro campo visual donde somos en efecto ciegos. Muchos lo hemos demostrado en el colegio: Marcas un punto en un papel, cierras un ojo, y mueves el papel a un lugar donde el punto desaparece. Por supuesto, en la vida normal, nadie tiene la sensación de tener ese punto ciego, y aún los que sabemos que existe podemos vivir décadas sin notarlo durante una percepción directa. Sin embargo siempre está ahí, listo para ser notado.
Hay un entendimiento análogo de la naturaleza de la consciencia —demasiado cercano para ser notado—. Muchos necesitan entrenar la meditación para poder apreciarla. Pero es posible notar que esa consciencia —consciente de tu experiencia en este momento— no es un yo, no se siente como yo.
Como crítico de la fe religiosa, se me pregunta en ocasiones qué puede reemplazar a la religión organizada. La respuesta es: Muchas cosas, y nada. Nada tiene por qué reemplazar sus elementos absurdos y divisorios. Nada tiene por qué reemplazar la idea de que Jesús volverá a la tierra utilizando sus poderes mágicos para enviarnos a los no creyentes a un lago de fuego. Nada tiene por qué reemplazar la idea de que la muerte en defensa del Islam es el bien más elevado. Son ideas sin base alguna, sin significado y muy peligrosas.
¿Y qué pasa con la ética y con la experiencia espiritual? Para muchos, la religión sigue siendo el único vehículo hacia lo más importante en la vida —amor, compasión, moralidad y transcendencia—. Para cambiar esto necesitamos una forma de hablar del buen ser humano tan poco comprimida por el dogma religioso como ya lo está la ciencia.
Mientras escribo, el Mind and Life Institute está realizando su segunda serie de retiros meditativos para científicos. Cien de ellos pasarán la próxima semana meditando en silencio, para intentar comprobar hasta qué grado esta técnica de introspección continuada puede ayudarles a entender mejor la mente humana. Algunos laboratorios especialicados en neurociencia están también estudiando el efecto de la meditación en el cerebro. El nuevo interés occidental en la meditación ha abierto un diálogo entre científicos y contemplativos sobre cómo los datos que se reciben durante la experiencia en primera persona pueden colaborar en mejorar los experimentos en tercera persona. El objetivo es entender las posibilidades de cualquier buen ser humano de ser aún un poco mejor de lo que ya lo es.
Creo que la mayor parte de nosotros estamos interesados en la vida espiritual, tanto si nos damos cuenta como si no. Cada uno de nosotros hemos nacido para buscar la felicidad, de una forma que es, además, fundamentalmente muy poco fiable. Lo que consigues, lo perderás. Todos estamos interesados, al menos tácitamente, en descubrir cómo de feliz puede llegar a ser una persona en estas circunstancias. A la pregunta de cómo ser lo más feliz que sea posible, la vida contemplativa aún puede ofrecernos un importante entendimiento.
Visto en On Faith.
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