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Su lentitud le permite quebrantar una norma común de todos los mamíferos, sobreviven con sólo seis vértebras sin problemas fetales ni neuronales.
Javier Yanes
La opción de vida arriesgada de los perezosos consiste en saltarse una norma básica de los mamíferos. Todos, desde un ratón a una ballena, tienen siete vértebras cervicales; ni una más, ni una menos. Cada especie se arregla como puede, acortando las vértebras para un cuello corto, como en las ballenas, o alargándolas, como en las jirafas.
Pero como toda regla, la ley de las siete vértebras tiene sus excepciones. Los contestatarios cervicales son los perezosos y los manatíes o vacas marinas. Estos últimos se ciñen a seis vértebras cervicales, pero entre los primeros hay facciones: los perezosos de dos dedos, del género Choloepus, poseen de cinco a siete vértebras, mientras que sus primos de tres dedos, del género Bradypus, tienen ocho o nueve.
Entender el porqué de esta norma de los mamíferos y los motivos de los forajidos que viven de espaldas a ella es uno de los objetivos de la bióloga evolutiva del desarrollo Frietson Galis, del Centro Holandés para la Biodiversidad NCB Naturalis, en Leiden. Y para comprenderlo, nada mejor que fijarse en las excepciones. «En humanos, las anomalías en las vértebras cervicales no vienen solas, sino que se asocian a riesgo de muerte fetal y problemas neuronales expone Galis, y en los que sobreviven, otro de los efectos secundarios es el cáncer infantil». «Esto nos enseña que es difícil cambiar el patrón de vértebras cervicales sin cambiar más cosas», concluye Galis.
Y, sin embargo, perezosos y manatíes viven y medran sin que su rebeldía cervical se lo impida. ¿Por qué a ellos no les afecta? Para responder a esta pregunta, es necesario entender cómo eluden la ley. Galis apunta que, según la hipótesis tradicional, se trataría de alteraciones llamadas homeóticas, que afectan a la organización general del cuerpo y que fueron descritas en 1894 por el inventor del término genética, William Bateson. Décadas después se descubriría que estos planos maestros del desarrollo se guardan en unos genes especiales, los Hox.
El artículo completo en Diario Público.
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