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Con bulas e indulgencias fuera del programa de la Iglesia Católica desde hace ya unos cuantos siglos, ¿qué sentido tiene resucitar la idea de purgatorio? El Vaticano, siempre experto en desplegar cortinas de humo.
P.J. Ginés
Esta doctrina, que ya explicaba San Pablo en su Carta a los Corintios —cuando explica, en el capítulo 3, que en el juicio de cada alma las obras se «prueban pasando por el fuego» y que es posible salvarse «pasando por fuego»— la repetía catorce siglos después Santa Catalina tras una visión mística en la que Jesucristo le dijo: «El alma es como el oro, tiene que ser purificada en el fuego». Este fuego es distinto al del Infierno, puesto que del infernal no se puede salir, y de este sí. Santa Catalina, sobre quien el Papa quiso llamar la atención, era una mujer con experiencia de mundo. De familia rica, la casaron a los dieciséis años. Tuvo su experiencia mística a los 26. A los treinta, después de convertirse su esposo, entró como humilde enfermera en un hospital, del que llegó a ser directora, dando un gran ejemplo de servicio a los pobres y moribundos. Su marido murió cuidando enfermos con ella. Catalina escribió «El tratado sobre el Purgatorio» y «El diálogo entre el alma y el cuerpo», en los que recomienda purificarse en el fuego del amor de Dios en esta vida, en vez de hacerlo en el fuego del Purgatorio, en la otra.
El Papa señaló que esta mística no habla del Purgatorio como de un lugar, sino como de un estado del ser, y explica cómo la luz de Dios actúa en las almas del Purgatorio, «las purifica y las eleva hacia los esplendores de la luz resplandeciente de Dios». Por último, afirmó el Pontífice, la santa nos recuerda la invitación a rezar por los difuntos para que lleguen a la visión beatífica de Dios en la comunión de los santos. Además de la Biblia, ya en textos cristianos del siglo II, como los «Hechos de Pablo y Tecla» o el «Martirio de Perpetua y Felicidad», se explica la práctica cristiana de orar por las almas de difuntos que necesitan ser purificadas.
En agosto de 1999, Juan Pablo II se refirió al Purgatorio como a «un estado de purificación». En julio de ese año había explicado que el Cielo «no es un lugar físico entre las nubes sino una relación personal con la Santísima Trinidad». El Catecismo, por su parte, presenta el Infierno como un «estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios».
Grabado de William Blake ilustrando el purgatorio de Dante. Visto en La Razón.
En realidad en purgatoria no existe, pues si existiera, Dios no hubiera enviado a su hijo a morir por nosotros.