La media hostia ahora es Scientia Futura

En lo que Stephen Hawking no había pensado

Publicado por Ismael

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Mary Warnock

El reciente titular en Times, «Hawking: Dios no creó el Universo» nos lleva a nuevos niveles de absurdo. De momento ha reiniciado las hostilidades entre ateos y creyentes, trayendo de nuevo la cuestión sobre el estado de la religión en un momento histórico de avances científicos en contínua aceleración desde tiempos de la Ilustración. Hawking parece creer —es lo que al menos juzgo del extracto que aparece en Eureka, la revista de Times— que ha probado que Dios no existe. El problema con esta prueba, como con la discusión religiosa en general, es que usa el sustantivo «Dios» para referirse a un objeto que existe —o que no existe— en el mundo tal y como el resto de las cosas existen.

Y muchos religiosos caen en la misma confusión. Asumen que Dios el creador es un ser existente, aunque sobrenatural, al que pueden serle adscritos multitud de fantásticos atributos. Podemos identificarle como Dios el padre amatorio, el fundador de toda moralidad quien, literalmente, y al mismo tiempo, nos dejó las leyes naturales y los principios morales.

Estaría bien que la gente se tomara un ratito para leer a David Hume. El párrafo no es demasiado largo, pero contiene el argumento de que incluso si deducimos de cómo es el mundo que es Dios quien debe haberlo creado —una forma de teología muy de moda en el siglo XVIII—, eso nos resulta inútil como inferencia, ya que no nos da derecho a darle ninguna otra característica a ese creador. El resto de características que habitualmente le damos a esa deidad —que es moralmente perfecto, que ama a sus creaciones, que hemos sido creados a su imagen y semejanza— son añadidos gratuitos a esa función de inferencia. Podríamos perfectamente vivir en un mundo en el que no podemos decir nada de Dios excepto que lo ha creado.

Los antagonistas a ese compromiso preferirán leer a Kant, quien negaba que la existencia de Dios pudiera ser probada o refutada, y mantenía que al referirnos a Dios estamos obligados a usar metáforas. Pensar de otra forma, escribía, resultaría groseramente antropomórfico. ¿De dónde sacamos la idea de la bondad perfecta y el perdón eterno, si no partimos de conocer humanos que perdonan y practican la bondad?

Las grandes religiones monoteístas son fantásticos trabajos de la imaginación humana que se han imbricado muy profundamente en nuestra cultura. Para muchos su imaginería sigue siendo muy eficaz, y su narrativa trata verdades y sentimientos que no encuentras en otra parte. Para otros, su significado ya sólo es histórico. La travesura cometida sobre ciencia y religión en esta batalla consiste en creer que todas las verdades han de ser verdades literales. Una cosa es cierta. Si Hawking tiene razón, no necesitamos la idea de un Dios para entender cómo surgió el universo que nos rodea. Como no necesitamos la idea de un Dios para enseñarnos qué es bueno y qué es malo. Pero esto ya lo aprendimos de haber vivido en sociedad. Las tablas de piedra que bajaron del Monte Sinaí nunca fueron necesarias.

Sea cual sea el papel de la religión hoy, en la filantropía, en la educación, en lo ceremonial, en la música, en el alivio personal y la esperanza, no hay obligación de creer. Podemos valorar las cosas sin que Dios nos diga que son valiosas. Para saber que el amor es mejor que la guerra no necesitamos la fe.

Visto en The Guardian. La foto la comparten desde BlatantNews.com y está en el dominio público.

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