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Copenhague o el triunfo del Imperialismo Ecológico

Publicado por Ismael

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Jayati Ghosh

La disputa sobre el no sólo es una batalla entre ricos y pobres: Ilustra la futilidad de la obsesión del crecimiento económico.

Y bien: La cumbre de no transmitió ninguna esperanza de cambio substancial, ni siquiera una indicación de que los líderes mundiales sean suficientemente conscientes de la vastedad y urgencia del problema. Pero, ¿constituye eso una sorpresa? Nada indicaba en el tan jaleado periodo previo a la cumbre que los organizadores tuvieran de verdad la ambición de cambiar su curso y detener o invertir un proceso de crecimiento claramente insostenible.

Parte del problema reside en que la cuestión del cambio climático se describe cada vez más como competencia de intereses entre países. De este modo, la cumbre se ha interpretado como una lucha entre «los dos grandes culpables» —los EE.UU. y China— o entre un pequeño grupo de naciones desarrolladas y un pequeño grupo de países recién emergentes —el grupo de los cuatro, China, India, Brasil y Sudáfrica—, o en el mejor de los casos, entre países ricos y pobres. El legado histórico del crecimiento en el pasado de los países ricos, que tiene una repercusión adversa real, se deja sentir vivamente en el mundo en desarrollo. No se trata sólo del pasado: Las emisiones per cápita de gases de invernadero en el mundo desarrollado multiplican todavía por mucho las de cualquier país en desarrollo, incluida . Así que los intentos de los comentaristas del norte de cargar las culpas sobre algunos países por hacer descarrilar el resultado se ven en la mayoría de los países desarrollados como una prueba más de un enfoque esencialmente colonial.


clima andino


Pero describir esto como una lucha entre países pierde de vista el punto esencial: que la cuestión está vinculada a un sistema económico —el capitalismo— que depende de forma crítica del rápido crecimiento como fuerza impulsora, aunque este crecimiento no suponga una vida mejor para la gente. De manera que no se cuestiona la suposición de que los países ricos cuya población desciende deban seguir creciendo en términos de PIB, en lugar de encontrar formas distintas de crear y distribuir la producción para generar una mayor calidad de vida. No se debate el patrón de crecimiento de los países en desarrollo con éxito, que se ha producido en muchos casos al precio del aumento de la desigualdad, de mayor inseguridad material para un sector considerable de la población y un enorme perjuicio al medio ambiente.

Puesto que dichas cuestiones ni siquiera se pusieron sobre la mesa en la cumbre de Copenhague, incluso un resultado con éxito sobre la base de una declaración común apenas sí habría señalado la clase de cambio que se requiere. Pero eso no significa que el problema haya desaparecido; de hecho, es más apremiante que nunca.

Los optimistas creen que el problema se puede resolver con un resultado beneficioso para todos que se base en el crecimiento verde y las nuevas tecnologías que proporcionan una producción desmaterializada, de modo que el crecimiento tenga un impacto decreciente sobre el medio ambiente. Pero dicha esperanza se ve también limitada por la paradoja de Jevons —del economista decimonónico inglés William Stanley Jevons— que establece que la expansión típicamente abruma de forma característica cualquier aumento de la eficiencia en el rendimiento de los materiales y la energía.

Así se elucida en un libro importante de reciente aparición de John Bellamy Foster. Foster sostiene que una reorganización racional del metabolismo entre naturaleza y sociedad debe dirigirse no sólo al cambio climático sino a la panoplia entera de problemas ambientales. El inmenso peligro al que se enfrenta hoy la especie humana (...) no se debe sólo a las limitaciones del medio ambiente natural sino que se desprende de un sistema social trastornado que gira sin control y más concretamente del imperialismo norteamericano.

¿Qué tiene que ver con esto el imperialismo? «El capital se abalanza contra barreras ecológicas que no pueden superarse a escala de la biosfera, como era anteriormente el caso, a través del "arreglo espacial" de la expansión geográfica y la explotación. El imperialismo ecológico —el crecimiento del centro del sistema a tasas insostenibles, mediante la exhaustiva degradación ecológica de la periferia— está generando ahora un conjunto de contradicciones ecológicas a escala planetaria que ponen en peligro la biosfera en su conjunto».

Esto no significa que los intereses de la gente del centro se opongan inevitablemente a los de la gente de la periferia, puesto que en ambos casos se ven adversamente afectados por los resultados de esos desequilibrios ecológicos. Significa en cambio que va hoy en interés de todos nosotros pasar de una obsesión por un crecimiento que se dirige primariamente al aumento del beneficio capitalista a una organización más racional de la sociedad y de la relación entre la humanidad y la naturaleza.

Así pues, existe desde luego una solución en la que todos ganan, pero que no puede basarse en el paradigma económico existente. La buena noticia es que las alternativas más humanas y democráticas también tienen la probabilidad de ser más sostenibles ambientalmente.

Visto en SIN PERMISO.

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