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Michael J. Fox, uno de los héroes de nuestra juventud —hablo por supuesto de mi generación— padece Parkinson. Si padecer cualquier enfermedad crónica limita descaradamente todo lo que puedes pensar en hacer con tu vida, padecer Parkinson puede considerarse una idea especialmente mala: En muchos de aquellos países con un mayor potencial investigador, las líneas de investigación más prometedoras para luchar contra este tipo de enfermedades se ven bloqueadas por las distintas administraciones por motivos religiosos —morales escriben algunos con cinismo—.
El nuevo Michael J. Fox, recién nacionalizado estadounidense y combativo contra el sector más conservador de su propio nuevo país, me inspira tanto como me inspiraba aquel jovencito montado en monopatín. Claro que los dos hemos cambiado.
Traduzco la entrevista concedida por Michael J. Fox a la revista Esquire.
«Ahora mismo me siento bien, es sólo algo pequeño que hay en mi cerebro.
Si le dejo que afecte a todo, acabará poseyéndolo todo. No voy a negarlo, o pretender que no está ahí. Es sólo que si no le permito hacerse más grande de lo que es, puedo permitirme hacer cualquier otra cosa.
Mi cuerpo siempre se encuentra en pleno ejercicio de fuerza, porque todo me hace sentirme presionado. Sea lo que sea que estoy haciendo en un momento dado, también estoy haciendo algo más. Soportando esta cosa, que siempre está ahí.
Lo que más echo de menos es la espontaneidad. Decir, qué coño, me voy a Las Vegas. Es algo que ya no puedo hacer.
Tengo un Mustang del 67, pero no lo conduzco mucho. Mi mujer me lo regaló por mi treinta y cinco cumpleaños, así que hace once que lo tengo. Incluso cuando me lo regaló, venía con los platos originales. Es un poco deprimente, un coche seis años más joven que yo es una antigualla.
La imagen que se tenía de mi es la de un joven mono y simpático, y eso era algo que no me importaba. Hizo que me lo pasara bien.
La gente me preguntaba: «¿Te molesta que las chicas quieran acostarse contigo sólo porque eres famoso?» «Esa pregunta es complicada, déjame pensarlo: No.»
Yo siempre supe que había algo más en mí que ser simplemente un chico mono. Yo crecí jugando hockey, vengo de Canadá, dejé mi casa a los dieciocho, he bebido y he fumado de todo. Pasé mi niñez rodeado de chatarra. En realidad yo me veo como un tipo duro, ¿sabías?
No siempre puedo controlar mi cuerpo como me gustaría. No puedo controlar cuándo me siento bien y cuándo no. Pero sí puedo controlar cómo de limpia tengo mi mente. Y aún puedo controlar cómo de preparado estoy para hacer un esfuerzo más intenso si alguien lo necesita.
Una de las cosas que la enfermedad me ha dado es otra percepción de la muerte. De vez en cuando pierdes algo, y cada vez que pierdes algo, eso es un paso hacia la muerte. Si puedes aceptar así cada pérdida, puedes aceptar el hecho de que algún día tú serás la gran pérdida. Una vez que aceptas eso, puedes aceptar cualquier cosa. Entonces piensas, bien, asumido esto, ¿por qué no me tomo un descanso? ¡Démosle un descanso al mundo!
La felicidad crece de forma directamente proporcional al reconocimiento y de forma inversamente proporcional a las expectativas.
Saber aceptar las cosas es la clave de todo.
Lo que no quiere decir que me abandone, o que me rinda, o que no crea que puedo influir en el resultado que esto va a tener. Lo tomo como lo que realmente es, y punto.
¿A quién le importa una mierda lo que yo parezca ahora? Parezco lo que parezco.
Cuando no tienes quien te recuerda que en realidad eres una mierda estás perdido.
No puedo ser engreído, porque sé que puedo perderlo todo en cualquier momento. Tampoco puedo estar enfadado, porque aún no lo he perdido.
Empecé a jugar al golf a los cuarenta, lo que puede considerarse el colmo del optimismo.
Conocer gente siempre ha sido para mí como una cita a ciegas. Ellos siempre me habían visto antes en vídeo.
Le dije a mi hijo: «Mi tatuaje es que no llevo tatuajes.» En realidad casi me hice uno cuando mi padre murió, porque él tenía uno, la cabeza de un caballo rodeada de rosas. Él montaba a caballo antes de hacerse militar. Así que cuando murió me fui a los bajos fondos para hacerme un tatuaje de un caballo con rosas. Menos mal que iba tan borracho que no lo hice.
La disciplina es hacer lo que debes, haya alguien mirando o no.
Nunca he salido en cajas de aperitivos, o cosas así. Ahora lo pienso y digo, Dios, cuánto dinero he dejado de ganar. Ahora lo conseguiría de un plumazo.
Me di cuenta muy pronto de que no tenía ni idea sobre qué coño era a lo que tenía que dedicarme. Nunca lo sabes. Haces cosas por dinero, y haces cosas gratis. Es complicado pero, por otra parte, es muy divertido. Te das cuenta de las cosas que no estás autorizado a hacer y de que todo el mundo te ve haciéndolas, y te da la risa tonta viendo que lo que haces les mata.
