Haz clic en la imagen para verla a su tamaño original.
Siempre he dicho que somos la única especie cuyos miembros saben que van a morir. No estoy seguro de que sea cierto, por supuesto, dado que alguien ha sugerido que algunos mamíferos, incluso sin tener una idea de su propia mortalidad, al menos entienden que la muerte es algo final y único.
Hace dos años, Natalie Angier de The New York Times escribió sobre este tema cuando le llamó la atención la muerte de un bebé gorila en Alemania cuya madre siguió transportando su cadáver durante días, rechazando entregárselo a sus cuidadores. Angier mencionó el trabajo de Karen McComb y sus colegas demostrando que los elefantes africanos cuidan con cariño los huesos de elefantes muertos e ignoran los de otras especies.
El último número de Current Biology incluye dos notas tanatológicas —tanatología es el estudio científico de la muerte— que sugieren que los chimpancés, nuestros parientes más cercanos, perciben la muerte como algo único. La primera, de Dora Biro et al. se titula directamente Chimpanzee mothers at Bossou, Guinea carry the mummified remains of their dead infants. Los autores informan de que en 2003 una enfermedad respiratoria mató varios chimpancés en una colonia en libertad en Bossou. Dos de los muertos eran niños de 1,2 y 2,6 años de edad. En ambos casos sus madres continuaron transportando el cuerpo de sus hijos muertos durante semanas a pesar de la putrefacción. Las madres continuaron tratando los cuerpos —que eventualmente momificaron— con cariño, cuidándolos y espantando las moscas, así como transportándolos de forma única, abrazando los brazos de los niños muertos entre la cabeza y los hombros de la madre.
Los autores especulan con que las madres sabían que sus hijos estaban muertos:
«Una obvia y fascinante pregunta se refiere al hecho de que Jire y Vuavua entendían que su descendencia había fallecido. En ciertas formas seguían tratando a sus cadáveres como a niños vivos, particularmente en los primeros días tras su muerte. Sin embargo llegaban a entender que los cuerpos estaban inanimados, consecuentemente adoptando técnicas de transporte que normalmente nunca emplean con su descencencia saludable —aunque también se sabe las madres de jóvenes con discapacidades responden adecuadamente—.»
No estoy seguro de que transportar los cadáveres de forma peculiar implique un entendimiento de la muerte, puede que simplemente sea la mejor forma de tratar un cuerpo inanimado que además no huele bien. Pero la cuestión es intrigante.
El segundo informe, Pan thanatology, describe el comportamiento de un grupo de chimpancés cautivos con uno de sus miembros, una hembra de 50 años de edad llamada Pansy que murió pacíficamente. Tras describir su comportamiento, los autores reiteran paralelismos con el comportamiento humano:
«Durante los últimos días de Pansy todos fueron amables y atentos con ella, y alteraron sus acuerdos de anidamiento —respeto, cuidado, anticipación—. Cuando Pansy murió parecían estar buscando signos de vida inspeccionando cuidadosamente su boca y manipulando sus miembros —buscando pulso o respiración—. Poco después el macho adulto atacó a la hembra fallecida, probablemente intentando reanimarla —un intento de resucitación—. Estos ataques podrían también expresar ira o frustración —negación, sentimiento de ira contra la muerte—. La hija adulta permaneció velando el cadáver de la madre durante la noche, mientras que Blossom atendió a Chippy —su hijo— durante gran tiempo —consuelo, apoyo social—. Los tres chimpancés cambiaron de postura frecuentemente durante la noche —sueño inquieto—. A la mañana siguiente eliminaron la paja del cuerpo de Pansy —limpiendo el cadáver— y durante semanas después del fallecimiento permanecieron calmados, letárgicos, comiendo menos de lo normal —profunda pena, luto—. Evitaron dormir en su sitio habitual durante algunos días —dejando intactos objetos y lugares asociados con el muerto—.»
Me resulta antropomórfico pero no excede los límites de la especulación informada. De hecho la BBC informó de que los chimpancés sienten la muerte como los humanos y por supuesto al menos lo parece. El enlace de la BBC incluye un vídeo de la muerte que desafortunadamente no es accesible desde otros lugares. Si no se dispone de un ejemplar de Current Biology, pueden verse los dos vídeos aquí, incluyendo al macho atacando el cuerpo de Pansy. ACTUALIZACIÓN: Los vídeos están ya en YouTube y han sido incluidos debajo.
Lo que pierde el titular de la BBC es el hecho ineludible de que incluso si observamos en otras especies comportamientos similares a los nuestros, nunca entenderemos qué sucede en la consciencia de los chimpancés. ¿Están realmente apenados? No lo sabremos hasta que enseñemos a los chimpancés a comunicarse en una forma sofisticada con los humanos o, más fácilmente pero menos útil, observemos similaridades en la actividad cerebral evocada cuando sucede una muerte.
Aunque para muchos ateos nuestro conocimiento de la muerte es una bendición que nos hace darnos cuenta de lo efímero de la vida y de que deberíamos vivirla al máximo, yo lo veo como una maldición. Hace falta una buena dosis de coraje para encarar el hecho de que algún día perderemos todo lo que tenemos. Pocos de nosotros nos igualamos a Socrates en lo de aceptar nuestra mortalidad de forma ecuánime. Sí, nuestra consciencia se pierde cuando morimos y sí, no agonizamos sobre nuestra ausencia de la escena antes de haber nacido. Pero yo elegiría ser inmortal. O al menos piadosamente ignorante de mi finitud.
Visto en Why Evolution is True vía The Richard Dawkins Foundation.
Debemos ser capaces de vivir, si no felices, si conformes en nuestra finitud. Es verdad que nuestra inexistencia antes del nacimiento no nos causa dolor. No nos lo debería causar nuestra inexistencia después de la muerte.
Naturalmente que hay que tener valor para aceptar el punto final. El inventarse un más allá es un analgésico, en el que ni los más religiosos creen, pues se agarran a la vida con desesperación. Como tú y como yo. Como los chimpancés.
Buena y larga vida.