La media hostia

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No suelo hacerme eco de noticias ya publicadas en blogs de máxima tirada, pero me temo que la ocasión lo requiere.

Hace dos siglos, en Bayona, Napoleón consiguió que Fernando VI le devolviese el trono a su padre, Carlos IV, tras el famoso motín de Aranjuez, cuya primera intención era retirar de la circulación al valido Godoy, pero que acabó en abdicación. A cambio, por supuesto, los Bonaparte le garantizaban a Fernando una jubilación en unas condiciones que harían palidecer a las del contrato de Zaplana con Telefónica. Lo que Fernando no sabía era que Carlos IV ya había acordado la cesión de la corona a José Bonaparte, en caso de que ésta volviese a sus manos. El famoso levantamiento del 2 de mayo en España sólo tuvo como resultado quitarnos de enmedio al rey ilustrado y volver a poner al mando a Fernando VI, el más tarugo de los borbones jamás nacido, y rey de carácter insoportablemente sectario y antiliberal.

Es normal entonces que algunos sólo celebremos un 2 de mayo, el de 1977, aquel en el que dos chavales en pelota picada se subieron a la estatua de Daoiz y Velarde, fuesen inmortalizados por una famosa fotografía de Félix Lorrio, e inaugurasen la «movida madrileña» tan famosa en todo el mundo —qué coño, al menos en Montecarlo.—

Para Nacho Escolar, como para mí, si hay algo sagrado en Madrid es la vida nocturna de Malasaña, un barrio donde la chavalería lleva la ropa que quiere y no la mejor que se puede pagar, y donde nadie te sacude por quedarte mirando a la novia de nadie. Aquella es algo que el Ayuntamiento de Madrid lleva años queriendo fulminar, aún sin saber realmente cómo. Su última decisión ha sido la de retirarle la licencia de sala de fiestas al club Nasti, antiguo Maravillas, con lo que se le niega la posibilidad de permanecer abierto hasta pasadas las seis de la mañana, y se le obliga a cerrar poco más allá de las tres. Quien más, quien menos, nos hemos refugiado en Maravillas cuando los demás garitos ya estaban cerrando. ¡Nuestra juventud, ni tocarla!



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