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¿Qué es el totalitarismo?
La Real Academia Española da una definición compacta, probablemente suficiente para la mayor parte de las situaciones. Por ejemplo, para quien está jugando al Pasapalabra. «Régimen político que ejerce fuerte intervención en todos los órdenes de la vida nacional, concentrando la totalidad de los poderes estatales en manos de un grupo o partido que no permite la actuación de otros partidos.»
La Wikipedia da una definición por supuesto más extensa. «Los totalitarismos, o regímenes totalitarios, se diferencian de otros regímenes autocráticos por ser dirigidos por un partido político que pretende ser o se comporta en la práctica como partido único y confundirse con las instituciones del Estado, y por lo general exaltan la figura de un personaje que tiene un poder ilimitado que alcanza todos los ámbitos y se manifiesta a través de la autoridad ejercida jerárquicamente. Impulsan un movimiento de masas en el que se pretende encuadrar a toda la sociedad —con el propósito de formar un hombre nuevo en una sociedad perfecta—, y hacen uso intenso de la propaganda y de distintos mecanismos de control social y de represión como la policía secreta o los campos de concentración. El fascismo —tanto el italiano como el nazismo alemán y en mayor o menor medida otras versiones nacionales— y el estalinismo de la Unión Soviética —y en mayor o menor medida el de sus países satélites denominados socialismo real— son los ejemplos más destacados.». Adorna la explicación con un montaje de los rostros de Hitler y Stalin. Probablemente, si no en otros, desde luego en este caso una imagen vale más que mil palabras.
Para una definición algo más literaria tenemos a Edgar Morin, filósofo francés de origen sefardí —descarga sus libros de aquí—. Lo explica así.
«Un sistema totalitario se basa en el monopolio de un partido, el cual es único, no sólo porque no se permite la existencia de otros, y porque tiene todo el poder a su disposición, sino porque en realidad es un tipo de partido inusual. Es un partido en el que todos los poderes espirituales y temporales se concentran en un único aparato que gobierna, controla y administra. El aparato lo sabe todo y puede hacerlo todo. Es un maestro disciplinario, un activista, un académico, un soldado, un director y un policía, todos en uno. Al mismo tiempo es el portador sagrado de una verdad absoluta que tiene dos motivos para sentirse autorizado. El primero es la clara y visible posición científica que da el conocimiento de toda la verdad sobre el mundo, incluyendo las leyes de la historia. El segundo es la profundamente enraizada convicción religiosa de constituir la promesa de una salvación en vida, revelada por dichas leyes de la historia.»
En un famoso libro sobre el tema, Hannah Arendt utilizaba el término «totalitario» para referirse a los mandatos de Hitler en Alemania y Stalin en la Unión Soviética. Otra vez ellos. Dichos mandatos tenían lugar en unas condiciones que sobrepasaban a las de las viejas tiranías conocidas, de ahí que pareciese necesario acuñar un nuevo término. Los dos regímenes tuvieron éxito a la hora de implantar la dominación total en dos por otra parte aparentemente inabarcables naciones, utilizando una ideología política basada en el terror permanente. Cualquier intento de definir cómo evoluciona el totalitarismo tropieza con el hecho de que sus ideologías no apelan a leyes tradicionales ni a convenciones políticas existentes. Sólo a la existencia de un poder superior. La Ley de la Naturaleza en el caso de Hitler, o el Materialismo Histórico en el caso de Stalin.
¿Es el Islamismo actual un tipo de totalitarismo? Una cuestión provocativa. Quien argumenta que el Islam, o la fe islámica, son por naturaleza un totalitarismo le están dando la vuelta en realidad a un cliché semántico, uno que les resultará especialmente simpático a los escuchas de la COPE. Veamos.
Un gobierno islamista, como un gobierno cristiano —y alguno de entre los más poderosos del mundo sólo ahora están dejando de ser un gobierno cristiano— son totalitarios si se acepta el más amplio sentido de la palabra, desde el momento en el que tratan de implantar como obligatorios puntos de vista religiosos sobre la realidad. Se trataría de gobiernos basados en el reconocimiento de un dios como el administrador máximo de la vida civil. Dado que dicho dios es un ser sobrenatural, es necesario que el gobierno sea llevado a cabo por oficiales a quienes se les concede la representación de la guía divina. Ya sean un mullah o el Papa.
Podría existir un término más adecuado para ese tipo de gobierno, por ejemplo «teocracia». Contra lo que sería un sistema totalitario estándar, una teocracia no basa el poder en el acceso a una verdad científica. En su lugar, se basa en la relación con el deseo de un Dios, la auténtica fuente de legitimidad en este caso. Donde la historia revela que la mayor parte de las teocracias son regímenes autoritarios que limitan la libertad, llamarles «totalitarismos» es quizás una simplificación que consagra una equivocación. Probablemente deberíamos ponernos de acuerdo en utilizar los términos de una forma que dignifique su significado. Lo sabemos bien en España, donde de un tiempo a esta parte se utiliza «fascista» como sinónimo de «persona que me molesta». La propia Arendt lo explicaba.
«Existe un acuerdo silencioso en la mayor parte de las discusiones políticas y científicas que consiste en que podemos ignorar las distinciones y proceder como si a cualquier cosa le pudieses llamar cualquier otra, y que las distinciones sólo tienen sentido hasta el punto en el que cada uno de nosotros tenemos derecho a redefinir los términos. Lo curioso es que llegamos a concedernos este derecho incluso cuando discutimos asuntos realmente importantes, como si todo lo que importase fuesen las opiniones. Términos como «tiranía», «autoritarismo» o «totalitarismo» simplemente han perdido su significado común, o hemos dejado de vivir en un mundo donde las palabras que tenemos en común han perdido su significado inequívoco. Estamos entonces condenados a vivir verbalmente en un mundo sin significados, donde nos concedemos los unos a los otros el derecho a restringirnos a nuestros propios significados, y nos exigimos sólo ser consistentes con nuestra terminología privada».
Quizás es sólo uno más de los asuntos que por haber existido Hitler y Stalin es imposible discutir ahora en contexto.
La foto de Hamed Saber muestra a Mohsen Kadivar, filósofo islámico iraní y clérigo y activista chií.
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