La clave de todo fue haber dejado de beber. Hasta que lo hice, me faltaba toda claridad.
También tuve que decidir dejar de ir de fiestas. Podría haber continuado, pero me habría destruido a mí mismo. ¿Quién quiere ser un cliché?
Conducía un Ferrari por Ventura Boulevard a ciento cuarenta por hora, y el poli me dijo «Mike, vamos, tómatelo con calma, vas a herir a alguien». Recuerdo perfectamente que cuando el poli se fue pensé «menuda locura». Uno de esos momentos cuando piensas que lo único que puede convencernos de no hacer lo que queremos es nosotros mismos, y esa es una tarea muy aburrida.
No importa cuanto dinero tengas, lo puedes perder.
No importa cuanta fama tengas, no te pertenece. Si soy famoso, eso no me pertenece, te pertenece a ti. Si tú no recuerdas quién soy, yo no soy famoso.
Veo US Magazine, o People, o cualquier otro tabloide, siempre con la misma historia, lo mismo cada semana. Acabas engreído con ellos, vamos, ¿de verdad? ¿A alguien le importa esta mierda? «¡Sal de la esquina! ¡Levanta el puto disco! ¿Qué coño haces?» —N. del T. se trata de jerga del hockey— Es duro pasar la vida al margen del hecho de que todos vamos a morir. Tenemos que cambiar los temas que nos importan, porque aquello es a lo que nos dirigimos todos.
Lo que pasó con Limbaugh resultó interesante. No tuve que decir nada. La gente insistía, «¿no odias a ese tipo?» Y yo pensaba, «no me llega como para odiarle». Vale, fue una chapuza, pero era su trabajo. Esto es show business y está bien así, tomémonoslo simplemente como show business.
La gente me pedía que me lo cargase. Lo cierto es que Limbaugh se cargará a si mismo solo lo suficientemente bien y no nos necesita.
Pasar seis meses en la jungla con Sean Penn es delicado, pero el chico realmente tiene talento. Cuando terminó le mandé una nota: «No te diré que haya sido un placer, pero sí ha sido un privilegio.»
Tengo una vieja radio Bose Siruis, pongo vinilos, cojo la guitarra y toco sobre lo que suena, siempre blues de doce compases. Durante horas sólo hago eso.
Ya no estoy en el negocio de los chismes, no me quedan chismes por vender.
Estaba almorzando con Sean mientras intentaba decidir si volver y hacer Spin City. Dije «quiero saber qué pasa por tu cabeza». Él es un tipo brillante y honesto, y in gran artista. Dije «intento figurarme si echarme atrás y hacer este show en la tele». Sonrió y dijo «bueno, esa es la mejor parte de tu regalo». Brillante. Lo que me gusta es poder oir algo así, partirme el culo y pensar «que te follen», aunque realmente aprecio a la gente que piensa a ese nivel.
Siempre he querido hacer una peli corta sobre Petomane el flatulento. Petomane podía tocar la 1812 Overture con el culo.
Cuando veo fotos de Lindsay Lohan o de Paris Hilton en sus coches, su regocijo, su viciosidad, digo «Anda que, teniendo una guerra en marcha, con nuestra gente muriendo, y nos ponemos como nos ponemos por estas chicas...»
Siento empatía por estas jovencitas. Yo estuve ahí e hice lo mismo. Ninguno de nosotros nos fuimos al garete por algo así.
«¿Quién se cree que es esa chica?» Pero si ella no cree nada, ella incluso no recuerda qué ha desayunado esa mañana. ¿A quién coño le importa? Un poco de relax, calmémonos todos.
Sea lo que sea ese algo terrible que está sucediendo, estará sucediendo hasta que te des cuenta de que ya no lo está. Alcanza ese estado cuanto antes.
No conozco a nadie a quien siempre le haya ido todo bien.
Soy ciudadano americano desde el 99. Estoy feliz porque puedo votar. Durante muchos años he tenido que penar por cosas que no me gustaba como estaban. Me gusta tener algo que decir.
Todo empezó hace dos veranos, cuando el presidente vetó la norma que habría impulsado la investigación con células madre. Le veías con familias alrededor, con pequeños niños copito de nieve, fingiendo que había que tomar una decisión de entre dos que se excluían mutuamente. Era una manipulación tal que me dejó tremendamente cabreado.
Yo no busco votos, no me toca jugar ese juego, y no tengo que preocuparme si mi mensaje es bueno o no es bueno. Yo sólo digo, ¿no podríamos mirar seriamente esto durante un instante?
No me considero un animal político, e intento no hacerme el grandioso sobre el asunto. Es solo que el establo está ardiendo y yo tengo en la mano un cubo de agua. No sé por qué lo tengo, y no recuerdo quién me lo ha dado. Es sólo que lo tengo, así que supongo que tendré que usarlo.
Tiendo a considerarme a mí mismo un ser humano normal.»
lmhHumanismo
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