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Eduardo Robredo Zugasti
Apenas el 15% de los filósofos profesionales son teístas, según la mayor encuesta —vía Stephen Law— de este tipo dirigida por David Bourget y David Chalmers. El 72% se declara ateo, y casi la mitad se considera naturalista —otro 24% se declaran (sic) no naturalistas pero no necesariamente sobrenaturalistas—.
Por supuesto, la verdad científica o filosófica no depende del «consenso» —la ciencia no es democrática—, pero de la encuesta se desprenden inevitablemente algunas consecuencias interesantes.
Ante todo, estos resultados son totalmente compatibles con la ya conocida influencia social del ateísmo y el naturalismo en la comunidad científica. Los miembros de la Academia Nacional de las Ciencias norteamericana son tan ateos y naturalistas como los filósofos de esta encuesta. Ambos estudios aportan evidencias sociológicas sobre el impacto del entorno racionalista sobre las creencias que deberían servir para moderar las afirmaciones fatalistas que a veces se hacen desde la neuroteología o la ciencia cognitiva de la religión. El «cerebro escéptico» y el «cerebro creyente» podrían ser muy dependientes del contexto y de la neuroplasticidad.
Otra consecuencia pintoresca de la encuesta es que la mayoría de los filósofos, desde el punto de vista de la dogmática cristiana, se sitúan objetivamente en la herejía. No habría más que recordar la constitución dogmática del Vaticano I: «Si alguno dijere que Dios vivo y verdadero, creador y señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana por medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema».
Visto en La revolución naturalista.
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