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«Las hormigas existen desde hace más de sesenta millones de años y nosotros, apenas unos dos millones. Han tenido mucho más tiempo que nosotros para experimentar y, sin embargo, los fósiles de las hormigas primitivas encontradas recientemente son iguales a las actuales.
Por ello, a mi me gusta utilizarlas como ejemplo de lo que nos habría ocurrido si no aplicáramos la ciencia a la vida cotidiana. Las hormigas están petrificadas en su entorno biológico de hace sesenta millones de años y, nosotros, estaríamos igual que hace dos millones de años sino evolucionáramos aplicando el conocimiento científico a las cosas de cada día. No hay que hacer como las hormigas.
Eso creía yo hasta descubrir que las estamos copiando en cosas fundamentales, que hacen referencia a nuestros esquemas de organización y de ver el mundo.
El cerebro de una hormiga es como una mota de polvo y resulta admirable constatar lo que llegaron a conseguir con un cerebro equivalente a la millonésima parte del de un ser humano.
Una colonia de hormigas puede llegar a tener cinco mil individuos. Son animales con un elevado nivel de organización y, lo sorprendente, es que ningún individuo tiene una visión global del sistema. Ellas no tienen guardas urbanos ni ingenieros de urbanismo, ni ningún plan previo o jefe que coordine sus actividades. Su autoorganización a nivel de colonia emerge desde el nivel individual. Es una manera de trabajar muy distinta de la nuestra, viviendo atenazados, cuando no aterrados, por el control jerárquico.»
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