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Christie NicholsonLa posibilidad de que nuestro cerebro controle objetos inanimados como cursores de ordenador, brazos robóticos o sillas de ruedas ha tenido progresos significativos durante la última década. El último de ellos es el reciente éxito del laboratorio de Andrew Schwartz al conseguir que unos cuantos macacos se alimenten entre ellos utilizando un brazo robótico controlado por sus pensamientos.
Incluso las empresas comerciales ya usan esa interfaz cerebro-ordenador —conocida como BCA—. Productos como el MindFlex de Mattel o el Star Wars Force Trainer ya permiten a sus jugadores mover un balón sólo con sus pensamientos. Hay un producto llamado Zeo que vigila tu cerebro mientras duerme para diagnosticar problemas en el descanso.
Pero es importante resaltar que en los laboratorios se usan herramientas muy diferences a las disponibles en el mercado. En el laboratorio de Schwartz, un electrodo situado dentro del cráneo del macaco detecta pulsos de neuronas aisladas. El patrón de neuronas activas se traduce a un código que entiendan los ordenadores.
Los productos comerciales no pueden permitirse ser tan invasivos. Sus empresas utilizan una cápsula electroencefalográfica situada en la cabeza por fuera, que lee el estado global del cerebro. De ahí que los resultados sean groseros. Se puede detectar si estamos calmados, enfadados, excitados o distraidos, y podemos utilizar esos estados para activar interruptores, como mover un balón adelante o atrás. Pero si queremos ir más allá de activaciones binarias on/off tenemos que ir más dento del cerebro.
Intentar hacer algo más complicado con una cápsula EEG es como intentar distinguir el cello de una orquesta desde fuera de la sala de conciertos.
Para ponerlo en perspectiva, esos electrodos situados bajo el cráneo del macaco pegados a la materia gris y usados para mover brazos robóticos o navegar por la web no sólo están dentro de la sala de conciertos sino sentados en la primera fila y mirando qué cuerda de ese cello está siendo tocada en ese momento. Es el tipo de detalle extremo que vamos a necesitar para poder hacer tareas complejas con el pensamiento.
Visto en el podcast 60-Second Psych de Scientific American.
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